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No paro de escuchar y de leer a multitud de expertos que me cuentan qué hemos hecho mal en este país para llegar a la crítica situación en la que nos encontramos. No estoy de acuerdo, sin tener ni puñetera idea de economía excepto la básica con la que trato de sacar mi casa adelante, con muchos de ellos. Me hierve la sangre cuando me hablan de lo de haber vivido por encima de mis posibilidades o pretenden que cargue las culpas hasta del toro que mató a Manolete.
Sin entrar a analizar por qué hemos llegado hasta aquí, que para eso hay ‘mentes privilegiadas’, sí que me cuestiono por qué nos va a ser muy complicado salir, además de por nuestros insignes políticos. Y he tenido dos muestras de ello esta semana en mi entorno cercano.
La primera se produjo en una reunión de padres de alumnos de primaria cuyos hijos hacen, este año, viaje de fin de curso. En la citada reunión un energúmeno defendía un viaje con un costo de en torno a mil euros (hablo de un colegio público, el matiz es importante) que había votado menos de la mitad de las familias (aún así la mayoría) con argumentos tales como que mientras su hijo fuera al destino decidido, le era igual que hubiese niños que se quedasen en la cuneta “y si no, que ahorren”, proclamaba el solidario padre del pobre crío.
La segunda situación ocurría en un cine con butacas numeradas.
Estábamos atacando nuestras cotufas al comienzo de la película cuando se detiene la proyección, se encienden las luces, y uno de los encargados pide por favor que se consulten las entradas y que se levanten aquellos que estaban fuera del lugar asignado porque había personas que no habían podido ocupar el sitio que les tocaba. No se movió ni dios. Media hora más tarde, a fuerza de revisar las entradas de todo el mundo y de mover a media sala, conseguimos seguir viendo la película.No sé cómo hemos llegado hasta aquí, pero sí sé que con muchos ejemplares como los mencionados no salimos ni de coña.