Revista Opinión

Debates del personalismo II Introducción Javier García

Publicado el 25 septiembre 2010 por Lautarojc
Jacques Maritain es el autor que me introdujo al personalismo. Desde hace años lo leo con entusiasmo y sin dudas sigue siendo uno de los intelectuales que más admiro. Gracias a él conocí otra vertiente del personalismo, con énfasis en lo comunitario. Se trata del pensamiento de Emmanuel Mounier, que de a poco me va resultando apasionante, no sólo por sus escritos sino también por su testimonio de vida y compromiso con su época. Ahora, uno y otro autor, contemporáneos y estrechamente unidos en el movimiento personalista, se apoyan en dos metafísicas probablemente excluyentes.
Antonio Aróstegui, reconocido catedrático español de filosofía, fallecido en 2009, prologó un texto bastante esclarecedor sobre las principales discrepancias entre Maritain y Mounier en “El pensamiento de Jacques Maritain”[1], de Juan Ramón Calo y Daniel Barcala. En su escrito, Aróstegui identifica al pensamiento de Maritain como producto de una metafísica del ser, básicamente tomista y a Mounier, como un claro referente de una metafísica del devenir.
El autor critica la excesiva fidelidad de Maritain a santo Tomás, en virtud de la apuesta maritainiana de aportar a un nuevo humanismo, a una sociedad auténticamente personalista y comunitaria. Para Aróstegui su adscripción a la metafísica del ser constituye el gran problema porque, según su análisis, “no es posible fundar una sociedad realmente comunitaria, un humanismo evangélico, sobre una teoría metafísica donde la persona, concebida como subsistencia, ‘se hace totalmente incomunicable’. El ser humano, en la metafísica tomista, se halla ontológicamente condenado a reclusión perpetua en sí mismo”.
Allí radica la gran diferencia entre estos dos personalistas, de acuerdo a Aróstegui, quien señala que Mounier acepta inicialmente la metafísica del ser con poco entusiasmo y grandes reservas en el “Manifiesto al servicio del personalismo” (1936), para catorce años después decidirse abiertamente en “El personalismo” por la metafísica del devenir.
“Y en la metafísica del devenir la persona no puede ser ontológicamente incomunicable, entre otras razones, porque la persona no es un ‘ser’ sino un ‘hacerse’, en el tiempo y por el tiempo, con las cosas y personas que integran su mundo.”
Así es que estas dos metafísicas conducen a consecuencias distintas, no sólo teóricas y axiológicas, sino también prácticas. “No apremia del mismo modo el compromiso de la acción temporal a quien se considera un ser ya hecho, ontológicamente acabado y cerrado, que a quien se considera ‘in fieri’, haciéndose con los otros y proyectado existencialmente hacia ellos”. Del mismo modo, asegura Aróstegui, esas dos metafísicas conducen a un análisis valorativo distinto de la realidad social vigente y circundante.
Dos metafísicas –concluye-, dos criterios coincidentes en la discrepancia.
En síntesis, no dudo que son muchos más los motivos que unen a Maritain y Mounier de los que los separan, no obstante, cómo conciliarlos en función de sus respectivas metafísicas es todo un desafío y un asunto, al menos para mí, por demás interesante a ser dilucidado.
[1] publicado en Madrid por Editorial Cincel en 1987

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