Revista Cultura y Ocio
En ocasiones asumimos tareas que terminan por desbordarnos y volverse contra nosotros. Es lo que le ocurre a George, un vagabundo que se desplaza de rancho en rancho buscando trabajos eventuales con la única compañía estable de Lennie, un enorme retrasado mental que le fue encomendado por su tía Clara. En Weed ya tuvieron algún que otro problema, derivado de la manía que tiene Lennie de acariciar las cosas que le parecen suaves: lo intentó con el vestido de una niña y sus reacciones de pánico convencieron a todos de que estaba intentando abusar de ella. Posteriormente, Lennie se ha acostumbrado a llevar ratones, a los que acaricia hasta que los mata sin querer con sus grandes y fuertes manazas.Ahora, en el rancho al que llegan, intentan que las cosas sean diferentes: George y Lennie trabajarán duro sin meterse en líos, ahorrarán hasta el último céntimo y se comprarán una granja con chimenea y con conejos, para que el ingenuo grandullón los vaya alimentando con alfalfa. Es un sueño pequeñito, tierno, razonable… y también utópico, sobre todo porque el carácter fanfarrón de Curley (el hijo del patrón) y la condición casquivana de su esposa no van a plantearles más que problemas.La escena final, con George teniendo que encargarse por última vez de Lennie, es una de las más impresionantes que redactó John Steinbeck, premio Nobel de Literatura en 1962. Amí se me han manteniendo los brazos erizados por la pena y por la ansiedad durante varios minutos. Espectacular novela del californiano e inmejorable colofón para un relato donde la amistad, la compasión, la pobreza y la fatalidad caminan juntos.