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De títulos

Publicado el 19 marzo 2010 por Kotinussa

A veces te levantas con una canción resonándote en la cabeza y, no importa lo horrorosa que sea, no puedes dejar de tararearla durante horas o días. A veces alguien comenta algo en una entrada de su blog, y eso te lleva a meditar durante semanas sobre el asunto en cuestión y los múltiples subtemas que de él se derivan.

Hace unos días, Guiss comentaba en uno de sus post “prefiero mil veces que un plato se llame “duelos y quebrantos” a tener que leer en la carta cosas como “hígado de pato salvaje flambeado al aroma de Pedro Ximénez sobre lecho de frutos secos y reducción de vinagre” porque eso no es un nombre, es una receta.” Y esa simple frase me ha llevado a profundas meditaciones sobre títulos, tanto de blogs como de libros o películas. Personalmente, en el caso de la cocina, me quedo en una postura intermedia a los extremos aludidos por Guiss. Si eres de la tierra, nadie te tiene que explicar qué son los duelos y quebrantos (me refiero a en qué consiste el plato, no al significado de las palabras o al hecho de que dicha comida aparezca citada en El Quijote). Pero si eres de la periferia, tienes que andar preguntando al camarero de, pongamos, el Parador Nacional de Ávila, qué ingredientes lleva el “Pucherete de Santa Teresa” o cualquier otro plato de la carta, titulado de una forma tan simpática. Un poco agotador si toda la carta va en el mismo plan. Supongo que lo mismo le pasará a un gallego con nuestro salmorejo o nuestra alboronía. Decididamente, me quedo con el estado intermedio. Nadie se puede llamar a engaño con algo que se llama “fideos con caballa” o “sopa de tomate” (platos muy de mi tierra). Ya luego resulta opcional interesarte por si la sopa de tomate lleva más ingredientes o por el grueso de los fideos en cuestión. Pero, de entrada, habrá gente que descartará el plato y no perderá el tiempo indagando para descubrir, finalmente, que no le gusta.

De ahí, como digo, pasé a la etapa de reflexionar sobre los nombres que reciben las películas, los libros y los blogs. Y me asaltó una duda: ¿parece, a priori, mejor, algo que tiene un título que oculta celosamente su contenido? Porque me da la impresión de que muchos autores parecen pensar de esta manera.

Evidentemente, no todas las películas pueden o deben tener un título tan definitorio como “La guerra de las galaxias”. Pero de ahí al rebuscamiento de los títulos de las películas de Isabel Coixet (“Mapa de los sonidos de Tokio”, “La vida secreta de las palabras”) va un trecho, aunque para ser justos fuera de España no se quedan atrás (“Eterno resplandor de una mente inmaculada”, traducido en España como ¡Olvídate de mí!, por citar un ejemplo). En muchos casos, como en este último, los títulos proceden de una referencia literaria, pero hay que dar por hecho que no todos vamos a conocer al dedillo un poema concreto de Alexander Pope.

Sigamos con los libros. Y nos encontramos con el mismo caso. Títulos claros, precisos, que te avisan de lo que se te viene encima o, por lo menos, del género al que pertenece. Y títulos rebuscados como “Del castillo español a la noche blanca” (como para adivinar que se trata de un libro sobre la regata Vuelta al mundo a vela). Si sumo el tiempo precioso que dedico en la biblioteca pública a escudriñar cuidadosamente la contraportada de los libros, antes de hacer mi elección, seguramente me habría dado tiempo a llevar por delante dos vidas en una. Si, además, el libro ha perdido su sobrecubierta, cosa muy frecuente en las bibliotecas públicas por el uso frecuente, te sientes totalmente perdida. Sólo te queda el recurso de que el nombre del autor te sirva de pista. Por ejemplo, no me gusta como titula Javier Marías (“Negra espalda del tiempo”, “Tu rostro mañana”) porque creo que sus títulos no dicen nada, pero por lo menos sabiendo que se trata de libros suyos ya me puedo hacer una idea muy aproximada del contenido.

Y, por último, voy al tema de los blogs. Me gusta que los blogs lleven un título que te hagan presagiar, aunque sea de forma aproximada, qué tipo de blog es. Y pongo varios ejemplos. En mi blogroll podéis encontrar un blog titulado Cosas que (me) pasan. Es evidente que se trata de un blog personal donde su autora cuenta acontecimientos cotidianos variados.

O Diario de un completo gilipollas. Como es evidente que un auténtico gilipollas no nota que lo es o se empeña en no reconocerlo, el título indica un blog escrito desde el humor que puede interesarte o no, pero desde luego no se puede confundir con un blog temático dedicado a la tecnología, a la televisión, a la cocina o al sexo.

Luego tenemos esos blogs que quieren ser originales y se titulan, por ejemplo, “El mudo visto a través de las lágrimas de un koala” o ”Pensamientos y reflexiones de una mariposa dorada”. A mi parecer, sólo consiguen ser rematadamente cursis.

Hay otros que quieren conseguir títulos impactantes, pero como no se les ocurre nada, fusilan frases de alguien famoso o popular. Por ejemplo, existe un blog titulado “Odio la realidad, pero es el único lugar donde te puedes comer un filete”. Para empezar, considero que Woody Allen tiene películas estupendas y otras que son un auténtico peñazo, pero sus frases, supuestamente hiper-mega-ingeniosas, me dejan todas absolutamente frías. Me parecen pedantes, falsas y que tienen la única intención de dejar al personal con la boca abierta. Y que una persona cualquiera titule su blog con una de las frases que se le atribuyen al director me produce más bien pena por el rebuscamiento y la búsqueda desesperada de supuesto ingenio. Dejémoslo ahí, que tampoco quiero ofender innecesariamente.

Y, como no sería justo de otro modo, me voy a detener también un poco, para terminar, en el nombre de este blog.

Con mi primer blog, inexperta como era yo en estas cosas, y con las prisas que tenía aquel día en que me dio la petera de abrir un blog “aquel mismo día”, no me lo pensé en absoluto. Lo llamé “Desde la isla de Erytheia”. Era una referencia geográfica, que sólo indicaba desde dónde escribía, aunque no pensé que sería un poco pedante dar por hecho que todo el mundo debía saber que me estaba refiriendo a Cádiz.

Cuando hice la mudanza a Blogger primero, y a WordPress después, fue cuando aproveché para cambiar el nombre. Tampoco lo pensé demasiado. “El cuaderno de apuntes” me parecía algo lo suficientemente indefinido como para que cupieran en él mis historietas de viajes, mis opiniones sobre lo que leía en los periódicos, las cosas que me pasaban cada día y todo eso de lo que suelo escribir. Además, era algo relacionado con mi profesión. Y aunque no definiera el contenido del blog, sí podía dejar claro qué tipos de blog no era. Para que muchos no perdieran el tiempo hasta comprobarlo. Después se me han ocurrido otros nombres, pero me da apuro volver a escribir de nuevo a todas aquellas personas que han tenido la amabilidad de enlazarme en sus blogs, para que cambien el texto del enlace, así que mejor lo dejamos como está.

Hecho el examen de conciencia y reconocidos mis pecados, dejando la puerta abierta para un propósito de la enmienda en un futuro lejano, termino por decir que si he pecado, cumplo mi penitencia, que está en constatar las múltiples personas que llegan aquí desorientadas por el nombre.

Digamos lo que digamos, creo que a todos nos gustaría estar seguros de que nuestros visitantes, los que comentan y los que no, llegan a nuestros blogs buscando eso, nuestros blogs. Pero cada vez que estudiamos las estadísticas del blog y comprobamos las sendas de llegada recibimos una lección de humildad. En mi caso, después de años, sigo recibiendo diariamente visitas de personas que le preguntan a Google cómo se hace un cuaderno de apuntes, cómo se adorna un cuaderno de apuntes o quién inventó el cuaderno de apuntes (de lo absurdo de estas preguntas ya hablaré otro día). Por no mencionar a los que esperan encontrar apuntes de tal o cual materia. Algo así como “El rincón del vago”, más o menos.

Por eso, al menos de momento, siento que mi deuda con los confundidos está saldada con esta penitencia.

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