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De visita al Monasterio de Piedra

Por La Viajera Incansable @viajoincansable
De visita al Monasterio de Piedra

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En medio de un sorprendente paisaje de rocas, agua y una vegetación exuberante que contrasta con el paisaje aragonés que lo circunda, áspero y seco en extremo, se empezó a levantar este monasterio cisterciense allá por el siglo XII.

En 1186, Alfonso II de Aragón y su esposa, Sancha de Castilla, donaron a los monjes de Poblet el castillo de Piedra con el objeto de fundar allí un monasterio cisterciense. Doce monjes, con Gaufrido de Rocaberti (primer abad de Piedra) a la cabeza, salieron de Poblet el 10 de mayo de 1194 hacia tierras aragonesas con la bendición del abad Pedro Masanet, que gobernó el monasterio catalán entre 1190 y 1196.

Los monjes se establecieron en la orilla izquierda del río Piedra, en un monasterio provisional llamado de Piedra Vieja, construido en madera y adobe. Los edificios del Monasterio de Piedra Nueva empezaron a construirse en 1203 y el 16 de diciembre de 1218 se hizo la ceremonia de traslación de la comunidad desde Piedra Vieja a Piedra Nueva, la cuarta y definitiva ubicación de la abadía.

El Monasterio de Piedra se encuentra en la Comunidad aragonesa de Calatayud, relativamente aislado, a 2 km del pueblo de Nuévalos (C-202) y a unos 100 km al sudoeste de Zaragoza (por la A-2) Viniendo en coche por la A-2, se toma la salida 231 (Nuévalos - Monasterio de Piedra). El automóvil se puede dejar en las zonas habilitadas junto a la entrada al recinto, que son exteriores y gratuitas. También se puede llegar en tren (Alvia, AVE), con parada en Calatayud, y en autobús (existen líneas que van a Nuévalos y directamente al monasterio)

Llegamos al recinto del complejo un caluroso domingo de mediados del mes de agosto pasado. Tras dejar el coche aparcado, vimos desde el exterior la muralla del monasterio, de la que sobresale la llamada "Torre del homenaje". Los monasterios medievales fueron comunidades de monjes que vivían en clausura. Su poder político y económico permitió edificar grandes complejos de edificios que se rodeaban con una muralla para, por una parte, permitir el aislamiento de los religiosos y la sociedad civil y, por la otra, para protegerse de las agresiones y violencias propias de la época.

El paseo hasta las taquillas del monasterio discurre entre árboles, bancos y alguna que otra fuente. Las entradas (que es mucho mejor adquirir por Internet para evitar colas y beneficiarte de un descuento) se venden en las ventanillas de la plaza central desde la que se accede al restaurante y bar, a la tienda de recuerdos, se accede al parque y, descendiendo las escaleras de la derecha, se llega al monasterio propiamente dicho, justamente al lado del Hotel Monumento.

La entrada incluye la visita al parque, visita guiada al monasterio cisterciense y exhibición de aves rapaces (según temporada)
-Spa: Circuito hidrotermal de 75 minutos de duración (incluye toallas, chanclas y gorro); acceso a partir de 14 años
-Con la entrada en línea, se puede almorzar en el restaurante Reyes de Aragón con un 10% de descuento

La iglesia

La comunidad cisterciense que durante siglos ocupó el convento vivió en relativa tranquilidad, si se la compara con otras comunidades, hasta la llegada de la desamortización en el siglo XIX. Entonces los monjes tuvieron que dejar el monasterio para no volver jamás. En 1840 fue comprado en subasta pública por el industrial catalán Pau Muntadas i Campeny y pasó a ser de propiedad privada. En la actualidad sigue siendo una propiedad particular que se explota como complejo turístico.

Hicimos la visita por libre, sin guía, empezando por la iglesia de la abadía, hoy en ruinas y con lo poco que queda en pie extremadamente deteriorado. La cubierta de la nave no existe y la parte superior de los muros donde se apoyaban las bóvedas se encuentra muy mutilada. En su momento fue una gran iglesia de tres naves, crucero y cinco capillas radiales en la cabecera. Las bóvedas de crucería se debieron apoyar sobre gruesos pilares cruciformes, los mismos pilares que separaban las naves. Las ventanas que se abren en la parte superior del muro son románicas y algunas todavía conservan una parte de la decoración en forma de celosías mudéjares.

De visita al Monasterio de Piedra

Al fondo de la nave central destaca el ábside poligonal y sus cinco ventanas románicas, que se cubre con una estructura de bóvedas góticas con nervaduras apoyadas sobre columnas cortadas a la mitad, como si fueran ménsulas. Junto a la iglesia se levantan una pequeña sacristía abovedada y una torre campanario barroca, construida en ladrillo con decoraciones de estilo mudéjar.

En la fachada sudoeste hay un pórtico del románico tardío con arco de medio punto y cinco arquivoltas abocinadas apoyadas en columnas con capiteles decorados en motivos vegetales.

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Hoy día, la entrada a la iglesia se hace desde el claustro recorriendo, al igual que hacían los monjes, alguna de sus cuatro pandas abovedadas con arcos ojivales y de aristas vivas que confieren al conjunto un aspecto severo y monumental, y a través de la Puerta de Santa María.

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La Puerta de Santa María era un espacio reservado al conocimiento. Aquí se ubicaba el armarium, una alacena usada como biblioteca, y el banco corrido, utilizado como lugar de lectura.

Durante los siglos XIII y XIV, algunas familias nobles protectoras de Piedra eligieron fijar su sepultura familiar en esta parte del claustro. En el siglo XVIII, se transformó este espacio para acoger un retablo de estilo barroco decorativo, en yeso policromado, dedicado a San Benito, Santa Escolástica, Santa Gertrudis y la Ascensión de la Virgen.

Su ubicación al sur de la iglesia abadicial responde a un mayor aprovechamiento de la luz del sol. Es de planta rectangular y a su alrededor se articulaban las dependencias donde vivían los monjes.

Los cistercienses eran partidarios de construir edificios diáfanos y luminosos. San Bernardo recomendaba que las abadías estuvieran desornamentadas para evitar que los monjes se distrajeran de sus obligaciones. Por esta razón, capiteles y claves se decoraron con temas vegetales, que simbolizan la floración del alma en presencia de Dios.

La sala capitular era la habitación en la que se reunían el abad y los monjes, una vez al día, para leer y comentar la Regla de San Benito y tomar decisiones relativas al gobierno del monasterio.

La portada, abierta al claustro, es tripartida y está concebida como un monumental arco de triunfo. El interior es un espacio muy diáfano, de planta cuadrada, dividido en nueve tramos abovedados en crucería simple, soportados por columnas embutidas en el muro (llamadas cul de lampe) y cuatro pilares de sección octogonal con medias columnas en los frentes.

El refectorio era el comedor de la abadía. Fue construido hacia 1250 y es de planta rectangular.

En 1413, el Papa Luna, Benedicto XIII [entrada del blog], donó 1.000 florines de oro para que se pudieran construir sus tres bóvedas de crucería, cada una de las cuales tiene seis nervios y clave única. Las ventanas en arco de medio punto corresponden a la fase constructiva del siglo XIII y las de arco apuntado, al pleno gótico del siglo XIV.

Los monjes cistercienses hacían dos comidas diarias, almuerzo y cena. Ambas transcurrían en silencio, mientras escuchaban una lectura que se realizaba desde el púlpito. Las mesas se disponían formando una U, de modo que el abad les presidía y era más cómodo el servicio de alimentos y bebidas desde la cocina.

El refectorio es también el lugar en el que se expone una reproducción del tríptico relicario que Martín I de Aragón donó al monasterio cuando todavía era duque de Montblanc [entrada del blog].

Se trata de un excepcional mueble litúrgico fruto de la carpintería gótico-mudéjar encargado por Martín de Ponce, abad del monasterio, en el año 1390. Estaba destinado a exhibir la reliquia del Santo Misterio de Cimballa, una hostia que había sangrado milagrosamente ante las dudas de un clérigo que no acababa de creer en la transformación del pan y el vino en cuerpo y sangre de Cristo.

Después de la desamortización de Mendizábal, la reliquia se llevó al cercano pueblo de Cimballa y, desde 1851, se encuentra en la Real Academia de la Historia de Madrid.

La cornisa que corona el relicario es de madera tallada y dorada. En la parte inferior, en el friso, están representadas 16 figuras separadas por columnillas que componen un apostolado con curiosidades iconográficas. En la parte superior, con relieve, se desarrolla una decoración de mocárabes que termina con arquillos mixtilíneos entre los que se distribuyen, pintados, hasta 15 escudos de armas

Las alas del tríptico están decoradas por ambas caras; las del anverso contienen, dentro de un marco de lacerías y estrellas de ocho puntas, pinturas con 16 escenas de la vida de la Virgen ("El abrazo ante la Puerta Dorada", "El nacimiento de la Virgen", "La presentación de la Virgen en el templo", "La anunciación", "La visitación" y "La natividad"); en el lado derecho, seis escenas sobre la pasión de Cristo ("El prendimiento", "El lavatorio de Pilatos", "Cristo crucificado ante las santas mujeres", "El calvario" y "El descendimiento"); las alas del reverso muestran lacerías con motivos estrellados y contiene pinturas con ocho ángeles músicos (cuatro a cada lado), enmarcadas con arcos apuntados y lobulados que, cuando el tríptico estaba abierto, cumplían una función importante: contribuir simbólicamente, tañendo sus instrumentos, a la adoración de las reliquias

La cocina del monasterio fue construida en el siglo XIII. Su ubicación en el claustro obedece a la comodidad de uso en relación con el refectorio y la cilla.

Consta de planta cuadrada cubierta con bóveda dividida en ocho nervios, con la peculiaridad de haber conservado el tiro central para la evacuación de humos y cuatro tiros supletorios laterales.

El fuego se ubicaba en el centro de la sala y en él se cocinaban los alimentos para toda la comunidad. La base de la alimentación cisterciense era el pan, las legumbres, el arroz, la fruta y las verduras. Los días de fiesta, sin embargo, podían consumir pescado, carne y dulces confeccionados a base de miel y frutos secos.

En la cocina de Piedra se consumió chocolate por primera vez en Europa. De ahí que en esta sala se exhiba una exposición sobre cómo el monje cisterciense fray Jerónimo de Aguilar, que acompañó a Hernán Cortés, envió el primer cacao junto con la receta del chocolate al abad del Monasterio de Piedra Antonio de Álvaro.

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Construido en el siglo XIII, de planta cuadrada, con arcos y ventanales, el calefactorio era la única habitación del monasterio dotada de un sistema de calefacción por glorias de aire caliente en el piso inferior del que se conservan los túneles. Era aquí donde los monjes pasaban el invierno, se rasuraban el pelo y preparaban los materiales necesarios para la copia e iluminación de manuscritos que se llevaba a cabo en el scriptorium o sala de monjes anexa.

De visita al Monasterio de Piedra
De visita al Monasterio de Piedra

En el siglo XV, se aprovechó esta estancia para construir una escalera de la que aun pueden verse algunos testigos en la pared. Un siglo después, fue eliminada y se colocó una columna renacentista de orden corintio en el centro con el objeto de dar mayor solidez al suelo de la habitación situada en la segunda planta, donde estuvo, a partir de entonces, el archivo y la biblioteca.

El pasillo de conversos

Los cistercienses eran muy jerárquicos. Distinguían entre monjes sacerdotes, que eran profesos que podían rezar misa (reverendo, padre); por debajo de ellos, los monjes profesos (fray) y, por último, estaban los hermanos legos conversos, que no eran monjes, asumían las actividades más duras al servicio del monasterio y vivían fuera de él, normalmente en granjas. Los dos primeros ingresaban en la abadía con dote económica, a diferencia de los hermanos legos que, al no poder aportar dote, tampoco podían optar a hacer votos completos. Para no mezclarse con los otros religiosos, contaban con su propio acceso a la iglesia a través de la puerta y el pasillo de conversos, este último cubierto con bóveda de cañón.

Tras el pasillo de conversos encontramos la cilla o almacén de víveres del monasterio. Es un gran salón de dos pisos superpuestos. El primero está abovedado con medio cañón y arcos fajones, mientras que la bóveda del inferior es de medio cañón apuntado.

En esta estancia se puede ver, también, una pequeña muestra de los vinos con denominación de origen Calatayud.

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Acoge una colección de cuatro carruajes del siglo XIX pertenecientes todos ellos a la familia Muntadas.

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El pequeño río Piedra, que nace cerca de estos lugares, ha sido la materia prima para que surgiera un parque, en parte natural y en parte artificial. Grutas, lagos y, sobre todo, cascadas de formas caprichosas son los tres elementos que, entremezclados con la vegetación, otorgan a este lugar un encanto especial.

Un par de los parajes más concurridos que encontramos son la cascada conocida como "Cola de caballo", una auténtica cortina de agua que esconde una amplia cueva horadada por siglos de filtraciones llamada "Gruta de Iris", y el "Lago del espejo", un tranquilo lugar situado al pie de la llamada "Peña del diablo", una formación montañosa cortada en pico.

Posteriormente a la adquisición de la finca del Monasterio de Piedra por Pau Muntadas, su hijo, Joan Frederic Muntadas i Jornet, enamorado del lugar, lo reformó añadiendo caminos y accesos, y en el proceso descubrió la Gruta de Iris.

No son estas, sin embargo, las únicas piezas clave del parque del Monasterio de Piedra. Aquí van algunas más:

Muntadas hijo, además, creó en el lugar la primera piscifactoría de España en 1867, utilizando el agua del río Piedra para criar la trucha común y el cangrejo de río ibérico.

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ANEXO

Ya veis que el complejo da para un día completo de visita, con excursión y descanso al aire libre incluidos. La desilusión que me produjo ver lo poco que queda del monasterio quedó algo compensada con la visita al parque. Si, además, lo podéis redondear con un remojón en el balneario del hotel, pues mejor que mejor. Nosotros, esto último lo dejamos para otra ocasión y preferimos ir tras las huellas de la Dolores a Calatayud (¡futura entrada del blog!). De camino, el paisaje todavía nos obsequió con estas vistas...

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Quisiera recomendaros una parada en Nuévalos, de ida al monasterio. Huyendo del barullo de las paradas de suvenires y de los establecimientos hoteleros que pueblan la entrada al pueblo, nosotros tomamos la empinada calle que conduce directamente a la plaza. Guardo un muy buen recuerdo de ella y de la visita en general porque, de repente, todo se tornó en tranquilidad y sosiego. Las vistas que ofrece el mirador principal y otro improvisado al final de las calles bordeadas de viviendas bajas son de una gran calma.

→ Quizás te apetezca seguir leyendo sobre monasterios medievales. Si es así, este artículo te llevará hasta el condado de Devon, en Inglaterra. Haz clic en el título y ¡viaja!: Torre Abbey, el corazón de Torquay.


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