Quiero hacer tantas cosas antes de la sesión que me voy un poco antes al hospital. Estoy deseando que llegue la hora de quitarle el taponamiento a mi pobre niño. Después de dejar las cosas en la consulta e iniciar el ordenador, es la única manera de que esté listo en el momento de empezar la consulta, me encamino a la Rea. Antes tengo que detenerme un instante en laboratorio para sacarle las pegatinas de su analítica a sobrinísima, que vendrá a media mañana.
En la puerta de Rea me encuentro al padre de la criatura. El hombre está descompuesto.
- ¿Cómo está? - pregunto.
- Mal - me responde. Casi no puede hablar. - Ahora te contarán.
Me quedo helada. Siento la piel de gallina, tengo un nudo en la garganta, otro en el estómago, me tiemblan las piernas y me escuecen los ojos. Entro a la Rea con pavor.
El residente está con el niño. Me cuenta lo sucedido.
- A la 1 de la madrugada se puso muy malito, no ventilaba. En la placa descubrimos que se le había colapsado el pulmón derecho. Tenía los bronquios llenos de moco y había hecho un tapón. Por suerte había una neumóloga de guardia y con el fibrobroncoscopio le limpió todo lo que pudo pero mejoró muy poco. Nos hemos pasado la noche encima de él.
Me marcho de la Rea como una sonámbula. Camino por los pasillos sin terminar de digerirlo. Me acerco a ver a mis otros operados de ayer. Ocuparme de algo suele ayudar. Una duerme, no la molesto. La otra está despierta y hablo un rato con ella, le pregunto cómo está, si oye mejor, si se encuentra mareada, si ha comido y ha ido al baño. Cuando salgo de la planta me dirijo de nuevo a la Rea.
El niño está con los padres. "Necesito una buena noticia" - me pide el padre. ¿Qué les puedo contar? No sirve decirles que yo también necesito una buena noticia. Toco el pecho del chiquillo. Me consuela comprobar que el pulmón derecho se eleva, aunque el moco crepite bajo mi mano. Hay un fonendo sobre la cama. Le ausculto. Oigo el aire que entra. Les digo que eso me parece una buena señal.
Subo al despacho. Al peque le van a repetir la placa por la mañana y no hago más que pensar en cómo estará, si habrá cambios, si ya habrá aire en ese pulmón. Antes de la consulta vuelvo a la Rea. Me acompañan dos de mis compañeras, ven que necesito apoyo moral. Los anestesistas están reunidos en sesión y hablan del crío. Me quedo para enterarme de las últimas noticias. Son buenas: la radiografía muestra que el pulmón se ha expandido y los gases en sangre han mejorado. Hablamos de retirar el taponamiento y de extubar al chiquitín en quirófano para más seguridad. Antes de irme les doy esperanzas a los padres, si yo estoy así me figuro cómo se sentirán ellos.
La consulta citada no me permite bajar al quirófano. No paro. Hermanísima me avisa de que ya han llegado y las llevo a la carrera a laboratorio. Allí las abandono para volver a la consulta. Por teléfono me mantienen informada. Todo se desarrolla despacio pero bien. No sangra. Respira. Se le puede extubar y despertar. ¡Qué alivio!
Al final de la mañana, en el primer hueco que tengo, me acerco a verle. Tiene cables pero ya no hay tubos. Se ha quedado dormido. El padre me cuenta que hace un momento le ha dicho que quería marcharse a casa. Están mucho más tranquilos, incluso agradecidos por la preocupación de todos. ¡Pobre criatura! Espero que sea el final de la pesadilla.