“¡Quiero un perro!” “¡Hay que deshacerse del perro!”
Entre estas dos expresiones pueden haber pasado unos meses, quizás incluso un año, pero no mucho más.
Ese perrito tan gracioso, tan ansiado por el niño o la niña de la casa, se convierte en un animal que molesta, que pide tiempo y atención, que cuesta dinero… Y que deja de hacer gracia. Ya nadie lo quiere.
Este es el drama que han vivido muchos de los perros asilvestrados, los perros “salvajes”, que a veces presuntamente atacan a ovejas o terneros, como se supone que ha pasado recientemente en unos municipios de Lleida.
Estos perros “feroces” que atacan al ganado (animales, por otra parte, sentenciados a morir en un matadero, no nos engañemos) son las víctimas principales de toda la historia.
Son las víctimas de unos padres irresponsables que ceden al capricho de sus hijos e hijas, sin plantearse en ningún momento qué significa llevar un perro en casa.
Son las víctimas de personas que no sienten la más mínima sensibilidad ni empatía hacia un ser vivo con plena capacidad de sentir, como es un perro, y que cuando se cansan del animal se desprenden de él como si fuera un objeto cualquiera.
Son las víctimas de unas autoridades municipales incapaces de asumir el problema del abandono de los perros (del cual son responsables en gran parte los cazadores). Son las víctimas de unos ayuntamientos incompetentes para poner las medidas necesarias para resolver el problema de unos seres, los perros, que antes formaban parte de una familia, y que ahora están obligados a sobrevivir como pueden, después de ser abandonados.
Son las víctimas de una forma de actuar torpe y poco ética de algunos cargos de la Generalitat de Catalunya que, en lugar de escuchar las voces y las propuestas de las entidades animalistas para ayudar a los perros “salvajes”, sólo escuchan las voces de los cazadores y optan por la solución más cruel: cazar y matar a los perros abandonados.
Montserrat Vallvé Viladoms