En 1818 dos agentes de la Sociedad Estadounidense de Colonización (ACS por sus siglas en inglés) arribaban a la costa de África occidental para localizar un sitio adecuado para un futuro asentamiento de libertos afroestadounidenses. Junto a esta reducida tripulación desembarcaba en África un proyecto que asentaría los pilares de la actual Liberia.
Cuatro años más tarde, Robert Stockton adquiría, en nombre de la ACS, un territorio de casi 100 km que se extendía a lo largo de la costa entre los ríos Mesurado y Junk. El terreno les fue comprado —pistola en mano, según afirman autores como Ryszard Kapuściński o Samuel Bayard— a los jefes de las tribus dey y bassa —dos de las 16 que habitaban la zona— a cambio de una escueta cantidad de bienes valorados en 300 dólares: una caja de abalorios, un barril de ron y otro de pólvora, seis mosquetones y algunos artículos más.

A esta compra la siguió el desembarco de los primeros libertos en un asentamiento próximo a la actual capital. Los años siguientes estuvieron marcados por la expansión del terreno inicial y los conflictos con otras tribus locales, hostiles a los asentamientos y a los intentos de agentes de la ACS de interferir en el comercio de esclavos, actividad clave en la economía de numerosas tribus
Fundada en 1816, la ACS tenía en su haber a importantes filántropos, humanistas y hombres de religión cuya misión era promover el asentamiento en África de las “personas de color libres”. Sin embargo, no todos sus miembros consideraban la misión de la ACS una empresa moral. Para algunos integrantes la cuestión versaba sobre el bienestar de los africanos rescatados de barcos esclavistas y la restitución de las injusticias sufridas por los afro-estadounidenses; otros, sin embargo, consideraban que la existencia de un número cada vez más elevado de libertos negros en EE. UU. podía suponer una amenaza y que una sociedad multirracial no se alcanzaría sin conflictos. Por último, no faltaban quienes veían el beneficio que podía proporcionar a la labor misionera la existencia de colonizadores cristianos negros en África.
Caritativo o no y a pesar de contar con el rechazo de la mayoría de los abolicionistas y gran parte de la población negra, el proyecto de la ACS se vio favorecido por el contexto sociopolítico estadounidense. Con la prohibición del comercio de esclavos en Reino Unido, EE. UU. hizo lo mismo en 1808 y, a partir de 1819, encomendó a barcos de la marina la tarea de vigilar la costa occidental africana y aguas estadounidenses para capturar barcos cargados con esclavos. Una vez rescatados, eran enviados a Estados Unidos, donde permanecían bajo custodia del Gobierno hasta ser transportados de nuevo a África, en concreto a la actual Liberia, territorio asaltado desde el siglo XV por portugueses, británicos, franceses y holandeses que fue durante siglos un punto clave del comercio transatlántico de esclavos.
La construcción de un Estado negro
El territorio de lo que hoy se conoce como Liberia se encontraba principalmente ocupado por una densa selva tropical y habitado por tribus pequeñas y escasamente organizadas. La nueva comunidad no fue bien recibida por la población local y la relación entre ambos se tornó hostil desde el comienzo. Los conflictos y las dificultades para internarse en las profundidades del territorio llevaron a los libertos a instalarse en la costa, donde contaban con la protección de la marina estadounidense y donde fundaron la capital del país, Monrovia —en honor al presidente estadounidense James Monroe—.
La afluencia de barcos con libertos en las décadas siguientes fue limitada —la ACS tan solo alcanzó a repatriar a cerca de 15.000 personas—, por lo que los colonos constituían una clara minoría —menos del 3% de la población— cuando en 1847 se proclamó la independencia de la República de Liberia. El nombre escogido hacía honor a la tierra como una de hombres libres, idea reafirmada con el lema nacional: “El amor por la libertad nos trajo aquí”. Las propias bases ideológicas sobre las que se fundó el Estado giraban en torno a los colonizadores, que pasaron a ser denominados “américo-liberianos”, con lo que se excluía a los aborígenes de la identidad nacional.
Para entonces, Liberia consistía en una variedad de colonias fundadas por sociedades colonizadoras promovidas por diversos estados de EE. UU. —Maryland, Virginia, Pensilvania o Misisipi— tras el éxito de la ACS. En 1838 varias de estas colonias de unieron para formar la Mancomunidad de Liberia, con un gobernador designado por la ACS y una Constitución propia. El virginiano Joseph Jenkins Roberts se convertiría en el primer gobernador negro en 1841 y, posteriormente, en el primer presidente de Liberia tras la independencia del país.
Los problemas que enfrentaba Liberia propiciaron la proclamación de su independencia. Además del riesgo de intrusión en el territorio por parte de Reino Unido y Francia, presentes en las colonias vecinas, el Gobierno británico no reconocía el derecho de un Estado no soberano a cobrar impuestos a los comerciantes británicos. Así, con el objetivo de defender sus intereses económicos y regular el comercio, la Mancomunidad de Liberia declaró su independencia de la ACS en 1847. Irónicamente, Francia y Reino Unido fueron los primeros países en reconocerla como Estado; en el caso de Estados Unidos, el reconocimiento se postergó hasta 1862, en plena guerra de Secesión.
Los cimientos sobre los que se construyó el nuevo Estado eran una réplica de la sociedad del Estados Unidos sureño e ignoraron por completo las características de las tribus autóctonas. Poco diferenciables físicamente de los nativos, los américo-liberianos demostraban su diferencia vistiendo a la usanza de la élite estadounidense: trajes de frac, guantes blancos y sombreros hongo los hombres y rígidas crinolinas y pelucas las mujeres. Sus casas eran réplicas de los palacetes sureños y su religión, la baptista y metodista. Sin embargo, también integraron algunos elementos de la cultura caribeña debido a la presencia de libertos procedentes de lugares como Barbados o Jamaica.
Para ampliar: “Rastafaris, el black power caribeño”, Alicia García en El Orden Mundial, 2018

Los américo-liberianos trazaron un sistema político y social a imagen y semejanza del de Estados Unidos. La Constitución de 1847 fue redactada con la ayuda de Simon Greenleaf, profesor de Derecho en Harvard, siguiendo el modelo de la estadounidense. Así, se estableció una república presidencialista con el inglés como lengua oficial y dividida administrativamente en condados —alguno de nombre estadounidense, como Maryland—. Incluso la bandera siguió un diseño muy similar a la estadounidense.
A pesar de ser nominalmente democrático, el Gobierno se regirá por un sistema de partido único durante más de un siglo: el Partido Whig Auténtico, fundado en 1869, monopolizó el poder desde 1877 hasta 1980. Mientras que el Partido Republicano —de tendencia liberal y progresista— contaba generalmente con el apoyo de los mulatos, los negros emancipados eran generalmente partidarios del Partido Whig, más nacionalista y conservador.

El racismo de un Estado negro
Desde el comienzo, la relación entre la comunidad recién llegada y los habitantes autóctonos estuvo marcada por la hostilidad y el distanciamiento. Con la densa selva actuando como una barrera natural entre los colonos y los aborígenes, durante las primeras décadas el contacto sería limitado y la expansión y control efectivo de las zonas interiores del país, muy lenta. Junto al sistema sociopolítico estadounidense, los américo-liberianos exportaron al nuevo país el sistema de exclusión del que ellos mismos habían sido víctimas, con lo que se convertían en la reducida élite esclavista de un dominio que extendieron por todo el territorio.
La nueva estructura estatal dejaba totalmente al margen a la población nativa. Las leyes promulgadas por los libertos estadounidenses solo los reconocían a ellos como ciudadanos del país; los tribesmen u ‘hombres tribales’, el 95% restante de la población, no tenían derecho a participar en el Gobierno. Los américo-liberianos implantaron un sistema de segregación que discriminaba los matrimonios mixtos y la cultura nativa. Asignaron un territorio delimitado a cada una de las 16 tribus autóctonas y cualquier tipo de oposición a su dominio era duramente reprimido. En las guerras e incursiones al interior, los colonos se proveían de esclavos que empleaban como mano de obra o vendían a otras colonias, como Fernando Poo o las Guayanas.
Aunque la Constitución de 1847 prohibía la esclavitud, en el país se instauró un sistema de trabajo forzado equivalente. La Constitución también distinguía entre “personas de color” —los américo-liberianos— y “aborígenes”, base legal para la exclusión de los nativos. Por un lado, el texto original estipulaba que “nadie que no sea una persona de color será admitido como ciudadano de esta república”. Por otro, solo los ciudadanos podían tener propiedades y solo los varones mayores de 21 años con propiedades tenían derecho al sufragio. Ninguna sección de la carta magna recogía que los aborígenes se pudiesen convertir en ciudadanos.
Durante el primer siglo de existencia de la república, los américo-liberianos coparon las instituciones políticas, económicas, sociales y culturales del país. El sistema de segregación y de asimilación cultural derivó en una sociedad estratificada donde las posibilidades de ascenso de los aborígenes se mantuvieron muy limitadas. Los propios américo-liberianos estaban divididos por el sistema de estratificación importado desde Estados Unidos. Los mulatos se situaban en la cúspide de la pirámide social, normalmente en puestos oficiales. Los seguían los antiguos esclavos negros, en su mayoría obreros y granjeros. Entre ellos y los indígenas se encontraban los “recautivos”, africanos que habían sido rescatados por la marina estadounidense mientras se los transportaba ilegalmente a Estados Unidos y que habían sido repatriados a Liberia.
Esta estratificación de la sociedad afectaba a todos los ámbitos de la sociedad: pertenencia a órdenes masónicas, matrimonio, acceso a la universidad, lugar de residencia, etc. También tuvo su reflejo en la política nacional: durante el Gobierno del Partido Republicano, los mulatos disfrutaron de una situación de privilegio que se vio mermada tras la llegada al poder de los whigs, más favorables a los negros y recautivos. El periodista Ryszard Kapuściński considera en su obra Ébano que el sistema de segregación racial que los afrikáners implantaron en Sudáfrica, el apartheid, ya había sido previamente inventado y aplicado por los colonos en Liberia. Al igual que la Sudáfrica afrikáner, Liberia estuvo dominada durante más de un siglo por una reducida élite que se consideraba a sí misma más civilizada que los africanos de las tribus nativas. Tampoco muy distante de lo ocurrido en Sudáfrica, este régimen de dominación y discriminación acabaría provocando violentas respuestas por parte del grupo mayoritario de la población.
Para ampliar: “El legado de la exclusión racial en Sudáfrica”, Fernando Rey en El Orden Mundial, 2016
Estas prácticas llevaron a que la Liga de Naciones denunciara la situación en el país cuando un informe realizado por una comisión internacional descubrió la existencia de indígenas que trabajan bajo un régimen de trabajo forzado y el envío de algunos de estos trabajadores a Fernando Poo y Gabón en un sistema rayano en la esclavitud. Aunque el por entonces presidente liberiano Charles King renunció a su cargo como consecuencia de la intervención de la Liga, la servidumbre y la venta de esclavos seguirían subsistiendo en silencio
El contragolpe y la espiral de violencia
La situación de pobreza y exclusión política supuso el caldo de cultivo para alimentar la tensión entre la reducida élite américo-liberiana y los africanos nativos. La discriminación institucionalizada se mantuvo durante las siguientes décadas: los liberianos indígenas no fueron reconocidos como ciudadanos hasta 1904, no recibieron el derecho a votar hasta 1946, la minoría américo-liberiana seguía poseyendo más de la mitad de la riqueza nacional… La situación de tensión y desigualdad acabó derivando a finales de siglo en las dos guerras civiles que han asolado Liberia, dos de los conflictos más violentos ocurridos en África y que dejaron un país destrozado y dividido, cerca de 250.000 muertos y un millón de desplazados
Paulatinamente, se intentaron implementar medidas para paliar el sistema de exclusión. El primer esfuerzo vino de la mano del presidente William Tubman, quien introdujo en 1944 la Política de Unificación con el objeto de incorporar a los africanos tribales a la vida política. A pesar de estos primeros y timoratos intentos de integrar a las tribus indígenas, la disparidad en la distribución de la riqueza y en el acceso a los servicios públicos siguió prevaleciendo y siendo fuente de profundo malestar.
Los américo-liberianos coparon la élite política, económica y social del país hasta el golpe de Estado de 1980, cuando el sargento Samuel Doe se convirtió en el primer presidente descendiente de liberianos africanos nativos. La corrupción, represión y mala gestión de la dictadura de Doe acabaron con las esperanzas de quienes previeron una nueva era para Liberia en la que la mayoría de la población, históricamente reprimida, se vería finalmente beneficiada.

Doe dominaría el país hasta el estallido de la primera guerra civil liberiana en 1989, durante la cual fue secuestrado y asesinado —en una ejecución televisada— por miembros del Frente Patriótico de Liberia, liderado por Charles Taylor. A raíz de las luchas por el poder de diferentes grupos tribales, la mala gestión del país a manos de Doe y numerosos desastres naturales, la década de los 90 estuvo caracterizada por la inestabilidad, la violencia y una debacle económica, un panorama muy diferente de la prosperidad que había caracterizado a Liberia durante los siglos XIX y XX. El PIB cayó en picado: pasó de superar los mil millones de dólares en 1988 a diez veces menos para mediados de la década de los 90. Para más inri, una segunda guerra civil asolaría el país entre 1997 y 2003 cuando diversos grupos se alzaron contra el presidente y señor de la guerra Taylor, juzgado por crímenes contra la humanidad por su apoyo a rebeldes durante la guerra civil de Sierra Leona.
Para ampliar: “Diamantes manchados de sangre: la historia de Sierra Leona”, Fernando Rey en El Orden Mundial, 2017
Cerrando las heridas
Liberia representa un caso atípico de construcción de Estado nación. A pesar de haber sido fundada por libertos afroestadounidenses, instauraron en el país un sistema de estratificación social y segregación que excluyó a los miembros de las tribus indígenas de la riqueza nacional y de las instituciones sociales y políticas. Esta situación de discriminación institucionalizada, prolongada a lo largo de más de un siglo, derivó en la cementación de la hostilidad y el malestar entre la gran mayoría de la población y, finalmente, en el colapso del país.
Las décadas de guerra civil han provocado el desplazamiento de cientos de miles de refugiados tanto en el interior del país como a países vecinos e incluso a los Estados Unidos. Liberia se ha visto flagelada durante años por la violencia sexual, crímenes de guerra, el uso de niños soldados y el dominio de señores de la guerra.

Fue una oleada de movilizaciones feministas sin precedentes, el movimiento Acción Masiva por la Paz de las Mujeres de Liberia, el que puso fin a la guerra en 2003 y elevó a las mujeres en el poder. Ellen Johnson-Sirleaf se convirtió así en la primera presidenta en África. Bajo su Gobierno, de 2005 a 2017, se han cerrado heridas, acortado brechas y dado grandes pasos para restaurar la paz en el país. Aunque se está avanzando, el camino hacia la paz en Liberia sigue plagado de claroscuros; la paz sigue siendo frágil y todavía queda mucho trabajo de reconciliación por hacer. Cómo se desarrolle este proceso resultará clave para el devenir de Liberia.
Para ampliar: “Liberia, la justicia transicional y la reconciliación todavía pendientes”, Pilar Requena en IEEE, 2017
De segregados a segregacionistas: la historia de Liberia fue publicado en El Orden Mundial - EOM.