Esta mañana hemos vuelto a la pediatra del ambulatorio para comentarle que no me ha gustado el neuropediatra privado que busqué y pedirle que me remita al servicio correspondiente del Niño Jesús. Esta semana visita me ha gustado, si cabe, aún más que la primera, así que creo que puedo decir sin temor que ¡¡tenemos nueva pediatra!!.
Y es que esta mujer parece una profesional con interés y gusto por los niños, con ganas de involucrarse y con buena sintonía conmigo. Parecerá una tontería, pero ya me he percatado de que conoce a los niños que van a su consulta por su nombre, cosa que la mía no hacía para nada, ni siquiera consultaba el historial. Además, hoy se ha tomado la molestia, nuevamente, de estar un rato con el niño e intentar comprobar ella misma algunas de las cosas que yo cuento, algo que estoy segura de que muchos no se molestarían en hacer, pues ya para eso te remiten al especialista. Me ha dicho lo que yo muchas veces pienso, que es complicado saber hasta qué punto algunas de estas cosas son parte de la personalidad del niño y cuáles no, pero en cualquier caso me reitera que es estupendo estar yendo a atención temprana.
En cuanto al tema del agua, hemos estado de acuerdo en que es posible que el niño beba, algunas veces, no por sed sino por el gusto de pegar un trago, ya que siempre tiene el agua a la vista (o en sitios donde ya sabe que está, por ejemplo, en el bolsillo de la Maclaren). Me ha comentado que en torno a un litro suele ser la cantidad máxima "normal" en un niño de su edad, así que quizá estaría por encima. Hemos acordado que voy a guardar el agua, fuera de las comidas, y esperar a que sea el niño el que la pida (ahora que ya sabe hacerlo) para comprobar hasta qué punto bebe por sed o por puro placer. Veremos.
Mientras esperábamos abajo a que me tocara el turno para entregar el volante, el cada-vez-menos-bebito ha aprendido a subir y bajar escaleras. Cogido de un dedito mío, nos hemos subido y bajado tres veces un tramo de escaleras que había en el hall. Me he quedado alucinada porque los escalones eran de los altos, el niño tenía que pegarse la pierna al pecho, pero parecía que llevara toda la vida haciéndolo. Bajar ha bajado peor, más a lo loco, ¡bajaba él más deprisa que yo!. Pensaba que tras esa nueva proeza iba a estar cansado, pero qué va, después del ambulatorio hemos ido al parque y ahí ha seguido desgastando energías, incluso aún le quedaban pilas cuando hemos vuelto a casa. Sin embargo ¡yo mañana tendré agujetas!.
Mañana, por cierto, toca otra sesión de atención temprana. Me estoy mentalizando para salir más optimista, ¡espero conseguirlo!.