Revista Cultura y Ocio

Debería caérsete la cara de vergüenza

Publicado el 15 diciembre 2011 por Rubencastillo
Debería caérsete la cara de vergüenza
Que veinte años no es nada. Lo decía un viejo tango y probablemente llevaba razón. En 1987, la editorial Anagrama publicó un libro que, justo el año anterior, había salido en Quaderns Crema con el singular título de T'hauria de caure la cara de vergonya. Era el debut de Sergi Pàmies, y supuso la irrupción de un cuentista fresco, innovador y desinhibido, que metía los dedos en la gelatina de la normalidad y los sacaba por el otro lado, convertidos en garfios, flores o piedras: algo inesperado. Ahora, el sello Anagrama vuelve a poner el libro en manos de los nuevos lectores, con una portada impactante de Ouka Lele y la traducción de los textos a cargo de Joaquín Jordá.
Lo que nos espera en este bloque de dieciséis cuentos es un surtido de sensaciones de lo más variado. Asistiremos, por ejemplo, a escenas cotidianas, donde algunas parejas descubrirán las fisuras que las destrozan (En los límites del fricandó), o donde una pobre mujer se verá agobiada por las manipulaciones de un predicador maniático (Apocalipsis), o donde una pelea conyugal se va complicando y subiendo de temperatura con la intervención de un vecino, hasta que se llega a un final dramático y aparatoso (Dominical). Pero también asistiremos a argumentos que se deslizan un poco más allá, hacia las fronteras del absurdo, del surrealismo o de la pesadilla, sin que falte la gota de humor que los condimente: un niño que se niega a nacer hasta que su padre vuelva de la guerra, cosa que no ocurrirá hasta tres años después (Feto); las frenéticas aventuras nocturnas de un hombre al que su cajero automático se niega a expenderle dinero, para que no se vea tentado por alcoholismo (Caja abierta); o, en fin, la peripecia anómala de un hombre sobre el que su esposa ejecuta un dicterio con visos de maleficio (Debería caérsete la cara de vergüenza).
Sergi Pàmies se desenvuelve con infinita comodidad en los territorios fronterizos, en ese límite sutil y peligroso entre la carcajada y el horror, ahí donde otros narradores prefieren no adentrarse y donde sólo algunos (Julio Cortázar, Quim Monzó o Hipólito G. Navarro) saben manejarse con elegancia y con maestría. No es extraño que, atesorando esa habilidad, haya merecido premios como el Ícaro, el Prudencia Bertrana, el Ciudad de Barcelona o, más recientemente, el premio Setenil en Molina de Segura por su obra Si te comes un limón sin hacer muecas (también publicado por Anagrama). Estamos, sin duda, ante uno de los grandes del cuento español contemporáneo.

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