Revista Diario

¿De qué color se viste la añoranza?

Por María Pilar @pilarmore

¿De qué color se viste la añoranza?

El peine de los vientos

Añoro llegar a tu casa y que estés. Entrar y verte en chándal sentado en el sofá, con la tele puesta, pero parece que no la sigues; estás con el periódico o leyendo un libro. ¡Cómo te gustaba leer! Todo era prescindible cuando llegaba yo, como si lo más importante en ese momento fuera mi llegada, te dedicabas a mí por entero. Añoro no poder contarte que ha habido inundaciones en  Astigarraga y que he visto por la tele tu antigua casa; bueno, esto seguramente me lo contarías tú. Cuando paso por delante de tu casa, siempre se me van los ojos hacia el balcón en el que tú no estás, pero inconscientemente —porque soy una inconsciente—  pienso, estará escribiendo alguno de sus poemas, cuando nos encontremos seguro que me lo lee.

Me gustaría decirte que el mundo sigue girando y con él nuestras vidas. Me gustaría decirte que se ha quedado un día espléndido con un cielo azul y una brisa fresca que trae olores de primavera. La primavera, que ha sellado un pacto contigo y a partir de ahora, siempre caminaréis juntos. Me gustaría decirte que la máscara del yo exterior está funcionando y yo diría que bastante bien. Otra cosa son esas ranuras imposibles de tapar por las que afloran los sentimientos cuando menos te lo esperas. Hay un antes y un después desde tu partida y tenemos que aprender a vivir sin cuaderno de instrucciones.

Tuviste el coraje de despedirte con un "no lloréis por mí". No hubo lágrimas, solo una actividad frenética y fría que llegó a congelarme. Tú que amabas la vida, te viste obligado a dejar tu proyecto a medias: renunciar a los tuyos, a tus sueños e ilusiones, a tus ganas de vivir, a tu afán por saber, a tus libros sin leer, a las relaciones con los amigos, a tu simpatía y tu entusiasmo. ¡Cuánto quedó interrumpido! Tus libros, tus gafas, el sofá,… todos los objetos que hablaban de ti, de repente, se quedaron mudos e inservibles, su existencia ya no tiene sentido. Tal vez lloren hacia dentro la ausencia de su dueño, como yo, que  no quise, no pude o simplemente no supe despedirme de ti. Te fuiste y a mí me selló el silencio con la huella de tu recuerdo, sin una lágrima, pero incapaz de rasgar esa maraña que me impide hablar contigo como lo hacíamos siempre.

¡Dios! ¡Qué poema me habrías escrito tú de haber sido yo la que me hubiera marchado! 

(Me voy de vacaciones, me tomo un merecido descanso. Os dejo un variado surtido de lo que más gustéis: besos, abrazos, saludos, carantoñas y cantidad de buenos deseos. Muchas gracias por estar ahí. Sois los mejores)

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