Revista Economía

Debate cuasi filosófico sobre la aproximación a la verdad

Por Romanas


Debate cuasi filosófico sobre la aproximación a la verdad.  Nunca antes me había enfrentado a un debate semejante. Tengo en contra al 99'99 por ciento de todos los implicados y frente a mi directamente a 2 adversarios dialécticos de extraordinaria magnitud.
 Uno se apoya ni más ni menos que en la señera creación de uno de los pensadores a quien más admiro, Jacques Derrida y su teoría de la deconstrucción y el otro ni más ni menos que en la física cuántica.
 Frente a todo esto ¿qué puedo hacer yo?
 No tengo otra salida que apoyarme en algunos de los libros que más me han impactado: La derrota del pensamiento, de Finkielkraut, y El pensamiento débil, de Vattimo, Rovatti, Eco y otros.
 Según el 1º, el pensamiento se ha ido a la mierda, porque se han implantado asquerosamente todos esos puñeteros sofistas que son capaces de darle la vuelta a cualquier argumento, de tal manera que ha llegado a afirmarse ni más ni menos que por ese 99'99 por ciento de todo el personal que ya no se participa en una competición deportiva para ganarla sino tan sólo para convertirla en una especie de ballet, lo que entre otras cosas implica que el principio olímpico de “citius, altius, fortius” se ha ido a hacer leches.
 Y todo esto no es verdad y no lo es porque ellos mismos lo dicen no ya con su lengua sino con lo que se ha llamado el lenguaje corporal, si fuera verdad que el fútbol ya no es un deporte o un juego en el que se participa para ganar, desde los tiempos de Píndaro, 518 antes de Cristo y sus epinicios, hasta ahora, ellos no tendrían que apesadumbrarse porque el 5º clasificado de la Premier nos haya eliminado de la Champions con 3 jodidas únicas escapadas, así como el Madrid, RM, nos ganara en nuestro propio campo con otra jodida escapada de Cristiano, que, como Torres en la Champions, se quedó absolutamente solo, frente a Valdés, porque esto sólo son, en su concepción del juego, nada más que insignificantes incidentes que no tienen nada que ver con el resultado de esa obra artística que es un partido del Barça.
 Y, aquí, es donde entra en acción mi adscripción a lo que se ha dado en  llamar “pensamiento débil”: no es ya que no haya verdades absolutas, no es ya que haya desaparecido toda noción de fundamento, es que incluso el puñetero lenguaje, de pronto, hemos descubierto que no sirve para nada, como los condenados sofistas nos acaban de demostrar, no sólo en el fútbol sino, en lo que es mucho peor, en la propia y jodida vida, de tal modo que ha sido posible, es puñeteramente posible que los autores del expolio económico que hoy sufre trágicamente la humanidad, vengan los jodidos y canallescos tíos y nos digan: “ojo, señores, que nosotros somos los únicos capaces de resolver esta catástrofe precisamente porque somos los que la hemos creado” y no, no es cinismo ni sinvergonzonería rampante, no es sino la aplicación a la situación que padecemos de las normas que rigen el pensamiento fuerte: “sólo tiene la capacidad de deshacer una cosa aquel precisamente que la ha creado”, si bien se fija uno es el primer razonamiento que se aplica para demostrar la existencia de Dios.
 De modo que el pensamiento fuerte no sirve absolutamente para nada, según Vattimo, Rovatti, Eco y amigos, porque, empíricamente, es el que nos ha traído hasta a aquí, de modo que no tenemos más remedio que cuestionarlo, ya que es evidente, desde el punto de vista de la teoría general de la prueba, que no nos sirve para nada, vistos los resultados.
 ¿Entonces? Veamos qué nos dice el pensamiento débil.
 No se trata de ser los mejores del mundo haciendo algo, no se trata de ocupar las cátedras de economía de las mejores universidades sino sencilla y llanamente de ganar, de nada le sirve al desarrapado que se muere de hambre, frío y miseria, en los arrabales del Vallecas, que dirijan la economía española los más grandes teóricos, pensamiento fuerte, sino que sería mucho mejor para todos que lo hicieran aquellos que, sin escribir los mejores libros sobre la materia, sin haber accedido por rigurosa oposición a las cátedras de nuestras mejores universidades, pensamiento débil, fueran capaces de arreglar unos desajustes económicos que parece que nos llevan inexorablemente a  la peor debacle.
 “La expresión ‘pensamiento débil’ no es el emblema de una nueva filosofía: es una manera de hablar provisional y quizá contradictoria que señala un camino posible, un camino que se aleja de la razón- dominio, aunque con la imposibilidad de abandonarlo definitivamente”.
Contraportada de El pensamiento débil, Ediciones Cátedra, Colección Teorema, 1988.  Madrid.


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