Desde que conocí a una gran peregrina me ha hecho transformar mi mirada. Y no sólamente ésto sino acoger a las personas que me voy cruzando por el camino como lo que son, peregrinos. La vida es la misma pero la vivencia es diferente. Y justo ayer lo comentaba con ella. ¡Cómo cambia todo por el Misterio, por el Acontecimiento, por la Presencia! Y cómo cambia esa misma vivencia con la compañía de un amigo, un ángel en la tierra, de un peregrino. Porque se puede caminar en dirección correcta de la mano de un mapa o, mejor, caminar por el Camino al compás del latido, vibrante y decidido, del corazón de esa persona que decide hacerlo contigo. Se puede caminar solo, más rápido o lentamente; incluso pararse las veces que se quiera. Pero saber caminar así, en soledad, requiere de un conocimiento personal y de una fortaleza de espíritu considerables. Y cuando esto no se da, qué buena es la presencia y compañía de esos ángeles en la tierra.
Es entonces cuando se descubren parajes que embellecen nuestra vida. Se le saca más a lo que nos envuelve. Ese amigo nos despierta el interés hacia los caminos que estemos recorriendo. A veces nos advierte de un obstáculo, otras nos descubre un detalle que nos pasó inadvertido. Lugares, espacios y rincones que si no fuera por nuestro amigo peregrino no habríamos visitado y que justamente tendrán algo que nos toque o que tengan algo que ver con nuestra realidad en ese momento. No ocurren las cosas por casualidad, no llegamos a un sitio por azar, no caminamos con su compañía por capricho; todo, absolutamente todo, si lo piensas o unes, al final, tiene un motivo, un pista para seguir tu camino personal. Un empuje y afirmación en tu vida para verla con otros ojos, para vivirla con otra actitud y para acogerla como se merece. Siempre se llega a buen puerto si se llega acompañado; siempre se cae en la cuenta de cosas que antes no acertábamos a descifrar; siempre se conoce un poco más si se contrarrestran nuestros pensamientos e inquietudes con los del peregrino que camina a nuestro lado dispuesto a escuchar, acoger y acompañar.
Es entonces también cuando se descubren fenómenos naturales que despiertan nuestra mirada. Fenómenos como una puesta o salida del sol, como contemplar la Luna Llena, creciente, decreciente, con esa fina y radiante sonrisa. O contemplar la naturaleza vegetal o animal. No es sólo descubrirlos sino disfrutarlos en compañía. Porque uno los ve de una manera pero la otra persona se percata de algo o te cuenta una anécdota o cómo los percibe. Y es bonito ver a través de otros ojos, conocer de otra forma y profundizar en lo que normalmente vemos pero no nos paramos a mirar. Ahí reside la belleza del compartir. Las personas tenemos un deseo interior de lo puro, de lo natural, de lo bello. Tendemos a buscar en la naturaleza lo que nos falta en los espacios que frecuentamos, urbanos normalmente. Y cuando nos alejamos de éstos y nos juntamos con un peregrino para recorrer lugares exóticos o no tan exóticos pero sí naturales, descubrimos que alli hay algo que nos alimenta, nos llena y nos une no sólo a ese lugar sino a ese peregrino. Qué bonito es que un amigo despierte nuestra mirada adormecida por la tristeza, por el desasosiego o por la pereza.
Es entonces, además, cuando se empieza a descubrir mundos interiores que alimentan la amistad. Un mundo interior que abre sus puertas al exterior, a ti. El caminar no tendría sentido si no nos diéramos a conocer en él. Y mucho menos si caminamos en compañía de un peregrino. Dos no se conocen si uno no quiere. No puede acontecer la amistad en dos personas que viven en sus mundos interiores. ¡Cuánta belleza en ese mundo y qué pena que sólo uno la disfrute! Tenemos miedo de que se destruya, de que desaparezca, de que pierda su pureza al sacarla al exterior, al compartirla. Y cada encuentro con esa persona, peregrina, confirma que nada se destruye, ni desaparece ni mucho menos pierde su pureza sino que permanece, se afianza y embellece. Todo queda intacto en su esencia pero se engrandece, cobra un sentido y una misión nueva. No sería amistad si sólo se echaran palabras de la boca sin ningún sentido, si se pretendiera vaciar uno a expensas del tiempo del otro, si se utilizara a éste como mero espectador y oyente. Sólo alimentan la amistad quienes comparten, quienes quieren, quienes buscan el bien del otro.
Qué bueno es para el hombre caminar junto a su semejante. Qué bien que cada uno tengamos un ángel a nuestro lado. Qué regalo tan preciado saberse querido y acompañado.