Publicado en ValenciaOberta.com
¿Se imaginan a Rita Barberá de caloret en caloret en la cabalgata del Orgullo Gay? Es probable ¿Y a Monseñor Blázquez o al ínclito Rouco-Varela? Eso ya se hace más complicado. En cualquiera de los dos casos chirría. Muchísimo. Demasiado. Las Magas en el Ayuntamiento o los Reyes Magos en la Generalitat debieran producirnos en mismo efecto. Debieran ser inmiscibles. Fiestas y Administración. Agua y aceite.
Por mí cada uno le puede regalar o no lo que quiera a sus allegados, como quiera y cuando quiera. Y vestido de lo que quiera. En cada casa pueden entrar Magas, Reyes, señores vestidos de rojo, con sus duendes y sus duendas. Lo mismo da. Faltaría más que tuviera que venir nadie a decirnos como montarnos las fiestas – eso es lo que intentan. La perversión del asunto viene cuando se solicita (y se obtiene) el sello de garantía, por así decir, de la administración pública. No hay que olvidar que el asunto de las magas es un acto civil organizado por una organización civil – por cierto con el nombre de la torre catedralicia, curioso, cuanto menos – y que la cabalgata del día 5 no habrá diferido sustancialmente de otras anteriores, quizá aderezada con un poco de pimentón para que cambie de color ligeramente, convenientemente.
La izquierda gobernante, sigilosamente, se apropia de unas tradiciones que le son ajenas, transmutándolas en otras, un poco más bolcheviques, y por lo tanto, más molonas y políticamente correctas. Y no. No me acostumbro a la ingeniería social. La derecha por su parte, tampoco estuvo a la altura cuando gobernó. Tuvo la oportunidad, y más en Valencia, de convertir su gobierno en uno realmente laico. Pero no creo que nadie se lo planteara, siquiera. Sus creencias morales casaban con la Tradición, así que dentro de las instituciones la dejaron. Y tampoco.
Las cabalgatas, del Orgullo Gay o de los Reyes Magos, deben ser organizadas por organizaciones y asociaciones civiles, como la que organizó el acto de la polémica, sí, pero sin la participación del Ayuntamiento. La administración no debiera salirse de su rol. Administrar. Ahí están las calles y el que las solicite que las use. En el ayuntamiento funcionarios, plenos y visitas privadas si acaso. Que una señora quiera que su hija se vista de princesa un día y tome la comunión me parece estupendo, pero que quiera que una cuestión religiosa sea dispensada por la autoridad competente es del género bobo. Es como un arzobispo bailando descocado sobre una carroza, vestido con cintas de cuero y tachas.
Los políticos politizan. La religión, las fiestas, las tradiciones. Todo tiene un rendimiento en votos, usado a favor o en contra. Toda causa tiene buenos y malos. Y cada político se afana en señalar al de enfrente como el enemigo. Mientras la izquierda ensucia las instituciones, la derecha no critica el hecho en sí, si no que la mierda no es del color adecuado. Los políticos politizan y se cargan la Cabalgata, el 9 d’Octubre o la Crida.
Los cristianos a sus cosas y los ateos a las suyas. Los falleros a sus fallas. A mí me dejan el rock&roll. Y el Ayuntamiento a facilitar, no a participar. Nunca a sacar provecho. Pareciera que sin la aprobación del munícipe, no fuéramos, no viviéramos, no valiéramos. No hemos obtenido la santa bendición laica. Como si de la del párroco se tratara. Tesis ésta, que no es nueva. Los populistas necesitan su dios, sus mártires y su satanás y así poder celebrar su Chavidad y luchar contra Belcebú el capitalista. Van tiñendo de colorado marxista cada pequeña parcela que les dejamos. Los de la bancada opuesta rezan en misa los bandos del pleno, pidiendo empleo y sueldos a la Virgen de los Desamparados.
Algunos se indignarán porque quieran magas u otros esperpentos. Otros porque no los quieren. Yo me indigno porque se usan las instituciones para la ingeniería social. He ahí el quid de la cuestión. Me gustan los Reyes Magos con su Melchor, su Gaspar y su Baltasar. Sus camellos y sus regalos. Y me gustan las cabalgatas del Orgullo Gay con sus pantalones de cuero y sus nalgas al aire. Con sus plumas y su cachondeo. Lo que no me gusta es que el político de turno se meta en ellas. A sacar partido. Mis tradiciones, nuevas o vetustas, reales o inventadas, forman parte de mi ámbito privado, y así quiero disfrutarlas. Y no necesito la aprobación de nadie para divertirme. Menos del Ayuntamiento. Y nadie debiera pedirles permiso para vivir como quiera.