Revista Sociedad

De Unamuno y Amenábar

Publicado el 13 octubre 2019 por Abel Ros

El otro día vi: "Mientras dure la guerra", la última de Amenábar. Hacia años que no iba al cine. Tantos que ni siquiera estaba casado ni peinaba tantas canas. La figura de Unamuno siempre atrajo mi atención. En los años de instituto leí: "San Manuel Bueno Mártir" y, desde entonces, siempre he estado vinculado a Miguel. La película, si quieren que les diga la verdad, me dejó con mal sabor de boca. El relato de la guerra, me pareció demasiado neutral. Tanto que Alejandro pasa de puntillas por la cara más cruda de la contienda. Más allá de los paseíllos y los cadáveres en la cuneta faltó algo más de preámbulo sobre la vida en la República. Aparte de esta observación, me gustó el retrato que se hace de Unamuno. Un retrato que, sin embargo, no ha contentado - por las críticas leídas - al gran público. Y no ha contentado, como les digo, por el carácter contradictorio de Miguel. Por ese repliegue a los sublevados desde su alma republicana.

Tras salir del cine, visité a Peter. Según él, Unamuno no estuvo a la altura de las circunstancias. Su carácter arrogante impedía que vislumbrara los nubarrones en el horizonte de la plebe. No fue consciente de la crudeza del momento, ni tampoco se mostró receptivo ante los cientos de cartas que recibía con mensajes de socorro. El manto del prestigio social impedía que su Quijote interior percibiera la realidad con los ojos de escudero. Solo cuando los correveidiles de Franco arremetieron contra Salvador y Atilano, sus amigos de tertulia. Solo cuando vio afectada su zona de confort, fue cuando Miguel recobra la compostura. Y es en ese momento, cuando nuestro autor se enfrenta a Millán Astray en el Paraninfo de Salamanca. Carga contra la mediocridad de los sublevados, ridiculiza el razonamiento legionario y arriesga su vida ante la visibilidad de sus ideas.

La valentía de Unamuno estuvo salpicada por las manchas de su solapa. Manchas por su atornillamiento al sillón del rectorado, por sus donaciones a los sublevados, y por su apoyo - en nombre de la universidad - a la causa franquista. Tales manchas fueron - según Manolo, el cuñado de Peter - por los miedos y temores de Miguel. Por su temor, claro que sí, a correr el mismo riesgo que masones, rojos y protestantes. Y por su miedo a dejar huérfanas de padre y abuelo a sus hijas y nieto. Esa condición, de lo humano por encima de lo ideológico, explica por qué don Miguel se cambió tantas veces de chaqueta. Si hoy, por hache o por be, se montara otro enfrentamiento civil. Si se montara otra guerra, me decía Peter, los callados del ahora serían los menos perjudicados. Lo serían porque solo los intelectuales, aquellos que hacen públicas sus críticas políticas, son los primeros que aparecen en el punto de mira. Y todo ello, Unamuno lo sabía. Sabía que no merecía la pena morir por las ideas. Y sabía que, en ocasiones, la contradicción es necesaria como protección ante la vida. Salir de la contradicción fue su perdición.

Por Abel Ros, el 13 octubre 2019

https://elrincondelacritica.com/2019/10/13/de-unamuno-y-amenabar/


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