Revista Opinión

De voluntades generales y naciones

Publicado el 05 noviembre 2014 por Polikracia @polikracia

Definir el liberalismo, más aún tras el siglo XX, ha sido siempre cosa complicada, y dada la amalgama de familias con sus muy diversas creencias y proposiciones es difícil saber incluso dónde situarlo en el eje ideológico clásico. Quizás, como decían Dahrendorf y Berlin, las grandes características que pueden actuar como “consenso de mínimos” entre todas las familias liberales son la creencia en la autonomía del individuo, su perfectibilidad (que no perfección) y colocar a la libertad en el primer plano de su filosofía, sea cual sea el contenido que luego le demos a esta.

Liberal, al fin y al cabo, es lo que me considero, y puede que por ello le tenga una especial desconfianza a dos términos que están muy de moda últimamente: “Pueblo” y “Voluntad general“. Y en este artículo no me referiré a ellos aplicados al conjunto de toda España, sino muy concretamente a Cataluña, donde su utilización reiterada da unos tintes nauseabundos a un proceso por el “Derecho a decidir” que debería avergonzar tanto a Govern como al Partido Popular y a los que han sido cómplices de semejante cadena de aberraciones.

Empezando por el de “Voluntad general“, el tal término de herencia Rousseauniana tuvo su eco en la Revolución Francesa y, entre otros, en los escritos del abate de Sieyès, que en su famoso “¿Qué es el Tercer Estado?” ya empleaba este concepto para representar una suerte de “Voluntad de la nación” de la que excluía a los nobles parasitarios y los vendidos a ellos (peores aún que los primeros, pues defendían el Antiguo Régimen a capa y espada, dado que era su fuente de subsistencia) que terminaría imponiéndose y de la que emanaban las leyes que eran justas y debían ser promulgadas. Nada cabía frente a la “Voluntad General“, que de tan iusnaturalística suerte acabaría triunfando frente a los que se oponían a ella.

Hoy la tal palabra viene acompañada normalmente de “Pueblo“, que ya no se refiere solamente al conjunto de habitantes de un territorio, “Ciudad o villa” o “población de menor categoría” (Definiciones del DRAE, entiéndase la última como que no alcanza una determinada cantidad de habitantes y otros requisitos para que se lo incluya en “ciudad”), sino que hace alusión a un ente que desborda los márgenes de la individualidad y reúne a esos diversos seres autónomos en una manifestación única de pensamiento. Así “El pueblo quiere A” o “Es la voluntad del Pueblo que…” dan para magníficos eslóganes, pues este término, en asociación con el anterior, proyecta una imagen de fuerza, mayoría y peso.

La voluntad de un pueblo“, que viene que ni anillo al dedo, ha sido uno de los estandartes de la campaña pro-referéndum, y para qué engañarnos, también pro-secesión, en Cataluña. Y lo que nos debería chirriar es que los actores favorables a la tal posición hayan conseguido que semejante mensaje cale y que se convierta en una reclamación que a primera vista parece de lo más lógica: “Queremos votar nuestra permanencia, o no, en España” porque: A) Es la voluntad del “pueblo catalán” y B) “Es lo democrático”. De esta última falacia no me ocuparé, porque ya Roger Senserrich y Francisco J. Laporta, entre otros, han cargado tintas contra ella, y me centraré en el presunto sujeto de la primera proposición.

Y es que lo de “El pueblo catalán quiere…” me choca, y me choca mucho. Porque si bien es cierto que según las encuestas el apoyo a un hipotético referéndum de permanencia es alto entre la población catalana, no es menos cierto que todas y cada una de ellas han ido dando la victoria a un “sí” a la continuidad dentro de España, ya sea en los términos actuales o con nuevos ajustes competenciales. Y por ello palabras procedentes del bloque independentista, alegando que es lo que desean “los catalanes”, haciendo una descarada campaña en favor del “Sí” a la independencia (¿en qué presunta pregunta meramente consultiva se hizo campaña, también desde el gobierno, de una opción?) y hablando de la “Voluntad de Cataluña”, como si esta fuese un sujeto titular de derechos son un puñetazo en la mandíbula del Estado de Derecho. Es cierto lo de que “We govern territories, not individuals” (Kris Deschower) pero no menos que esos derechos de individualidad civiles y políticos han sido una de las grandes conquistas en el camino a la democracia, y laminar la libertad de pensamiento bajo estas mascaradas no parece recomendable.

Debe quedar claro que no me opongo ni a la idea de patriotismo ni al sentirse del territorio que uno quiera. Igual que yo me siento gallego y español habrá otros que se consideren apátridas, ciudadanos que crean que Cataluña es su país y algunos que se planteen su pertenencia a Alderaan. Todas ellas opciones respetables dentro del ejercicio de las libertades, pero desde luego no impuestas por la vía de presuntas “voluntades” que trasciendan la opinión del individuo. Y aquí me refiero también a un Partido Popular estancado en una visión de “Unidad de destino en lo universal” que tampoco refleja la realidad de lo que sucede al este de la Península Ibérica. Porque quizás José Luis Rodríguez Zapatero no andaba desencaminado al decir que “es discutido y discutible el concepto de nación”, y que la crítica a las falacias históricas (léase el 1714 interpretado de forma España vs Cataluña) no va a menoscabar el sentimiento de pertenencia a una nación catalana de aquel que la ha adoptado como propia.

Dos frases, de Ernest Renan y de Ortega y Gasset, quizás puedan aclarar esto último. La primera, del francés, dice que “la nación es un plesbicito diario“, mientras que el español, ¡qué acertado título el de “La España Invertebrada”!, venía a decir que toda nación es “proyecto de futuro en común“, y en el momento en que este se desvanece entonces comienzan los problemas. Así ha sucedido en Cataluña, y el PP no puede negar el crecimiento de la popularidad de la opción independentista y que quizás ese “plesbicito diario” esté comenzando a generar unos resultados poco halagüeños para la permanencia en España. Una consulta pactada, con preguntas bien diseñadas y buscando maximizar la traducción de las preferencias de los ciudadanos sería una magnífica idea.

Aunque tras el interminable laberinto en el que se ha convertido el “Proceso“, con una ERC crecida que amaga Declaraciones Unilaterales de Independencia mientras duda entre gobernar por fin en la Generalitat o recoger el guante de Mas y concurrir en unas elecciones con candidatura única, un PP que se desploma, un PSC desnortado y Artur Mas firmando un decreto de consulta tan aberrante jurídicamente como la nueva mascarada preparada para el 9-N parece bastante complicado que impere una opción dialogada y sensata. Sea cual sea el resultado que finalmente acabe dándose en esta larga travesía solo puedo esperar que no triunfen las opciones de “Yo, el pueblo” o “La voluntad general” que hace unos párrafos criticaba. Quitar la voz a los ciudadanos en nombre de entelequias que quieren expresarse, o que dan por asumido su triunfo por encima de las opiniones, es hacerle un flaco favor a la democracia y a los derechos que tanto ha costado conquistar.


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