Revista Empresa

Decalogo de Florent Marcellesi ante la crisis ecológica

Publicado el 18 febrero 2015 por Aprodelclm
Decalogo de Florent Marcellesi ante la crisis ecológica
¿Cuáles tendrían que ser las prioridades para una transición ecológica, social, democrática y ética hacia otros mundos posibles? Tras una breve introducción sobre qué es la crisis ecológica, propongo un decálogo de acción para la gran transformación ecológica. 
 Crisis de modelo: Hoy en día sufrimos las consecuencias de un modelo socio-económico pernicioso y suicida tanto para la justicia social y la solidaridad intrageneracional como para la justicia ambiental y la solidaridad intergeneracional: el “liberal-productivismo”. Basado en un crecimiento financiero y material sin límites, no es otra cosa que una fusión progresiva entre los rasgos y estragos estructurales del neoliberalismo dominante desde los años setenta y los del productivismo reinante desde el fin de la II Guerra Mundial.
Este modelo genera la tensión actual entre Humanidad y Naturaleza que se manifiesta a través de las principales crisis ecológicas que sufrimos: cambio climático, techo del petróleo, pérdida de biodiversidad, deforestación, crisis alimentaria, etc.
 Crisis de escasez: Asimismo, detrás de las crisis financieras y especulativas, siempre se encuentran crisis más profundas que tocan lo que solemos llamar la economía real (también llamada economía productiva) y la economía real-real, es decir la de los flujos de materias y energía (que depende por una parte de factores económicos y por otra parte de los límites ecológicos del planeta).
En este contexto, la crisis ecológica es principalmente una crisis de escasez: escasez de materias primas y de energía para mantener el ritmo de la economía actual, y aún menos extenderlo a los países del Sur. El modo de producción y de consumo impulsado por el Norte no tiene en cuenta los límites físicos del planeta, tal y como lo deja patente la huella ecológica: la humanidad ya supera en un 50% su capacidad de regenerar los recursos naturales que utilizamos y asimilar los residuos que desechamos. Y sobre todo, existe una profunda desigualdad en el uso de los recursos ambientales disponibles: mientras muchas comunidades humanas consumen por debajo de la capacidad de carga de su territorio, si todas las personas de este mundo consumieran como la ciudadanía española, necesitaríamos tres planetas.
 Crisis ética: Desde que entramos en la edad moderna occidental y la revolución industrial, se ha ido apoderando de nuestras mentes el «antropocentrismo tecnocrático», es decir una cosmovisión particular donde la naturaleza es sobre todo el objeto propuesto para nuestro dominio, para nuestro provecho, gracias a la tecnociencia, fuente de la felicidad de los seres humanos. La crisis ecológica es por tanto también una crisis de valores y de civilización donde cada persona y cada sociedad tiene que repensar de forma individual y colectiva el sentido de nuestra existencia y, por consiguiente, nuestro lugar adecuado en la naturaleza.
Es necesario contestar de forma democrática a preguntas fundamentales y existenciales: ¿por qué, para qué, hasta dónde y cómo producimos, consumimos y trabajamos?
 La humanidad, es decir tanto los individuos como las sociedades que las componemos, está ante una encrucijada: puede decidir, al igual que la civilización maya clásica, cerrar los ojos ante el peligro y caminar sin marcha atrás hacia su derrumbe, o puede decidir rebelarse y perdurar dentro de la llamada “supervivencia civilizada de la humanidad”. Para alcanzar este objetivo, es necesario otro modelo de producción y consumo donde reconciliemos, de forma democrática y solidaria, nuestra aspiración individual y colectiva a la buena vida con los límites ecológicos de un planeta finito.
 En este camino, planteo diez prioridades hacia aquella transformación ecológica, social, democrática y ética de la sociedad:
 1. Establecer los límites y fijar umbrales de recursos y emisiones per capita, así como objetivos de reducción del consumo diferenciando entre países del Norte (contracción, es decir decrecimiento radical de la huella ecológica dentro de los límites ecológicos del Planeta) y del Sur (convergencia, es decir evolución socioecológica hacia un alto bienestar y una baja huella ecológica sin pasar por la casilla del maldesarrollo de los países occidentales). [Para saber más, véase Del desarrollo al posdesarrollo: otra cooperación es posible y deseable]
 2. Construir una macroeconomía ecológica que integre las variables ecológicas donde la estabilidad no dependa del crecimiento, donde la productividad del trabajo no sea el factor determinante. En este marco, es central superar definitivamente el Producto Interno Bruto (PIB) como indicador principal de riqueza, por ejemplo a través de indicadores construidos de forma participativa y de debates deliberativos —locales, estatales y europeos— sobre qué es la naturaleza de la riqueza, su cálculo y su circulación. Por ejemplo, el estado de Acre, considerado uno de los más pobres de Brasil, ha definido unos indicadores de buen vivir que tienen en cuenta el medio ambiente y su principal riqueza: el bosque amazónico. El proceso se ha llevado a cabo de forma participativa con economistas brasileños y la sociedad civil local —en primer lugar, los pueblos indígenas— y ha contado con el asesoramiento de una ONG y una universidad francesas.
 3. Relocalizar la economía. Es necesario privilegiar las actividades con utilidad social y ecológica, por ejemplo las de circuitos cortos que generan riqueza a nivel local con baja huella ecológica y con alta capacidad de resiliencia. Es el caso de los grupos de consumo. Creados en Japón en la década de 1960, este sistema pone en contacto directo a las personas que practican una agricultura ecológica y a las personas consumidoras que la utilizan. Llegado a España a finales de los años ochenta y principios de los noventa y, con una nueva oleada desde comienzos de 2000, es hoy en día una realidad en constante y rápida evolución, mezclando grupos autogestionados —difíciles de contabilizar— con cooperativas legalmente estructuradas.
Otra iniciativa en auge son las llamadas monedas locales (también llamadas sociales o complementarias), utilizadas para el intercambio de bienes y servicios por una comunidad reducida (un barrio, un pueblo, una ciudad, una provincia) y donde el dinero, controlado por la comunidad, vuelve a ser un medio al servicio de las personas y la economía real (y real-real).
Además, para ser de verdad una herramienta transformadora, suele favorecer los intercambios de productos y servicios con alto valor ambiental, ético y social y busca aumentar el poder de control ciudadano sobre la economía.
Al mismo tiempo, la relocalización necesita una coordinación y una acumulación de fuerzas supralocales (regional, europea, global) para garantizar solidaridad interterritorial, políticas eficientes ante problemas transfronterizos y globales, y redes potentes capaces de hacer frente y ser alternativas a los poderes políticos y económicos globales. El camino seguido por Via Campesina que lucha a la vez por la relocalización agrícola y por la construcción de alianzas mundiales es en este modo un buen ejemplo de esta dinámica donde la relocalización es un proyecto global.
 4. A través de un “New Deal Verde”, invertir masivamente en sectores sostenibles y empleo verde, es decir en puestos de trabajo que garanticen una conversión ecológica de la economía en sectores sostenibles como las energías renovables, agricultura ecológica, rehabilitación de edificios, gestión forestal sostenible, economía de cuidados, artesanía, economía social y solidaria, etc.
Sin duda, vivir bien en un mundo eco-solidario implicará una contracción para los sectores intensivos en energía fósil y/o en especulación financiera y/o perjudiciales para un mundo pacífico (industria manufacturera, sector automovilístico, pesca industrial, bancos y seguros, industria armamentística, etc.), lo cual supone desarrollar una reconversión planificada y participada de las personas trabajadoras hacia los sectores antes mencionados. Según la Organización Internacional del Trabajo, se podrían crear en el mundo hasta 60 millones de empleos verdes y en España hasta 2 millones de aquí a 2020 (hasta 1,37 millones para mejorar el aislamiento y la eficiencia energética de 25 millones de viviendas, 770.000 empleos para movilidad sostenible, 125.265 empleos en energías renovables si este sector pasara a generar un mínimo del 20% de la producción primaria de energía).
 5. Hacer un uso masivo de la reducción de la jornada laboral y del reparto del trabajo, incluyendo el de los cuidados. En este sentido, la propuesta de las 21 horas permite vincular reivindicaciones históricas del movimiento obrero y sindical con las del movimiento ecologista al afirmar que una semana laboral más corta puede ayudarnos al mismo tiempo a proteger el planeta, aumentar la justicia social y el bienestar de la sociedad, y construir una economía próspera sin crecimiento.
Entre otras cosas, el reequilibrar los tiempos de vida entre trabajo remunerado y no remunerado, vuelve a dar valor social y económico a los trabajos domésticos y de cuidados (principal e históricamente cubiertos por las mujeres), voluntarios, artísticos, políticos, culturales, autónomos, etc., permite aumentar sustancialmente tanto nuestra incorporación en circuitos cortos de producción y consumo como nuestra capacidad de producir parte de lo que vamos a consumir (alimentos, energía, etc.), apuesta por transformar los aumentos de productividad en tiempo libre no consumista y abre la posibilidad de una reducción de la factura energética.
 6. (Re)Distribuir la riqueza a través de una renta máxima, una renta básica de ciudadanía y una fiscalidad sobre los capitales y los recursos naturales. En un planeta finito, hace falta una doble dinámica en torno a una «estrategia de máximos» de lucha contra la riqueza en las clases hiperconsumistas (renta máxima, limitación en el consumo de recursos naturales, gravamen del lujo) y una «estrategia de mínimos» de lucha contra la miseria social y ambiental para las clases empobrecidas y que infraconsumen (renta básica, acceso gratuito o barato a los recursos naturales).
Para hacerla posible, necesitamos redistribuir la riqueza a través de una reforma profunda del sistema fiscal donde, además de bajar la fiscalidad sobre el trabajo, aumentamos la fiscalidad sobre capitales (lucha contra el fraude y paraísos fiscales, eliminación de todas las deducciones en el impuesto de sociedades, impuesto sobre las transacciones financieras, etc.) y sobre recursos naturales (eliminación de subvenciones a combustibles fósiles, tasa sobre emisiones de carbono, etc.). Por otro lado, necesitamos una mejor distribución inicial de las rentas primarias antes de impuestos, es decir revertir la creciente desigualdad entre salarios y ganancias del capital.
 7. Convertir la “banca ética” en norma para el sector financiero. Cualquier banco, sea público o privado, no puede invertir en actividades perjudiciales para el medio ambiente o las personas, como puede ser por ejemplo la fabricación de armas. Al contrario, la banca ética, preferentemente pública o cooperativa, se presenta como una alternativa a la banca tradicional y su afán de buscar ante todo la creación de rendimiento económico y valor para sus accionistas y altos directivos. Además de obtener beneficios para garantizar la continuidad de la actividad, la banca ética persigue una economía al servicio de las personas y del medio ambiente. Se rige por criterios positivos (financiación de proyectos que transforman positivamente la sociedad), por criterios negativos (no financiación de proyectos nocivos para la sociedad) y por principios de transparencia, coherencia y participación.
 8. Desmantelar la lógica social del consumismo. Por una parte, la educación en valores y verde, es decir un educación para “vivir bien con menos”, es fundamental para cambiar nuestras mentalidades y revertir la crisis ética hacia otra relación respetuosa con las demás sociedades humanas, nuestro entorno y el resto de seres vivos. Primero, se trata de evolucionar de una sociedad del tener hacia una sociedad del ser donde el estatus social no dependa de la riqueza material sino del bienestar individual, social, comunitario y ecológico. Segundo, como nos lo aconsejan la educación no violenta o las resoluciones pacíficas de conflictos, se trata de enseñar y aprender respeto, escucha activa y empatía. Por otra parte, la regulación de la publicidad comercial, verdadero pilar del sociedad de consumo, es un paso esencial que se puede concretar, por ejemplo, a través de la reducción de su presencia en los espacios y medios públicos o de la creación de un órgano de control independiente.
 9. Reestructurar nuestras ciudades y territorios. Supone construir “pueblos en transición” a escala humana y local que apuesten por parar el crecimiento de las ciudades (y también la construcción de grandes infraestructuras como nuevos aeropuertos, autopistas y trenes de alta velocidad), reciclar y revalorizar las ciudades existentes (programa masivo de rehabilitación de edificios, utilización de las viviendas vacías, impulso de las cooperativas de viviendas), relocalizar las actividades (además de lo apuntado en el punto 3, los huertos urbanos son un ejemplo magnífico), favorecer una movilidad sostenible (con el peatón y la bici en el centro de las preocupaciones urbanísticas hasta alcanzar en 2030 un reparto modal del 10% para el coche, 30% para el transporte colectivo y 60% para el peatón y la bici), alcanzar la autosuficiencia energética (reducción del consumo, energías renovables locales y eficiencia energética), reequilibrar ciudad y campo (un campo donde la agricultura convencional vuelva a ser la agricultura ecológica, capaz de producir localmente en cantidad suficiente productos de temporada y sanos para consumo local y que apueste por la soberanía alimentaria), democratizar la ciudad (pueblos policéntricos con núcleos urbanos más reducidos que permiten acercar la ciudadanía a los ámbitos de decisión).
 10. Poner en marcha una democracia participativa como instrumento vertebrador de una transición social y ecológica exitosa. De hecho, la democracia moderna tiene una deuda latente con la ecología política y con su lucha por extender la autonomía personal y la solidaridad colectiva en el espacio (solidaridad transnacional), en el tiempo (solidaridad transgeneracional) y al conjunto de la naturaleza (solidaridad biocéntrica e interespecie). Sobre todo, esta democracia tiene que integrar en sus procesos algunos aspectos que, además de ampliar nuestros círculos de solidaridad, son centrales para la transición hacia una supervivencia civilizada de la especie humana: la cuestión de la autolimitación, la representación de los sin voz, la gobernanza global y la capacidad de responder a la urgencia ecológica.
 Este esbozo de prioridades podría representar un sustrato mínimo capaz de juntar a multitud de personas y colectivos que desde sus ámbitos particulares ya están impulsando alternativas concretas aquí presentadas. De forma proactiva y propositiva, aliemos y tejamos cada vez más redes y plataformas de resistencia y creativas. Más que nunca necesitamos que cada nodo del cambio se conecte con todos las demás y juntos, con un programa compartido y que respete la diversidad de sus componentes, se conviertan en alternativa viable al sistema actual.
  

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