Al 2017 no le pido nada. Nada más allá de salud para mí y la gente que quiero. Nada más y nada menos.
Y es que creo que el resto está en nuestras manos. Somos nosotros los que tenemos que dar, que ofrecer y que pelear. Los que tenemos que salir de la zona de confort y arriesgar, porque si no, no hay triunfo que merezca la pena.
En 2016 volví a la universidad. Volví al gimnasio. Rompí algunos esquemas. Mantuve otros. Vi a Muse en concierto. Y a Bryan. Y a Fangoria. Y a Duncan Dhu. Los recuerdos de todos y cada uno de esos momentos me acompañarán siempre.
En 2016 viví un verano intenso y algo loco. En general, no todo fue bueno, pero no todo fue malo. Sería ingrato quejarme porque no soy la misma que hace un año, y eso indica que estos doce meses han merecido la pena.
2017 se presenta incierto. Turbulencias laborales aparecen por el horizonte pero me remito a lo dicho: será cuestión de pelear. De no rendirse. De sonreír. De ser cada vez más rubia y llevar los labios cada vez más rojos. De ser valiente y de dejar atrás aquello que no ayuda, no suma, no aporta.
Nos leemos, gente. Sed felices.