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Sin contraposición de ideas, sin exposición de alternativas, sin argumentar el proyecto propio, no hay debate. Hay otra cosa. Hay, por ejemplo, una sistemática e insistente campaña para minar la figura personal del Presidente, una maniobra que poco o nada tiene que ver con los rumbos políticos, sociales o económicos y dedica todo su esfuerzo a insultar y denigrar . Hay, por ejemplo, un tirar la piedra y esconder la mano, diciendo que no a todo y, al mismo tiempo, afirmando que las medidas que se están adoptando hoy tendrían que haberse puesto en marcha hace mucho tiempo. ¿Un discurso contradictorio? Pues parece ser que no. Y todo termina comprendiéndose cuando, finalmente, el Sr. Rajoy desvela su única propuesta: "Disuelva el Parlamento y convoque elecciones". No fue ninguna sorpresa oírle decir lo que su actitud y la de su partido venían escenificando desde hace meses. Esa es la gran meta, el único objetivo, lo verdaderamente importante: quítate tú que me pongo yo.
Lo sustancial es ocupar el sillón, aunque sólo sea un ratito, al igual que en Almansa (¿habrá el senador Cerdán asesorado al parlamentario Rajoy?). Todos, o casi todos, los comentaristas políticos, a uno y otro lado ideológico, coinciden en afirmar que, de nuevo, el popular ha perdido otra oportunidad. Oportunidad de explicarse, oportunidad de no ser partidista ante el interés general, oportunidad de ser creíble, oportunidad de aportar y no restar, oportunidad de ser alternativa. Y, también, ha perdido la oportunidad de mostrarse educado y respetuoso ante sus rivales políticos, haciendo mutis del Congreso una vez dijo lo que había ido a decir. Porque al Parlamento se va a hablar, pero también, Sr. Rajoy, a escuchar.