Santa Edith de Wilton, virgen. 16 de septiembre.
Es Edith una santa antigua, pero cuya historia tiene plena actualidad, por las circunstancias de su nacimiento: Su padre, San Eduardo "el Pacificador" (8 de julio) forzó a una dama, la Beata Wulfrida (9 de septiembre) y producto de la violación nació Edith en 961, por lo cual, sus abuelos fueron San Edmundo I "el Magnífico" (26 de mayo) y Santa Ælfgifu de Shaftesbury (18 de mayo). Wulfrida, que no contó con el apoyo de Edmundo ni Ælfgifu, se retiró al monasterio de Wilton, donde luego de nacer su hija tomó el velo monástico y por sus influencias familiares, fue nombrada abadesa. Edith creció en el monasterio, sin conocer sus orígenes ni el mundo fuera de los muros del recinto. En 958 Eduardo había asumido el trono, pero no comenzaría a reinar en paz sino después del hecho y el nacimiento de Edith. San Dunstan de Canterbury (19 de mayo) impuso al rey una penitencia de siete años por su pecado, y cuando enviudó, intentó que Wulfrida se casara con él, pero ella ni quiso hablar de ello.
Edith tomó el hábito de monja a los siete años, aunque la Regla de la Comunidad no le obligó sino hasta los 12. Sin embargo, desde pequeña participaba en la Liturgia, pues pronto aprendió a leer, escribir y cantar. Siempre fue piadosa y obediente, y muy hábil para los estudios y el trabajo, jamás rehusó un oficio por bajo que fuera. El monasterio, como casi todos los de su tiempo, combinaba la vida contemplativa con la activa, y Edith encarnó esta doble vocación a la perfección, sin perder tiempo socorría a los enfermos del hospital, y oraba intensamente, ayunaba y se penitenciaba fuertemente, pero no por eso disminuían sus fuerzas. Fue una verdadera hermana y madre para los pobres. Entre sus devociones preferidas estaba la de la Santa Cruz, llamando a Cristo Crucificado "el mejor remedio para el cuerpo y el alma".
Cuando Edith tenía 15 años, Eduardo, su padre, la reconoció formalmente como hija, y le ofreció ser abadesa del monasterio que ella deseara, pero Edith no aceptó, prefiriendo ser una religiosa más en su monasterio. En 975 murió el rey Eduardo, y como su hijo San Eduardo "el Mártir" (18 de marzo y 20 de junio, traslación de las reliquias) era aún pequeño, muchos nobles hicieron un juego político para que Edith asumiera la regencia en nombre del pequeño, pero Edith lo rechazó, probablemente aconsejada por su madre, que conocía muy bien a los nobles y los vaivenes del trono. Con la herencia que su padre le dejó, Edith fabricó la bella iglesia de San Dionisio, y anexa a esta, un pequeño hospital que atendía a 13 enfermos, en memoria del Señor y los Apóstoles.
Fue Edith cercana a San Dunstan, el arzobispo, el cual en una ocasión tomó su mano, agarró el pulgar y le dijo "no permita Dios que este dedo que tanto ha hecho la señal de la Santa Cruz, se pudra jamás". Acto seguido se dispuso a cantar misa y llegada la consagración se echó a llorar. Su diácono le preguntó que que era aquello, y el santo prelado le respondió: "Es que esta alma escogida por Dios, esta piedra preciosa, esta estrella reluciente, se oscurecerá y morirá de aquí a 43 días". Y así fue, Edith falleció el 16 de septiembre de 984, con 23 años. San Dunstan la hizo sepultar en la iglesia de San Dionisio. En 997 Edith se apareció a Dunstan, pidiéndole elevara sus reliquias, pues producto de ello grandes portentos ocurrirían. Así se hizo y se comprobó lo profetizado por Dunstan: el cuerpo estaba totalmente en los huesos, excepto el dedo pulgar derecho, que permanecía sonrosado y por ello fue puesto en un relicario aparte.
Fuentes:
-"The Queens Before the Conquest". Volumen 2. MATTHEW HALL. Londres, 1854.
-"Vidas de los Santos". Tomo X. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.
A 16 de septiembre además se celebra a
San Cipriano, obispo y mártir.
Santa Therence de Auvernia, virgen.