Dos ejemplares cuyo monótono arrullo me hablaba del fin de las lluvias, del establecimiento definitivo de esta tardía primavera... Me adentré en la senda con la intención de documentar su retorno, todo un acontecimiento teniendo en cuenta el dramático declive que ha experimentado esta especie en nuestro país. De regreso, cuando me giraba por última vez antes de incorporarme a la carretera principal, pude observar de reojo como algo pequeño y rojizo cruzaba a toda velocidad la pista justo detrás de mi.
En un primer momento creí que se trataba de un lagarto. Pero había algo que no me encajaba. Era esa forma de moverse, esa increíble rapidez... Sorprendido por la fugaz visión, me acerqué a la cuneta en la que se había parapetado. Intenté localizarlo sin éxito. Las altas hierbas guardaban con celo el misterio.
Con la esperanza de que volviera a salir, decidí esperar un poco más. Varios minutos después, un cuerpo ancho y redondeado reaparecía de nuevo entre la vegetación, tan brevemente que no tuve tiempo de identificarlo. Sólo me había quedado clara una cosa: aquello no era un reptil.
Comadreja (Mustela nivalis) en el estuario del Miño. // El Naturalista Cojo
Fuera lo que fuese, era evidente que me vigilaba desde su seguro refugio. Sólo cuando lograba reunir el valor suficiente, se asomaba tímidamente para ver lo que ocurría. Fue entonces cuando me de cuenta de que me encontraba ante una bellísima comadreja... Confieso que casi me da un vuelco al corazón. La donicela o doniña, como también se le conoce en Galicia, es una pieza codiciada para cualquier amante de la naturaleza.
Quería fotografiarla. No sería nada fácil, pues se trata de una criatura extremadamente nerviosa. Rápida como el rayo. Se había vuelto a ocultar, pero sabía que surgiría otra vez. Me situé a unos cuatro metros de ella, distancia que consideraba suficiente para no asustarla. Parecía querer cruzar al otro lado. Dudaba... De pronto, se atrevió a dar el paso, ocasión que no desaproveché para apretar el disparador de mi P900. Pero el animal se movió en el último segundo y fallé.
Me temblaba el pulso. Quizá se habían agotado mis posibilidades... Afortunadamente no fue así. Ahora iba a seguir todos sus movimientos a través del visor de la cámara. Mi concentración era máxima. Avanzó varios centímetros hasta alcanzar la franja de tierra, me miró varias veces y lancé un certero disparo. ¡La tenía!
Difícilmente podría haber imaginado un regalo mejor en el Día Internacional de la Madre Tierra. Una jornada que nos recuerda, según Naciones Unidas, "la interdependencia existente entre los seres humanos, las demás especies vivas y el planeta que todos habitamos". Tenemos la obligación de protegerla.