San Pedro Monóculo, abad cisterciense. 29 de octubre.
Pedro nació en una noble familia francesa en el siglo XII. Su madre era prima del rey Luis "el Gordo" de Francia. Según su "vita", desde niño fue piadoso, inclinado hacia todo lo que fuera bueno y muy devoto de la Madre de Dios. Siendo jovencito tuvo una visión en la cual veía a una hermosa señora sentada en un trono en medio de un salón. Cuando Pedro quiso acercarse a la bella mujer, le salieron al encuentro dos perros negros enormes para devorarlo. Pero la señora, con solo un gesto, ahuyentó a los perros y dijo a Pedro: "No temas, hijo, no temas, que seguro estás en mi presencia". Al terminar la visión Pedro entendió que aquella señora era la Santísima Virgen, quien le protegería siempre, por lo cual se determinó a ser religioso para mejor honrarla.
En su tiempo la Orden mariana por excelencia era el Císter, así que Pedro pidió el hábito en el monasterio de Igny, donde le recibió el abad Guerrico. Aunque, según la "vita", quien re recibió en verdad fue la misma Madre de Dios, a quien el santito Pedro vio a la puerta del monasterio invitándole a entrar. Muy pronto avanzó el novicio Pedro por los caminos de la perfección monástica. Oración, penitencia, silencio, canto y estudio eran sus delicias. Sin embargo, como era joven y de noble cuna, levantarse a medianoche a Maitines se le hacía muy difícil, y en ocasiones se quedaba dormido en la oración nocturna. Sentía Pedro como le despertaban suavemente y durante tiempo pensó que sería algún monje quien le hacía aquella caridad, hasta que un día logró ver a su ángel de la guardia como le mantenía atento.
Padecía el santo de unos terribles dolores de cabeza, que a veces le impedían estar incluso de pie. Eran tan frecuentes y tan fuertes, que llegó a saltársele un ojo, quedando tuerto, y de ahí su sobrenombre "monóculo". A este percance el santo reaccionó con humor diciendo: "Gracias a Dios que tengo un enemigo menos". Los dolores de cabeza terminaron un día en el cual luego de sobreponerse a ellos para no salir del coro en medio de la oración, al recibir la santa comunión, se vio caer de su cabeza una enorme piedra que dejó una marca en el suelo. Desde entonces fue libre del malestar. También padeció durante años una dolorosa fístula, la cual no se remediaba con nada, sino por milagro le desapareció un día, luego largas oraciones.
Su abad le quería mucho, por lo cual le nombró prior del monasterio, para tener una fiel ayuda. Poco tiempo después los monjes de Vallderey le eligieron abad. Fue un buen pastor, fiel a la Regla, y llevó a sus monjes por el buen camino, siendo el monasterio un ejemplo para todos los demás. Cuando murió el abad Guerrico, los priores y abades de todos los monasterios filiales a Igny fueron a elegir abad para la abadía. Estando de camino Pedro pidió al Señor le diese a conocer por quien debía de votar, y oyó una voz que le dijo: "En cuanto veas al primer monje, sabrás lo que deseas". Y estando de camino, halló a un monje que iba a la elección, e hicieron el camino juntos, de pronto le preguntó Pedro sobre quien creía debía ser el abad. El monje, sin dudarlo, le dijo: "Padre, ninguno conozco más digno que vos". No contento con aquella respuesta, el santo insistió al monje sobre quien debía votar, y este le replicó: "Por lo que a mi toca no nombraré a otro. Vos seréis el abad porque así lo desean todos los monjes". Y así ocurrió, nuestro santo fue elegido abad con todos los votos menos el suyo.
Como había sido hasta ahora, Pedro fue el primero en la obediencia y la caridad. Elegía los trabajos más rudos, cuidaba a los monjes enfermos, y por más enfermo que estaba no cejaba en la penitencia y el cumplimiento de los horarios. El abad San Gerardo de Claraval (8 de marzo) le envió a un monje rebelde, llamado Hugo, para que Pedro le enmendara con sus ejemplos de rectitud y caridad. Pero por más que lo intentó el santo, nada lograba. Ni las exhortaciones ni los castigos eran mella, pues el infortunado monje llegó a asesinar a Gerardo en su visita pastoral a la abadía de Igny.
Era Pedro devotísimo de las ánimas del Purgatorio, y siempre buscaba aliviar sus penas y llevarlas al cielo con sus oraciones y penitencias. Vivía cerca de la abadía un soldado llamado Balduino quien no era buena persona, y todos le temían. Solo respetaba él a nuestro santo, al cual llamó cuando estaba en la última agonía. Cuando Pedro llegó junto a su lecho le halló mortal, y privado del habla. Entonces el santo hizo oración y Balduino pudo confesar sus culpas con gran arrepentimiento, llegando a prometer a Dios que si sanaba, lo dejaría todo y tomaría el hábito en Igny. Y sanó el hombre, pero entonces su mujer le prohibió abandonarla, amenazándole con llevar el pleito ante el papa. Balduino desistió de su promesa y al poco tiempo murió, yendo al purgatorio por no cumplir lo prometido. Desde allí se le apareció varias veces a Pedro, pidiéndole sufragios por su alma. 30 días oraron los monjes por él, y al cabo, su alma entró al cielo.
En 1179, Enrique, abad de Claraval, fue preconizado obispo y creado cardenal por el papa Alejandro III. Entonces todos los abades miraron hacia nuestro santo para sentarle en la silla de la abadía de Claraval, lo cual le convertiría en un personaje ilustre. Pedro se espantó y huyó de su abadía para refugiarse en una de las granjas del monasterio, pero fue hallado escondido entre las yerbas y fue obligado a obedecer lo que todos veían era la voluntad divina. Cuéntase que el mismo día en que había de partir hacia Claraval, enfermó su amigo el monje Gilberto, que le dijo al santo: "¿Será posible acaso que violéis nuestra amistad, yéndote y dejándome así, enfermo?" Y el santo, luego de hacer una oración, dijo a Gilberto: "Pues levántate y vamos, que esta enfermedad no te molestará más". Y el otro se levantó perfectamente sano y nunca más enfermó. Los monjes de Claraval acogieron a Pedro con cariño, sabiendo que sería un fiel sucesor de San Bernardo (20 de agosto), como realmente demostró ser nuestro santo en cada obra o palabra. El gobierno no le separó de la oración ni del silencio, y siempre que podía tenía sus ratos de meditación en el coro. Era paciente y humilde, enemigo de perturbar con asuntos del mundo y de gobierno la paz de los monjes. Tuvo don de conciencias, y sabía cómo animar a cada uno de sus súbditos, sin escandalizar a los demás y llevándoles siempre por el buen camino. De su pariente el rey Luis logró Pedro numerosas prebendas, exenciones y beneficios para el monasterio, lo cual no significó que los monjes faltaran a la pobreza o a la caridad.
En 1182 el papa Lucio III, cisterciense también, le llamó junto a él en Roma, admirado de todo lo bueno que se decía de Pedro. El papa le recibió con honores de embajador, y quiso confesarse con él. Lucio, ya mayor, quería renunciar al papado e irse como un simple monje a Claraval. Pero Pedro le reveló que grandes cosas haría aún por la Iglesia. Y realmente fue así, pues Lucio III fue quien sentó las bases de la futura Inquisición Romana. A cambio, el papa le ayudó a Pedro a fundar un monasterio en absoluta pobreza y sujeto a Claraval. Además, para susto de nuestro santo, le nombró Juez, junto al Abad de Císter, para la causa emprendida contra la Orden de Grandmont, fundada en el siglo XI por San Esteban (8 y 13 de febrero), y que necesitaba urgentemente ser revisada. Hay que decir que la reforma llevada a cabo por el papa y sus jueces estuvo lejos del espíritu del santo fundador, pero eso daría para muchas otras entradas.
También le encomendó el papa una legacía ante el emperador Enrique VI. Terminando esta, pasó junto a otros monjes por la catedral de Spira, donde estando hablando con unos canónigos, un monje preguntó a quien estaba dedicada aquella maravillosa catedral. – "A la Santísima Virgen", fue la respuesta. Y el santo soltó sin pensarlo – "Yo ya lo sabía". Todos quedaron extrañados que aquella aparente falta de humildad, por lo que al salir, el Abad de Císter le preguntó al santo como sabía aquello. – "Me parecía que una iglesia tan magnífica no podía estar dedicada sino a tan gran Señora", fue la respuesta. Pero el otro no quedó convencido, pues la respuesta le parecía solo una respuesta humilde, así que le mandó que le dijera la verdad. Y Pedro confesó: – "Cuando estaba orando y pidiendo a Dios perdón de mis culpas y pecados se me apareció la Virgen Santísima, y me echo la bendición que en la Orden se acostumbra decir el abad sobre los monjes que van de camino".
Luego de regresar a Claraval, Pedro debió comenzar una serie de visitas a los monasterios y abadías, para revisar cómo se llevaba la observancia de la Regla en cada casa. A mediados de octubre de 1186, estando en la abadía de Foigny, se sintió morir. Al advertirle su amigo Gilberto de que les quería dejar para siempre, Pedro le reveló: – "Así lo juzgo y así lo espero, porque he suplicado mucho a Dios que este año me saque de esta mortal vida". Los días no hicieron sino demostrar que el santo abad se apagaba. Los monjes quisieron llevarle a una habitación más caliente, pues él estaba en la hospedería, sitio donde siempre dormía en sus visitas, pero Pedro se negó a moverse, queriendo morir como un simple monje acogido. Recibió la Extremaunción el día 28 por la tarde, al tiempo que advertía que moriría al día siguiente. El día 29, al alba, los monjes acudieron junto a él, y desde su lecho, les bendijo con la mirada, pues ni moverse podía. Luego expiró dulcemente, con los ojos clavados en la imagen de la Santísima Virgen que le habían llevado. Fue sepultado en Claraval, junto al cuerpo del abad mártir San Gerardo, al cual ya mencioné.
Fuente:
-"Medula Histórica Cisterciense". Volumen 3. R.P.F Roberto Muñiz O.CIST. Valladolid, 1784.
A 29 de octubre además se celebra a
Santa Hermelindis de Brabante, reclusa.
San Sigebert, rey, monje y mártir.