Revista Cine
En no pocas ocasiones el hombre ha utilizado a los animales para explicar la vida humana. Así ha sido en las fábulas de Esopo, Bravia, Fedro y Aviano, de Jean de la Fontaine, Samaniego, De Iriarte, Krylov y Beatrix Potter, donde con sus moralejas explican las bases de la convivencia, del raciocinio, y hasta de la treta y la burla. Algunas veces ha sido la misma raza humana quien ha sido convertida en una comunidad de bestias más o menos domesticadas, como es el caso de la popular Rebelión en la granja, de George Orwell. Y en tres ocasiones, al menos, han sidos los roedores más pequeños, mamíferos convertidos por la rabia y peste que pueden transmitirnos con facilidad en una de las pesadillas más comunes entre los vivos, los que han servido para explicarnos nuestra existencia inútil y despiadada. No hablo de Mickey y otros dibujos animados, que son más bien entretenimiento que reflexión, tampoco del Firmin de Savage, que empezó a fijarse en los bordes de los libros durante sus comidas y terminó leyendo más y masticando menos. Me refiero a los de Josefina la cantora o el pueblo de los ratones, de Franz Kafka, donde el auditorio guarda silencio cuando la artista chilla; a Maus, de Art Spiegelman, obra cumbre del comic y de la historia de la WWII, que narra en 300 páginas la tragedia del pueblo del pueblo judío y a Story of Mouseland, cuento de comienzos del XX del político canadiense Clarence Gillis acerca de la democracia, y al que tanto rendimiento sacó su compatriota, aunque nacido escocés, y también colega, Tommy Douglas, llegándolo a grabar y comercializar en Long Play. Es a este Douglas a quien escuchamos narrar el discurso en el video insertado a continuación:
Si después de ver y escuchar, y leer la traducción si fue necesaria, tan fiel exposición de lo que llaman participación ciudadana aún te quedan ganas de seguir creyendo que la solución para salir de la Crisis pasa por la política, es que el flautista de Hameln te ha embaucado con su canción. Recuerda que la angelita Merkel nació en Hamburg y no le caía a desmano la ciudad del ladrón de ilusiones: apenas a doscientos kilómetros camino del sur, de ese sur que tanto la enerva, que Hamburg y Hameln pertenecen a estados federales limítrofes, que equidistantan prácticamente de Berlin, su actual residencia, y que en los atlas sus nombres aparecen casi seguidos. Recuerda que nunca un ratón se convirtió en gato, que nunca un gato se hizo hervíboro. Que jamás se vió a un político que no cobrase del Estado.
Clarence Gillis