A veces siento como si la partida estuviese ya perdida de antemano, como si no hiciera falta ni siquiera repartir las cartas porque la suerte ya la han decidido donde quiera que sea que se deciden esas cosas. En esos momentos me invade la tristeza y lo único que quiero es encerrarme en mi habitación y apagar la luz. Si al menos pudiéramos jugar en igualdad de oportunidades… pero no. Cuando las cartas están marcadas no se puede hablar de igualdad de oportunidades.
En este caso, en esta vida, a mí me ha tocado ser del bando perdedor, de los que no han podido jugar porque se han dado cuenta a tiempo de que alguien estaba haciendo trampas y no tenía sentido seguir con la partida. Ni siquiera tenía una baraja de repuesto. Nada. Me eligieron a mí, marcaron las cartas, las repartieron y esperaron como cabrones a ver cómo iba perdiendo poco a poco. No les culpo. Imagino que marcar las cartas es su trabajo y tendrán un jefe, en algún lugar, que les pedirá cuentas por ello. Los dioses del mal también deben tener una familia a la que mantener, digo yo. No les culpo pero sí me quejo. Me quejo por la injusticia, por los caprichos del destino, por la anarquía y por la falta de tacto.
Ya sé que no soy el único que tiene cáncer, lo sé de sobra, lo veo cada vez que tengo que ir al hospital, pero eso no impide que ejerza mi derecho al pataleo. Mi rabia contenida es formidable, enorme, alarmante. A veces pienso que para esto hubiera sido mejor no nacer, de verdad, aunque suene triste. Es tan arbitrario todo, tan desolador y tan amargo que no sé si vale la pena haber vivido lo que he vivido si éste era el final que me esperaba. Soy demasiado joven como para estar ya esperando a la muerte y hablando en estos términos. A estas alturas de mi vida debería estar preocupado de tener un bebé, de crecer profesionalmente, de viajar a rincones lejanos a tomar fotos… no sé, de vivir en definitiva. En cambio el tiempo que me queda de vida lo pasaré entre hospitales y médicos, sin poder trabajar, sin poder irme de viaje y un etcétera tan largo que me da pereza escribirlo.
Hoy he acompañado el texto con esas imágenes tal vez para recordarme a mí mismo que todo tiene dos caras y que en el mundo que hay al otro lado del espejo yo no tengo cáncer y mi vida transcurre tranquila y feliz. Ya sé que en este mundo las cartas están marcadas y no tiene sentido jugar la partida, pero en el otro mundo, ese en el que se me ve tomando una foto, tengo un póquer de ases y pienso gozar como nunca con el juego de la vida. Al menos en algún lugar del cosmos, hay un “yo” que lo pasa de puta madre.