Introducción
La inmigración ha sido en España, así como en la Unión Europea, un tema delicado que levanta varias pasiones y múltiples opiniones. Es, por consecuencia, difícil tratar de analizar sus efectos desde una perspectiva objetiva, y cómo deberían ser tratados.
Sin embargo, todos somos conscientes de que la presión cultural es un hecho palpable en la Unión y, por desgracia, algunas de sus consecuencias son francamente dolorosas. Podríamos citar como en países con una larga tradición liberal colectivos musulmanes tratan de imponer una educación islámica más allá de lo que establezca el gobierno. Del mismo modo varias redes de reclutamiento yihadistas han sido desmanteladas en otros países de la región. Dichos actos son ilegales, y, sin embargo, bastantes de ellos derivan de actos legales. Por ejemplo, Shahib Bleher, imán de Londres, abogó en múltiples ocasiones por la muerte desde los homosexuales. Este acto, claramente en contra de los valores ingleses y sus principios constitucionales, no puede ser considerado ilegal, pues es bajo el huso de su derecho a la libre expresión que puede hacer estas declaraciones. Además, atentan no solo contra los europeos sino los inmigrantes de bien.
¿Qué es un estado?
El concepto de estado es ampliamente discutido. Sin embargo, consideremos que el Estado es una de las fases de la integración de los seres humanos en comunidades que empieza con el contrato social, consideremos este desde la perspectiva que expone Hobbes en el Leviathan o cualquier otra. Puede que esta no sea la última fase, la cual, por el contrario, se correspondería con la unión de todas las personas en una misma comunidad mundial, como expone Joseph H Carens.
Podemos atribuirle a un Estado dos características intrínsecas: la propiedad del territorio y una serie de instituciones que son resultado de su evolución cultural, moral y religiosa.
Es cierto que, en cuanto a la propiedad del suelo, se presentan diferentes teorías, desde aquellos que la exponen como una necesidad y derecho inalienable hasta aquellos que consideran que ningún ser humano, ni agrupación de ellos, tiene derecho a adueñarse de un recurso universal. Consideremos que, efectivamente, la propiedad del suelo no es, ni más ni menos, que la propiedad de los recursos que una comunidad de seres humanos necesita para sobrevivir y/o progresar. Hay pensadores que creen que la tierra es, de hecho, uno de los principales motivos por los que una sociedad se desarrolla como tal en cuanto a sus valores, como expone Ahmad ibn Muhammed al-Razi en su libro Ajbar Muluk al-Andalus (Historia de los reyes de al-Andalus)[1].
Por otro lado, pocos son los que discuten que el estado es una serie de instituciones que son el resultado de una serie de valores. Por ejemplo Johan Rawls establece que “Una sociedad con pocos recursos naturales puede ser una sociedad próspera si sus tradiciones políticas, leyes, y estructura social basadas en sus creencias morales, culturales y religiosas son capaces de sostener una sociedad liberal y democrática” [2].
¿Qué implica la inmigración? ¿Es posible que un argelino se convierta en ciudadano francés sin ser francés?
Más allá de una perspectiva optimista respecto a los obvios beneficios de la inmigración, que son muchos, hemos de considerar que esta supone también un replanteamiento de las dos características que atribuíamos a un estado. Supone compartir los recursos naturales y supone que, lógicamente, las personas con un bagaje cultural y moral diferente cuestione los valores del país al que llega. Michael Walzer habla del deber de todo ser humano a ser un buen samaritano. Desde luego, como expuso Tarek Jaziri Arjona, “recordemos que todos somos humanos y todos merecemos una vida digna”[3]. Coincido completamente con ambos pensadores, pero el deber samaritano se reduce a compartir nuestros recursos. ¿Cómo proveemos la dignidad?
“¿Es posible, digamos, que un ciudadano argelino se convierta en un ciudadano francés sin ser un francés?” Esta pregunta la planteó el ya citado Michael Walzer. Lo primero que deberíamos preguntarnos es la diferencia entre la ciudadanía y “el valor cultural” de un estado. La ciudadanía hace una persona tener los mismos derechos que todos los demás que la ostentan. El valor cultural añade a estos derechos el aceptar y respetar los valores sobre los que se sustentan. No es una cuestión de religión, ni de raza, ni de lugar de nacimiento, ni similares. Es el hacer propios esos principios sobre los que se sustenta el liberalismo gracias al cual puede uno acceder a su dignidad y bajo sus propios criterios.
Recordemos que esos valores se encuentran en la Constitución de cada estado, que es, en cierto modo, el documento donde se recoge el contrato social de una comunidad. Así mismo, y como podemos ver en el preámbulo de nuestra vigente Constitución, expone los valores sobre los que se sustenta dicho contrato.
¿Por qué es importante defender el liberalismo?
El liberalismo es, junto a la democracia y la tolerancia, los principales valores bajo los que cualquier persona puede desarrollarse y defender su dignidad intrínseca a su naturaleza humana. Podríamos exponer este trío como el paraguas bajo el cual todos los principios morales, religiones y demás de cada persona pueden fructiferar sin ser coartados por otros.
Es por ello que, a medida que crecen las comunidades no europeas en la Unión, hemos de replantearnos como coexistir los unos con los otros. Es por ello que actitudes intolerantes importadas por dichas comunidades más desfavorecidas, aunque también las hay entre europeos, son un riesgo. Es por ello que hemos de replantearnos qué hacer cuando un ciudadano de origen no europeo aboga, en el ejercicio de su derecho a la libre expresión, por acabar con ese trío y los valores sobre los que se sustenta.
Quizás debamos plantearnos vías para asimilar la inmigración no solo desde una perspectiva económica sino también cultural, pues el multiculturalismo parece no tener éxito. Esto redundará en beneficio de europeos e inmigrantes pues todos coincidiremos en ese marco bajo el cual todos podremos vivir conforme a lo que creemos.
Sería complicado proponer cómo conseguir dicha asimilación, algo que quizás trate en un futuro artículo. Sin embargo afirmo que es deber de los inmigrantes y ciudadanos europeas el observar, guardar y respetar esos principio que promueven la dignidad de todo humano indiferentemente de su raza, religión o cultura. Principios que recoge Europa y podemos ofrecer a los demás. Es decir, aceptar el contrato social sobre el que se sustenta Europa.
Por lo tanto sí, un estado debe defender sus valores, su cultura y principios, si bien no imponiéndolos pidiendo a todos sus residentes, ciudadanos o no, que los conozcan y respeten. Esto será así mientras los valores sean aquellos que sustentan el ya mencionado trío para que todos puedan mantener su dignidad de la manera que consideren más apropiada.
Cabe destacar que incluso el ya citado Carens, uno de los principales críticos de aquellos que se posicionan en contra de la inmigración, establece que “el efecto de la inmigración, ya sea en la cultura e historia de una sociedad, no deben ser temidos mientras no presenten una amenaza a los valores liberales y demócratas”[4].
[1]Pidal, Ramón M. Los Españoles En La Historia. First ed. Vol. 0. Madrid: Espasa-Calpe, 1982. Print.
[2]Rawls, John. “15 and 16 of the Law of Peoples.” Global Ethics. First ed. Vol. II. St. Paul: Parangon House, 208. 432. Print
[3] Jaziri Arjona, Tarek . “¿Qué hacemos con la inmigración?.” POLIKRACIA. N.p., 3 Dec. 2013. Web. 13 Aug. 2014. <http://www.polikracia.com/que-hacemos-con-la-inmigracion/>.
[4]Carens, Jospeh H. “Aliens and Citizens: The Case for Open Borders.” Global Justice. First ed. Vol. I. St. Paul: Paragon House, 2008. 222. Print.
