Revista 100% Verde

Debates en torno al extractivismo y el buen vivir

Por Tintaverde
12 enero 2014

Vivir bien en las ciudades

Intelectuales, universitarios y movimientos sociales reflexionan desde hace tiempo sobre nuevas formas de un “vivir bien urbano”. Recuperando un concepto de los pueblos andinos, debaten sobre una posible transición hacia un modelo que no mercantilice la vida y no destruya la naturaleza. Algunos apuntes sobre la búsqueda de un paradigma alternativo a la especulación inmobiliaria y la privatización de la vida en la ciudad.

por Florencia Yanniello 

Publicado en nº 18 de Revista Materia Pendiente

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El buen vivir, Sumak Kawsay en Quechua o Suma Qamaña en Aymará, es un concepto acuñado por los pueblos originarios andinos del centro de América Latina, que ha sido retomado por otros pueblos indígenas, movimientos sociales y por intelectuales latinoamericanos y europeos. Hoy en día se habla de buen vivir en distintos ámbitos, como una posible salida al modelo capitalista. Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de buen vivir?, ¿Podemos traducir este concepto y modo de vida  a nuestras ciudades occidentales?

Muchos escucharon hablar por primera vez de buen vivir cuando se incorporó en la en la Constitución Boliviana, este concepto que engloba una serie de ideas que implican una propuesta alternativa al sistema capitalista. Sin embargo, en muchos ámbitos de militancia social, política y cultural, se recupera esta noción para repensar los espacios,  las ciudades,  las asambleas o los barrios, desde una perspectiva intercultural.

Vivir Bien vs. Vivir mejor

El buen vivir se define por oposición al “vivir mejor” de la lógica neoliberal y propone un modelo de vida mucho más justo para todos, por el contrario del capitalismo, en donde muchos tienen que “vivir mal” para que unos pocos “vivan bien”. La monetarización de la vida en todas sus esferas, la desnaturalización del ser humano y la visión de la naturaleza como un recurso que puede ser explotado indefinidamente, son los puntos del modelo capitalista que más cuestiona el buen vivir.

Gloria Caudillo Félix, investigadora de la Universidad de Guadalajara, México, en su texto “El buen vivir, un diálogo intercultural”, plantea que este concepto no es “una propuesta romántica de volver a la vida silvestre, como se les ha querido ver en muchas ocasiones a los pueblos indígenas por parte de algunos grupos”, sino que “su propuesta está inscrita en el debate actual de la crisis del sistema capitalista y del deterioro del medio ambiente”.

Caudillo Félix, señala que este concepto implica saber vivir en armonía y equilibrio entre las personas y con la naturaleza, contradecir la lógica capitalista, su individualismo inherente, la monetarización de la vida, la desnaturalización del ser humano y la visión de la naturaleza como un recurso que puede ser explotado. “Vivir bien implica cambios drásticos en la forma de vivir, producir y consumir. Además se trata de vivir bien, en igualdad de oportunidades, no como en occidente, que el vivir mejor significa el progreso ilimitado, el consumo inconsciente; incita a la acumulación material e induce a la competencia”, reza el artículo de la investigadora mexicana.

Por su parte, el escritor y pensador uruguayo Raúl Zibechi, uno de los referentes latinoamericanos en la materia, plantea que el Buen Vivir es, de todas las creaciones teórico-prácticas de los movimientos, la más removedora. “Por primera vez en occidente se acuña un concepto y una idea que va contra la corriente y que ya no solo critica el desarrollo, que eso hace medio siglo que venimos discutiéndolo, sino que además ofrece una alternativa que la mayoría no está dispuesto a asumir, pero es real, de gente que vive de otra manera”.

Según Zibechi, la propuesta no es teórica, ya que no sólo plantea los aspectos negativos del desarrollo, sino que además postula una posibilidad concreta de vivir bien, en armonía con la naturaleza, con otras personas y hasta con las tecnologías.

“No es solamente un tema  ambiental, como muchas veces se lo simplifica, es una filosofía de vida integral, que recién estamos empezando a vislumbrar como una alternativa a la crisis civilizacional, porque lo que muestra el buen vivir no es que hay una crisis económica o ambiental, es que la civilización occidental ha llegado a un punto de no retorno, de no va más. Creo que la gente es conciente, el hecho es buscar alternativas”, agrega.

Por su parte, el politólogo y sociólogo argentino, Atilio Borón, coincide en que “lo que ha entrado en crisis irreversible es el modelo del progreso basado en la expansión ilimitada del consumo de bienes materiales, o sea que estamos ante la insustentabilidad absoluta de ese modelo”.

En este sentido, señala que hay aspectos del buen vivir que son traducibles a nuestras sociedades actuales: “El buen vivir y las nuevas concepciones son absolutamente necesarias, este modelo es insostenible, no sólo desde el punto de vista social, político y económico, sino fundamentalmente desde el punto de vista ambiental”.

Borón, considera que esta concepción es aplicable a una sociedad como la argentina, “aunque no se puede hacer al margen de un proceso revolucionario”. “Esto no es algo que vaya a salir gradualmente, sino que va a surgir producto de los violentos extractores de un viejo orden que no va a querer aceptar ese cambio y que tiene todas las armas en la mano”, agrega.

De la producción a la especulación

“Estamos defendiendo un patrón de consumo impulsado por EEUU que nos lleva al suicidio de la civilización, como dice Noam Chomsky, que prefiere someter al mundo a una hecatombe, antes de cambiar un patrón de consumo, ya que lo consideran absolutamente intangible e incorregible”, manifiesta Atilio Borón.

La expansión de la frontera agrícola, la megaminería y el crecimiento indiscriminado, genera, además de contaminación, la expulsión de comunidades de pueblos originarios y campesinas y la destrucción las economías regionales. Éstas son algunas de las consecuencias más visibles del sistema capitalista basado en el extractivismo.

En este sentido, Raúl Zibechi sostiene que en la mayoría de los países latinoamericanos se conocen dos modelos en los últimos años: el modelo de desarrollo industrial y el neoliberal. “En el primero lo que teníamos era un desarrollo de la industria, tanto para consumo interno como la industria de exportación, en la cual había muchos trabajadores, en la producción y muchos consumidores”. Zibechi plantea que en este primer modelo, la regulación se hacía de forma tripartita en base a acuerdos y negociados entre el Estado, las patronales y los sindicatos, y se requería de una fuerte regulación y organización. “El modelo neoliberal extractivo funciona de una manera totalmente distinta: en una punta, hay muy pocos productores, porque tanto la soja como la minería requieren muy poca mano de obra, y en la otra punta, no hay consumidores, y se sostiene en base a una escasa regulación por parte de Estado. La ausencia de personas en los territorios del extractivismo es una característica central”, manifiesta.

El escritor uruguayo, sostiene que el modelo industrial quebró porque el capital “estaba viendo sus ganancias reducidas y se pasó a una instancia especulativa en donde escalan los precios del petróleo, las materias primas y en donde empieza a haber derivados financieros y una especulación fuera de control”.

“El modelo actual es básicamente especulativo; en el industrial se demoraba diez años en amortizar la inversión. Ahora los sojeros, en cuatro meses amortizan y superan la inversión, y eso no es producción, es especulación o tiene las características de la especulación bajo una excusa productiva”.

Zibechi agrega, que para salir de este modelo especulativo, la única alternativa es la vuelta a la producción, considerando además que “aquel modelo industrial integraba y este modelo excluye, y marginaliza a sectores enteros de la población”.

En relación a esto, Atilio Borón, señala que “el capitalismo está enfrentado de una manera cada vez más violenta con la naturaleza”. En ese sentido, plantea que no existe una solución al problema dentro del capitalismo: “Tenemos que pensar una estrategia para ir saliendo de este sistema y subrayo lo de ir saliendo, porque en la izquierda argentina, que es un poco sectaria y muy dogmática, se piensa que la salida del capitalismo mediante la revolución es un simple acto, como si fuera un decreto, y en realidad las revoluciones son procesos, no son acontecimientos que pasan una sola vez y engendran un nuevo mundo“.

Por su  parte, Zibechi aclara que la producción y el consumismo no van de la mano y que la característica fundamental del capitalismo es la especulación financiera y la “acumulación por despojo”. “Ha cambiado la forma de accionar del gobierno, en los años noventa fueron las privatizaciones, hoy en día es extractivismo, como la minería a cielo abierto. Hay países en donde hay gobiernos de derecha, extractivos y de izquierda, extractivos también”.

 

Extractivismo urbano

“El extractivismo ha llegado a las grandes ciudades. Pero no son los terratenientes sojeros ni la megamineras, sino la especulación inmobiliaria la que aquí expulsa y provoca desplazamientos de población, aglutina riqueza y territorio, se apropia de lo público, provoca daños ambientales generalizados”, señala Enrique Viale, abogado y presidente de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas.

Viale, sostiene que se ha impuesto un sistema especulativo, que implica privatizar beneficios y socializar los costos. Además, expresa que el extractivismo urbano tiene las mismas características que el extractivismo no urbano de la cordillera o el campo, que también tiene que ver con la acumulación o por despojo. “En nuestro caso no es ni la soja ni la megaminería, sino la especulación inmobiliaria la que produce esto y son las grandes corporaciones, como IRSA –una gran desarrolladora inmobiliaria- en la Ciudad de Buenos Aires, o los grupos económicos que hacen los countrys en las afueras de La Plata y que también provocaron un pasivo que vimos con las últimas inundaciones”, expresa.

En esa misma línea, Zibechi plantea que la gran ciudad es “el hecho más insustentable de la humanidad” y que debe ser puesta en debate ya que hoy en día el 80 % de la humanidad vive en ciudades. “El primer obstáculo del buen vivir es la gran ciudad, el segundo es la velocidad y la híperconectividad”

Desde la lógica del buen vivir, se plantea que no sólo en el campo se puede vivir de otra manera, sino que se puede pensar en “escaparle” a la lógica extractivista en las ciudades.

Uno de los desafíos y de las preguntas más complejas parece ser si es posible llevar el concepto de buen Vivir a comunidades urbanas occidentales, como nuestras ciudades. En relación a esto, el arquitecto Jorge Lombardi, Director del Laboratorio de Tecnología y Gestión Habitacional de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), señala que “se debe partir de pensar qué tipo de ciudad queremos, qué tipo de espacio físico tenemos para lograr esa ciudad, cómo la vamos a ir consiguiendo, para tener un plan estratégico, con la idea de la flexibilidad”.

En la misma línea, el abogado Enrique Viale, plantea que “el buen vivir es un concepto dinámico que puede ser adaptado a las luchas por el derecho a al ciudad: “Se trata de una disputa de sentidos, sobre qué es lo público, qué es un espacio público, qué es una calle, qué es una plaza, para qué sirven, si tienen sólo un sentido paisajístico. Esa disputa es la que tenemos que dar y es la que estamos dando”.

Viale, sostiene que la especulación inmobiliaria “convierte los bienes de uso en bienes de cambio” y que se debe lograr “que las calles no sean sólo vías de comunicación de flujos del capital -como pretende también el extractivismo urbano-, sino que también sean espacios de encuentro, de comunicación entre humanos.  El desafío es dar esas discusiones en las calles y en los lugares académicos, en las universidades”.

Desde la Facultad de Arquitectura de la UNLP, Jorge Lombardi manifiesta: “hay que planificar la ciudad involucrando a todos los sectores de la sociedad, consultándolos, logrando dar una forma según los objetivos que vayan apareciendo. La ciudad es el campo máximo de las relaciones sociales, no hay ninguna otra institución del hombre que signifique eso en una medida parecida y nos obliga al intercambio entre gente que tiene distintos recursos económicos y saberes”.

Además, el arquitecto sostiene que es necesaria “la apropiación del espacio público, ya que toda ciudad tiene muchas alternativas de ser vivida activamente, pero tiene que haber iniciativa, participación y menos prejuicios.

De la misma forma, Atilio Borón señala que se debe buscar un nuevo patrón de asentamiento urbano, y esto requiere “tener un criterio que considere a la tierra no sólo como un valor de cambio y un objeto de valorización”. “Estamos llegando al fin de una época, no hay solución, por más dinero que se le ponga”, agrega.

 

Los movimientos sociales y las asambleas

Los principales impulsores del buen vivir en América Latina, además de las comunidades originarias, son las asambleas vecinales ambientalistas, que se oponen a los grandes emprendimientos extractivistas y los movimientos sociales. Raúl Zibechi, quien ha estudiado durante muchos años a los movimientos sociales latinoamericanos, sostiene que “estamos ante una tercera etapa de los movimientos que primero se unieron por el ‘NO’ y después empezaron a ver los ‘SI’ y puntos de unión, que es la etapa de llevar a la práctica”.

El escritor señala que se trata de una consecuencia de un proceso que desde el año 2001 viene dejando espacios culturales, sociales, en los cuales la gente empezó a retejer sus lazos. “Creo que eso se tiene que profundizar y generalizar. Hay muchos colectivos indígenas y no indígenas que están en eso. En México hay comunidades muy potentes, en Colombia en el Cauca también, hay una fuerte presencia de resistencia a la minería en Perú y el pueblo Mapuche en el sur de Argentina y Chile, es el pueblo que más ha luchado contra el colonialismo”, agrega.

Por su parte, Atilio Borón señala que la función de estos movimientos “es muy importante en la medida en que no sean cooptados por el poder político ni por las ONGs supuestamente ambientalistas y en la medida en que respondan genuinamente a las demandas de las bases para que  garantice que puedan hacer oír su voz”.

Borón agrega que es fundamental que las instituciones del Estado se comprometan a escuchar y tener en cuenta esas voces. “Tenemos muy poco margen de iniciativa popular, hay países en donde tienen referéndum o plebiscitos con más frecuencia. Debemos utilizar esos elementos para que esos grupos no se agoten en la discusión y puedan tomar preferencias en el proceso decisional del Estado, sino la gente se desalienta mucho”, expresa.

En relación a esto, Raúl Zibechi destaca que los movimientos están ante una creciente búsqueda de algo “alterno a lo occidental, a la crisis civilizacional que vivimos”. “Creo que esto pasa en toda América Latina. Que Evo Morales sea el primer presidente indígena o que se haya incluido los derechos de la Madre Tierra en las constituciones de Bolivia o Ecuador es solo el reflejo institucional de una tendencia mucho más profunda, cultural y política”, subraya.

Buen vivir como política de Estado

La inclusión del concepto del Buen vivir y los derechos de la naturaleza en las constituciones de Ecuador (2008) y Bolivia (2009), influyó en la legislación internacional y abrió el debate acerca de si puede tomarse este concepto como una política estatal.

Raúl Zibechi plantea que en muchos lugares el Estado tomó los emprendimientos productivos de los movimientos sociales y convirtió en economía solidaria para devolverlos como planes. “Sucede que lo que era una ceración emancipatoria es devuelta como una política vertical, que por un lado se institucionaliza, y si bien es positivo que haya un apoyo estatal a esos emprendimientos, es importante que a la larga se sostengan y no terminen siendo creaciones del Estado y no de la sociedad”, agrega.

Con respecto a cómo puede implementarse un modelo alternativo al capitalismo, tomando en cuenta estas concepciones, pero desde lo estatal, Atilio Borón opina que “el cuestionamiento al extractivismo es un planteo sumamente unilateral”. “Es fácil decir que hay que preservar el medioambiente ya que  todos queremos eso, pero hay que ver cómo se hace para cumplir con la política de redistribución social, de incorporación y de progreso social, con inclusión sin producir o extraer”, señala.

Asimismo, plantea que el extractivismo “es una palabra engañosa, porque tiene un vaho metafísico, ya que desde que aparecen las primeras hordas humanoides en el planeta tierra, se dedicaron a hacer extractivismo o qué es la agricultura o la caza”.

Borón manifiesta que lo que cambia es la forma, la dimensión y los sujetos. “Se trata de un argumento de trinchera ideológica de debate, comprendo que los compañeros que están en esas tesis tienen buenas intenciones, pero creo que sus análisis son muy sesgados”, expresa.

Desde su punto de vista, la sociedad debe ir avanzando en procesos revolucionarios que vayan poniendo fin al capitalismo “a partir de una correlación de fuerzas que empiece a decir que los medicamentos ya no son más una mercancía y que no pueden ser objeto de lucro por ninguna trasnacional y que la educación no puede ser tampoco una mercancía, porque es un derecho”. Además, el politólogo sostiene que todo lo que tenga que ver con los bienes naturales debe hacerse en un marco de deliberación democrática, en donde participen los pobladores de las regiones, los usuarios, los productores directos, los consumidores, el Estado y así “comenzar a quitarle el carácter de mercancía a todas las cosas”.

La alternativa para Borón es entonces, “una democracia genuinamente representativa y protagónica de las bases sociales”, es decir, buscar un modelo en el que el capital “no sea el que mande el proceso de ordenamiento de la vida social, y que sea el bienestar colectivo, lo cual supone armar un esquema democrático en serio, con bases en la consulta y el protagonismo de los sectores populares”.

 

La función de universidad pública

Raúl Zibechi plantea que las universidades públicas deben estudiar qué va a pasar con las ciudades dentro de 50 años. “Deberían hacer proyecciones de largo plazo, porque si no se hacen, dentro de 50 años vamos a estar tapados por el agua y más contaminados que ahora. Deben estudiar cómo vamos a prever estas situaciones, a discutir como ir frenando estas bombas de tiempo que son las ciudades”, expresa.

Por su parte, Enrique Viale plantea que “ls universidades tienen un rol preponderante, de poder escaparle a la lógica del extractivismo, de no formar profesionales para  acumulación solamente.

En la misma línea Atilio Borón expresa que durante la contrarrevolución que se inició en la década del setenta, las universidades -sobre todo en las ciencias sociales-, se fueron conservatizando políticamente e ideológicamente. “No me hago muchas ilusiones sobre el rol que podrían cumplir en este proceso, veo en las humanidades un lenguaje de resignación, de que no hay alternativas al capitalismo, de que el socialismo es cosa del pasado y de que cualquier otra cosa es utopía, entonces habría que remecer profundamente las estructuras de las universidades”, sostiene.

El arquitecto Jorge Lombardi destaca que la universidad puede tener un rol inmenso y que debería ser mucho más comprometido, si sale del encierro en sus lógicas”. “Debería fomentar intercambios, discusiones, propuestas, sobre cómo trabajar y  cumplir con la creación reflexiva, la transmisión de conocimientos, las propuestas. Tiene que tener un rol activo en el diseño de las energías alternativas y el planeamiento participativo, por ejemplo. El Consejo Social de la UNLP puede ser una instancia, pero tiene que tener distintos escalones de participación”, concluye.


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