1. Escribirás para ti mismo. No para tus lectores, no para tus amigos, no para tu editor y menos aún para los críticos. Escribirás para ti mismo.
Por más que trabajes, por más que lo intentes, por más que te preocupes, quien lea lo que escribes lo hará desde su propia orilla, y aquella orilla rara vez será la tuya. No cometas el error de escribir para ellos, cuando la única honestidad que debes tener es contigo mismo. Serás tu peor crítico, tu peor enemigo y tu único amigo. Sólo tú sabrás decir si lo escrito responde a lo que deseas contar.
Eso sí, asegúrate de que lo que escribas pueda entenderse.
2. Desconfía de géneros, fronteras y clasificaciones como lo haces de los taxidermistas.
No te preocupes por si lo escrito es un cuento, un relato, un poema o una novela. Tal vez sea una crónica, tal vez un monólogo, tal vez una obra de teatro. Un teórico dirá que le falta para ser cuento y otro que no parece una novela. Los libreros (pobres ellos) no sabrán si poner tu texto en poesía o en nuevas narrativas.
Aquello no es tu problema.
El tuyo es escribir sabiendo que primero está el texto y luego la teorización que trate de explicarlo.
(Por cierto: si eres crítico o teórico, olvida lo que sabes antes de escribir, sino pasarán los años y no escribirás una sola palabra).
3. Si juegas a ser demiurgo, respeta el derecho al libre albedrío.
Hay autores que dicen que desde la primera frase de tu texto deberás tener clara la última. Otros dicen que no debes escribir si no conoces el final. Eso está perfecto para ellos, pero no tiene porqué ser el mismo caso para todos.
Si en tu texto estás jugando a crear personajes y a dotarlos de personalidad propia, ¿por qué les niegas la posibilidad de tener vida más allá del plan que traces para ellos?
Déjate sorprender, dales la libertad de ser ellos mismos. Muchas veces saben mejor que tu lo que debe o no pasar, por algo son quienes viven en tu historia.
Pero eso sí: nunca escribas sin un plan general de lo que quieres.
4. Te preocuparás por el ritmo, no el de la historia, se sobreentiende, sino el de las frases que escribas.
Un texto, sin importar su extensión, debe ser como un concierto o una canción. Debes definir un tempo y estar dispuesto a jugar con él.
Escribe frases cortas cuando las requieras, y largos párrafos expresivos en los cuales no haya puntos intermedios o comas o puntos y aparte que permitan que el lector respire si lo que necesitas es que en él se desarrolle la tensión o el ahogo. Tu puntuación es propia si la manejas con intención.
Deja espacios.
Disfruta el silencio.
Sugiere a tu lector que lea siempre en voz alta y nunca dejes de hacerlo tu.
5. No negarás la presencia de musas, duendes, daimones o genios que te dictarán al oído el texto. Pero te presentarás cada día al trabajo.
Picasso ya lo dijo alguna vez: "que la inspiración te encuentre trabajando".
Quizás seas poeta y escuches una voz que te murmure el texto que quiere ser
(porque a veces los textos quieren ser incluso a pesar tuyo)
Quizás un día baje la inspiración divina y hable directamente a tu oído.
(y quizás en lenguas de fuego te de la palabra correcta,
el adjetivo perfecto,
el verso exacto)
No importa.
Cada mañana (o cada noche)
te dispondrás a escribir y a recibir inspiración.
A veces no llegará, es cierto,
pero tú te habrás presentado al trabajo.
Con el tiempo, y algo de suerte,
llegará el día en que puedas convocar la inspiración
como quien invoca un recuerdo en la memoria…
Pero mientras eso ocurre, sigue presentándote a trabajar.
6. Respetarás tu voz propia, porque es en últimas lo único propio que tienes.
Te van a decir que describes mucho. Te van a decir que describes poco. Te van a decir que no te preocupas lo suficiente por el espacio. Te van a decir que es mejor si te preocupas menos por el espacio. Te van a decir que no muestras. Te van a decir que muestras demasiado. Te dirán que tus textos se parecen a los de algún autor, o que sería mejor si escribieras como algún otro lo hace.
Sonríe, agradece, y sigue adelante.
Encuentra tu estilo y depúralo.
No podrás ser una mejor versión de alguien más, pero podrás ser una mejor versión de ti mismo.
Si no sabes identificar tu voz entonces busca algún autor que te guste excesivamente y trata de escribir un par de hojas como él lo haría. Terminado el ejercicio, destaca todo aquello que no parezca suyo: esa es tu propia voz, o por lo menos su comienzo.
Pero mantente atento: lee a todos aquellos autores que te recomienden, aunque luego dejes sus textos a mitad del camino.
7. Tendrás presente que la técnica está al servicio del espíritu, y no al contrario.
Liszt dijo que la técnica emerge del espíritu. Tenía razón, por lo menos parcialmente. Deberás ser consciente de que el virtuosismo técnico no implica grandeza espiritual, pero que de la grandeza del espíritu habla la obra. Entiende la técnica como una forma de potenciar aquello que dices, como una herramienta para hacer mejor la creación, pero no caigas en la técnica vacía que cumple cada norma, pero a fin de cuentas no habla del espíritu.
Preocúpate primero por tener que decir y luego te preocuparás por la forma de decirlo.
8. Reconocerás que todo está escrito, que todo ha sido contado, y que de hecho ha sido mostrado mejor de lo que jamás lograrás hacerlo. No tendrás miedo de decirlo de nuevo, porque tú no lo has dicho.
"Esa historia se parece a...", "Ese texto me recuerda el de..."
Todo está dicho, y casi con seguridad ha sido dicho de mejor manera por alguien más. No te preocupes locamente por la originalidad, ni padezcas por encontrar un tema que nadie haya tocado jamás. Podrá ser diferente tu tratamiento, o tal vez el enfoque que le des, o la forma de contar la historia. Sea como sea, la contarás a tu manera y eso es lo único que importa.
Si tienes dudas, vuelve al primer elemento de este decálogo. O al sexto.
9. Te importará la historia más que la forma, el contenido más que el continente.
Vale, es cierto: no se puede hablar de contenedor sin contenido y el uno da cuenta del otro. Pero hay tantos y tantos escritores que dejan de lado la historia y se preocupan sólo por la forma que a veces pareciera que todo es digno de ser contado.
Y no, no es así. No en todas partes hay una historia, no todo vale la pena que sea dicho.
Preocúpate por la historia, por dar al lector algo que conmueva su espíritu. No temas, eso sí, darle aquella forma que consideres más apropiada a tu texto. Si te gusta la metonimia, úsala. Si en amante del hiperbatón te has convertido, practícalo.Si piensas que la rima da belleza, empléala. Si crees que es mejor la prosa que el verso, que un personaje puede y debe hablar como si viviera en otro tiempo, no dudes en hacerlo.
Pero, por favor, no te olvides de la historia.
10. Si algún día te piden un decálogo o un consejo dirás que la única regla cierta, el único consejo valido, el único camino posible, es escribir.
¡Escribe, maldita sea, escribe!
Deja de leer lo que hacen otros, deja de pedir consejos y siéntate a escribir. Rilke tenía razón en eso y escribir es respirar. Hay quien dijo que “el hombre que se acerca a su objetivo ya no camina, baila”. Pero tú no bailas, tú escribes. Así que ponte a trabajar pues nadie más que tu puede encontrar una respuesta a tus preguntas.
Eso sí, no dejes de hacerte preguntas.
11. No creerás en ningún decálogo, ni siquiera en el que tú escribas.
De todos los puntos, será siempre el más importante. Te enamorarás de los decálogos porque parecen lecciones fáciles, mandamientos que puedes alcanzar, guías cuando todo está perdido.
Seguramente todo está perdido y precisamente es por eso que buscas un decálogo; acéptalo de una vez.
No te olvides que todos ellos son subjetivos y dependen del ánimo y el momento de vida del escritor. También quienes escriben decálogos reniegan de lo escrito.
Tan solo no te olvides de una cosa: por favor, por lo que más quieras, por caridad contigo mismo: escribe.
Daniel Naranjo
(Lunes)