En cuarenta años dedicada a la producción y distribución de música, he visto pesebreros de todos los colores y rangos que comparten factores: pocos escrúpulos, hipocresía elevada al cuadrado y “pelaje” de camaleón. El denominador común: la ambición.
El pesebrero suele pensar, opinar y creer ad hoc, según el interlocutor y, cuando las circunstancias lo obligan a disentir, se las apaña para dar una de cal y otra de arena. Se declare “apolítico”, de derechas de toda la vida, de centro, o de izquierda con carnet, siempre es políticamente correcto.
JORDI SAVALL ha renunciado al Premio Nacional de Música en desacuerdo con la política cultural del gobierno. Chapeau!
El pesebrero – o aspirante – nunca se cierra puertas, no tiene enemigos profesionales ni políticos, es un tipo sociable, complaciente y astuto. No opina de política ni de temas sociales, salvo en los camerinos, “porque eso no tiene nada que ver con el arte”. No hay afrenta, injusticia o escándalo político, por repulsivo que sea, que merezca su reprobación pública y, si lo hace, impulsado por su militancia activa en algún partido, es maestro en nadar y guardar la ropa.
El pesebrero tiene necesidad vital del pesebre para trepar en la profesión porque, generalmente, su tirón popular es insignificante y más por su incapacidad de transmitir emociones al respetable que por falta de oportunidades. Pero, cuando el pesebrero alcanza notoriedad e influencia entre los que reparten el pienso, le crecen los alumnos, seguidores e incondicionales dispuestos a proclamarlo el más grande, adularlo hasta el empalago y denostar a sus rivales profesionales, a cambio de las sobras, de los granos que se caen al suelo.
COLITA renuncia al Premio Nacional de Fotografía y le dice al ministro de cultura que no le apetece fotografiarse con él. Grande, Colita!
Ayer, hablando de dos grandes, el músico Jordi Savall y la fotógrafa Colita, que acaban de rechazar sendos Premios Nacionales en desacuerdo con la política cultural que está perpetrando el gobierno, me decía una amiga: “si la mayoría actuara así, otro gallo cantaría… pero es al revés, pocos le hacen asco a un premio nacional y 30.000 euros”.
Primero fue el pesebre, esa parte del presupuesto que sirve a los que gobiernan, y no se salva ninguno, para modelar las artes a su conveniencia, controlar el mensaje del creador o intérprete, manipular la realidad artística, servirse de personalidades destacadas de la cultura para su propaganda y condenar al ostracismo a los desobedientes.
Pesebre y pesebrero se necesitan como la mina al minero, y viceversa, y hay cola de aspirantes en lista de espera. Luego están los otros, los que no se postulan pero, si cae algo, no miran la mano que reparte. Y, finalmente, los menos, esos que son excepcionales en su profesión y, además de excelencia, poseen altura de miras, dignidad, coherencia, valentía y ejemplaridad para decir NO cuando les sale del alma.
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