El gigante americano se enfrenta a unas de las elecciones más reñidas de su historia. Un solo voto, sea el del mayor millonario del país o del más pobre ribereño de la Amazonia, sería capaz de decidir el resultado final. Frente a frente, dos modelos distintos: el socialismo populista de una Dilma Rousseff que ha sabido aprovechar el buen pasado que le dejó su antecesor Lula, y la propuesta socialdemócrata de Aécio Neves. A lo largo de la campaña, las encuestas han reflejado un empate que ha dividido al país en dos extremos casi irreconciliables.
En el tramo final de la campaña electoral se ha elevado el tono y los dos candidatos se han atacado duramente. El escándalo de corrupción en Petrobras ha sido utilizado por Aécio Neves para intentar manchar la imagen de Dilma Rousseff, aunque ésta aun mantiene una ligera ventaja de dos puntos, a dos días de las elecciones. Cuando los números finales se conozcan sabremos si habrá una tercera gestión consecutiva del Partido de los Trabajadores (PT) o si el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) regresará al Palacio del Planalto.

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Andrés Del Teso Garau
Al filo de la jornada electoral, la última tanda de encuestas parece desenquistar la situación de empate técnico entre Dilma Rousseff y Aécio Neves tan pronosticada hasta ahora. Con estimaciones que oscilan entre un 53% y 54% de los votos para la candidata del Partido de los Trabajadores, podemos hablar de una previsible prórroga al ciclo político abierto por Luiz Inácio Lula da Silva tras su primera victoria en 2002. El despiece de Marina Silva, efímera favorita en la carrera por la primera vuelta, así como la capacidad de sobreponerse finalmente al fuerte envite del PSDB de Neves –con el apoyo explícito de Silva– ponen de manifiesto la persistente hegemonía del PT en tablero político brasileiro: su capacidad para generar discursos y sentidos políticos, especialmente en las mayorías más humildes, garantiza la continuidad del proyecto post-neoliberal encabezado por Rousseff.
No obstante, cabe constatar cómo, de cumplirse las previsiones, estaríamos ante la victoria más tenue desde la llegada de Lula, fruto de diferentes brechas y descontentos que asaltan a la administración petista. La movilización urbana a la que asistimos antes y durante la pasada Copa Mundial de la FIFA es una clara expresión de cómo amplios sectores de la sociedad empiezan a desligarse complacencia de la que gozó el PT de la era Lula. Tras una década de polarizada confrontación entre el proyecto petista y la vuelta al neoliberalismo defendida por tucanos (partidarios del PSDB), que benefició un cierre de filas de movimientos sociales y fuerzas progresistas en torno al PT, el binomio parece quebrarse. Sin embargo, a falta de una alternativa de signo progresista y ante el fuerte trabajo de campaña de las fuerzas conservadoras, la principal beneficiada de este fenómeno de momento es la derecha.
Es clarificador observar cómo, tras la primera vuelta de las elecciones, han descendido casi un 50% los asientos del congreso ocupados por representantes sindicales, mientras que acrecientan su presencia fuerzas evangélicas o las vinculadas a los grandes terratenientes –donde destaca el Frente Parlamentario Agropecuario–. Por su parte, el PT pierde presencia relativa respecto al PMDB, su principal aliado en el legislativo y de carácter conservador; partido que parece especializado en el rol de socio de gobierno gane quien gane, y que no presenta candidato presidencial desde 1989 pese a ser actualmente segunda fuerza en el congreso y primera en el senado. Esto podría incentivar un viraje hacia un modelo más liberal, especialmente con la progresiva desaparición del marco económico favorable que posibilitó el despliegue de las políticas lulistas sin profundos cambios estructurales.
