En el mes de Febrero viajé de nuevo a Hungría. Fueron dos semanas maravillosas, en las que me he reencontrado, además de con amistades y seres queridos, con ese maravilloso país que fue mi casa durante 6 años. Con la vibrante Budapest, la tranquila Szeged y, por supuesto, la Hungría rural, tierra de gente extraordinaria, y lugar del buen beber y mejor comer.
Durante los últimos meses no he podido estar muy activo con el blog, y hay bastantes temas de los que escribir. Como comenté en entradas previas, desde el verano pasado ya no vivo en Hungría, por lo que el haber pasado casi medio año fuera y haber vuelto allí me ha permitido tomarle de nuevo el pulso al país magiar. Así que me he decidido a escribir un par de entradas sobre mis impresiones en esta vuelta a Hungría. He aquí la primera.
Mucha lluvia y poco frío para estas fechas me recibieron en el aeropuerto Liszt Ferenc, que siempre será Ferihegy por mucho que le cambien el nombre, más aún cuando se divisa desde la autopista la vieja y abandonada terminal 1, desde que Malév recogiese las alas para siempre. Pocos cambios desde que el Julio pasado hiciese las maletas. Se ha terminado la renovación de Nyugati tér, nuevos tranvías CAF recorren los raíles de la capital junto a los viejos Ganz naranjas, pero pese a la lenta renovación de Budapest, la ciudad mantiene esa atmósfera que encandila, enamora y se añora en la distancia. Esos edificios palaciegos decimonónicos de la época del imperio austrohúngaro, con las paredes manchadas de la contaminación de décadas, desconchadas por el paso del tiempo, con sus enormes ventanales de madera, techos altos, que pueblan las enormes avenidas, confluyendo en enormes plazas llenas de viejos tranvías, autobuses azules, taxis amarillos y marañas de cables, pequeñas tiendas, cafés y pastelerías take away, el eterno Danubio bajo los puentes de Budapest, cada uno con su personalidad, el edificio del parlamento, diseñado para gobernar un país tres veces más grande y con el doble de una población que comprendía magiares, eslavos, latinos o germanos entre otros. Algo de todo eso debe ser lo que fluye por la atmósfera de la ciudad, que entra a los pulmones, pasa a la sangre y te vuelve adicto como la buena droga, una adicción que hace echar de menos esta ciudad en la distancia.
La renovada plaza de Nyugati, con al estación de tren al fondo.
Estatua de József Attila junto al Danubio.
El parlamento de Budapest.
También volví a la pequeña, tranquila y meridional Szeged, donde el tiempo, sin duda, fluye a una velocidad distinta a la de la capital. Con sus escasos pero buenos restaurantes, la reinaugurada pastelería Kis virág (ya era hora de tener una buena alternativa a A Capella, cuyos pasteles cada vez son peores, pero que gozaba del monopolio en el centro), las calles sin apenas tráfico ni gente y bares en los que es difícil no encontrar mesa.
Como decía, en las últimas entradas, por falta de tiempo, no he podido hacer grandes reflexiones sobre lo que pasa o está pasando en Hungría. Pero ya va siendo hora de "hacer cuentas". Sin duda, aunque no es el mayor problema que tiene ahora el país, de lo que más se habla es de la ola migratoria. De esto escribí por última vez en Octubre, cuando Hungría acaparaba las entradas de telediarios y portadas de los diarios de medio mundo. Después de que se finalizase la construcción de la valla y se comenzase a patrullar la frontera con policía y soldados, la ruta migratoria se desvió por Croacia y Eslovenia, para llegar así a Austria y de allí a Alemania y Escandinavia. Desde entonces las entradas de inmigrantes ilegales a Hungría son muy escasas, pero existen. Yo mismo los he visto estos días, por los alrededores de Szeged, en grupos de una media docena de varones jóvenes caminando por las noches junto a las carreteras, rumbo a la Europa rica, rumbo a la vida soñada.
Hasta 100 nacionalidades ha registrado Hungría entre estos inmigrantes, la mayoría de ellos con motivos económicos, aunque un tercio son sirios, que pueden considerarse refugiados, si bien se niegan a solicitar el asilo en todos los países que recorren (su destino es sobre todo Alemania o Escandinavia, en un nuevo fenómeno que podría llamarse "refugiados a la carta"). Una imagen que ya se ha vuelto cotidiana, como lo fue en su día la de las pateras llenas de inmigrantes llegando a la costa española, con el objetivo de cruzar España rumbo a Francia y la Europa rica. Luego, cuando las "vacas gordas", se quedarían directamente en España. Y ahora, la nueva ruta es por los Balcanes, aprovechando la oleada de sirios e iraquíes que huyen, primero, de la guerra en sus países, y luego, de los campamentos de refugiados turcos y jordanos, para establecerse en Europa occidental, creyendo en Angela Merkel y sus falsas esperanzas.
Al gobierno húngaro le llovieron palos por todos lados, lo cierto es que lo único que hizo fue, ante la falta de una respuesta coordinada a nivel europeo, rodearse de vallas y concertinas para que la ola migratoria se desviase al país de al lado (Croacia), una respuesta que quizás pueda considerarse cobarde, pero que probablemente era la única respuesta posible de adoptar en solitario por un pequeño país como Hungría, para evitar que se repitiesen imágenes de autopistas colapsadas por inmigrantes gritando el nombre de Merkel, o enormes campamentos en la estación de tren de Keleti, a la espera de que Austria reanudase el servicio de ferrocarriles desde Budapest, como escribí el Septiembre pasado, cuando los acontecimientos desbordaban a Hungría. Lo cierto es que el tiempo cada vez da más la razón a Viktor Orbán en esta materia. Si Austria le criticaba por enviar inmigrantes a su frontera o poner vallas en Serbia, ahora es Austria quien ha establecido numerus clausus de inmigrantes al día, y Austria ha sido también el primer país Schengen en poner vallas con otro miembro Schengen (con Eslovenia). Si Orbán dijo a los inmigrantes "por favor, no vengáis, el viaje es peligroso y nadie os garantiza que os podáis quedar", ahora, meses después, es Donald Tusk en calidad de presidente rotatorio de la UE quien copia sus palabras. Os dejo los vídeos en los links, igualitos, la única diferencia son las decenas de muertos en el Egeo que han ocurrido en el intervalo de tiempo. El resto de países de la ruta, como Croacia, Serbia y Macedonia ya han cerrado sus frontera y establecidos los numerus clausus. Mi sospecha es que Alemania ha ordenado frenar esta ola tras ver la que ha liado.
Eso sí, el gobierno de Fidesz y Orbán ha sabido aprovechar también en su beneficio esta crisis migratoria. Justo cuando su popularidad comenzaba a descender, cuando se hablaba de nuevo de las dificultades laborales de médicos o profesores, los escándalos de corrupción eran vox populi y el paso de los años no mejoraba el bolsillo del húngaro medio (ojo, no hablo de las usualmente manipuladas cifras macroeconómicas, sino de la microeconomía del ciudadano), explotó este problema, que no es culpa del gobierno y que les viene muy bien para que no se hable de otra cosa. En estos días que estuve, por ejemplo, la M1 (TV pública) no hablaba casi de otra cosa que de los inmigrantes atascados en Grecia y Macedonia, o de los cortes en la valla húngara por los que se cuelan a cuentagotas algunos de ellos.
Ya no están los vergonzosos carteles que puso Fidesz con frases como "si vienes a Hungría, no puedes quitar el trabajo a los húngaros", además escrita en húngaro (como si los inmigrantes lo fuesen a entender, y de hecho no tenían la menor intención de quedarse a trabajar en Hungría), vamos, que el objetivo electoralista y populista hacía más daño a la vista que la aparente xenofobia. Carteles con los que empezó con mal pie esta crisis y de la cual, ojo, ha salido muy favorecido, tanto a nivel nacional, donde la popularidad de Fidesz está a niveles máximos (tendrían mayoría absoluta de nuevo en unas hipotéticas elecciones), y ha logrado frenar el ascenso de la extrema derecha del Jobbik. A nivel europeo, el propio Orbán se ha mostrado como un hombre de fuerte liderazgo y de ser capaz de replicar a una Angela Merkel cada vez más desacreditada: niños ahogados en el Egeo, violaciones y robos a chicas alemanas, quema de centros de refugiados o el auge de la extrema derecha alemana que recuerda tiempos funestos son las consecuencias de las decisiones de una señora que debería dedicarse a otras cosas, no a la política. Claro que probablemente ella tan solo obedecía a su jefe Ulrich Grillo.
Sobre el tema de esta ola migratoria, interpretada inicialmente como una ola de refugiados, cuando en realidad es un movimiento migratorio global hacia Europa, hay una entrevista muy interesante al líder del LMP, el partido verde de centro-izquierda húngaro, opositor al gobierno de Orbán. Gracias al autor del blog Crónicas Húngaras, se puede leer una traducción al castellano de la entrevista, que me parece fundamental para comprender este fenómeno, del que se ha malinformado hasta la saciedad en España. Os dejo los links de las dos partes de la entrevista. Aquí la primera y aquí la segunda.
Avenida Andrássy
Castillo de Buda, desde el lado opuesto al Danubio.
Calle de Buda, en una lluviosa mañana.
Junto al resto de los países del grupo Visegrád, el llamado "bloque del este de la UE" parece haberse hartado de obedecer a Alemania en todo. Sometidos económicamente, se niegan a seguir siéndolo políticamente, con el tema de las cuotas de refugiados. Aunque la miopía de la prensa habla de xenofobia o racismo, lo que yo veo es un oportunismo electoral para tapar las deficiencias y las carencias que los 25 años de capitalismo en estas tierras han creado: pobreza, paro y miseria. Además de, claro está, una élite que vive a tope y una escasa clase media que puede tener una vida comprable a los estándares occidentales. El descontento se desvía a asuntos que los políticos pueden manejar con más habilidad. Eso sí, el tema de las cuotas no deja de ser un chantaje alemán para que se acepten sus dictados, bajo amenaza de retirar los fondos de cohesión en los países "pobres". De esto ya hablaré más adelante, porque estos fondos tienen poco de "donaciones".
Porque la economía húngara sigue por los suelos. Hace unos días salieron las estadísticas anuales de Eurostat, y de nuevo Hungría, junto a Rumanía, Bulgaria y Polonia ocupa los últimos puestos de las regiones de la UE en cuanto a PIB per cápita. La tabla puede consultarse aquí (en inglés). Ninguna novedad, en Bulgaria está la zona más pobre de la UE, Severozapaden, que apenas llega al 30% del PIB per cápita medio de la UE. Luego vienen más regiones búlgaras, y después rumanas y húngaras. La región Norte de Hungría es la 9º más pobre de la UE, con el 42% de la media del PIB per cápita de la UE, seguida de Alföld Norte, en el 10º puesto, con el 43%. El Sur de Transdanubia, con el 45% está en el puesto 12º.
Me gustaría aclarar que, de todas formas, soy consciente de que el PIB per cápita no deja de ser la riqueza generada en un país dividida entre su población, es decir, se refiere a la riqueza que se genera en el país, no la que se queda dentro de sus fronteras y mucho menos la que llega al bolsillo de sus ciudadanos. Pero aun así, suele coincidir más o menos con el nivel de vida de cada país.
Otro de los temas de los que más se habla es del programa de empleo público del gobierno. Hace ya tiempo que, para luchar contra el creciente paro y la pobreza que asola especialmente las regiones húngaras mencionadas, el gobierno ideó un plan de empleo público para parados denominado "közmunka". En las regiones del noreste y suroeste el paro llega a alcanzar el 20-25 % en algunas zonas, sobre todo aquellas que en la época socialista fueron las más industrializadas y que más sufrieron con el cierre de las fábricas aplicado en la terapia de choque postcomunista. Mediante el nuevo plan, toda persona cobrando el paro puede ser llamada para realizar tareas como la limpieza de calles o parques, u obras públicas como carreteras, caminos, etcétera. De negarse, dejan de cobrar el paro, si aceptan, se les paga un poco más que lo que cobrarían por el paro. Aunque las cifras varían dependiendo de la zona y el tipo de trabajo, puede decirse que grosso modo el paro ronda los 30.000 forint (100 €), el közmunka los 50.000-60.000 (170-200 €) y un empleo normal en torno a los 90.000-100.000 forint (300-330 €).
En poco tiempo, el empleo público se ha convertido en el motor económico de estas zonas, donde prácticamente pueblos enteros trabajan en el közmunka. Aunque se gana poco dinero, da lo justo para vivir, y para comprar algo de alcohol y tabaco. Sin más esperanzas que seguir así, sin otro futuro. Lo más grave es que una gran parte de estas personas no tienen el mínimo interés en conseguir un trabajo, ya que en el közmunka apenas se les vigila y pueden escaquearse gran parte del día. En un trabajo normal, tendrían que trabajar mucho más para no ser despedidos, y apenas ganarían unos 100 € más. Así que muchos dicen que no merece la pena. Esto ha creado graves problemas entre pequeños empresarios de la región, que no pueden ofrecer sueldos mucho mayores que los mencionados, menos aún en esta época de crisis económica (aunque la verdad es que la crisis económica en Hungría ya casi dura tres décadas). No es muy difícil ver a estos grupos de közmunka, en los parques, por ejemplo, con su uniforme o chalecos reflectantes, sentados en los bancos bebiendo y fumando, dejando pasar las horas. Así que lo que parecía una solución, poco a poco se está convirtiendo en otro problema. Ojo, que hay gente que cumple con sus tareas, incluso han surgido pequeñas empresas públicas con ideas individuales de parados que han entrado dentro de este programa de empleo público, pero estos son una minoría.
En la segunda entrada continuaré con más actualidad húngara, aún hay cosas que considero interesantes.
Antiguos tranvías Ganz, que están siendo sustituidos.
Nuevos tranvías de CAF, sustituyendo a los viejos Ganz. Sin duda más cómodos para los sufridos viajeros, pero que restan el encanto clásico a las calles de Budapest.