Por Eduardo Montagut
El movimiento decembrista
ruso se encuadra en el ciclo revolucionario europeo, que comienza en 1820 y
culmina en 1848, contra el absolutismo y la Restauración, y justo dentro de los
primeros movimientos donde las sociedades secretas, grupos masónicos, etc.,
tuvieron gran protagonismo como motor de cambio.
Las guerras napoleónicas tuvieron un efecto no predecible por parte de la autocracia rusa. La participación de los ejércitos zaristas en las batallas por media Europa provocó que una parte de la joven oficialidad estuviera en contacto con las ideas revolucionarias, las nuevas formas de vida y de entender la organización social y política contraria al absolutismo y la sociedad estamental. Estos oficiales llevaron este bagaje a Rusia cuando regresaron. Se formaron clubes que sin ser como los clubes revolucionarios franceses sí plantearon debates políticos intensos, y desde donde salieron muchas propuestas de cambio. El más destacado fue la Liga de la Salvación por la Patria, que cambiaría su nombre por el de la Liga de la Felicidad, algo muy significativo por su raíz ilustrada. Esta Liga se dividió en dos: la Liga del Norte en San Petersburgo, y que optó por la moderación, planteando la necesidad de que se estableciera una monarquía constitucional, y la Liga del Sur, que dirigía Pablo Pestel, con ideas más radicales. Pestel es un claro ejemplo de lo que aquí estamos exponiendo. Era aristócrata y había ingresado en el ejército como oficial. Recorrió Europa donde aprendió las ideas revolucionarias francesas. Pensó en una revolución dirigida por los siervos, lo que demostraría su radicalismo, ya que le movía el principio de la igualdad por encima de todo. Pero además no sólo se quedaba en la defensa de la igualdad ante la ley, suprimiendo la servidumbre, sino que también propugnaba la económica porque proponía la expropiación de la tierra en manos de los nobles, es decir, de casi toda la tierra de Rusia. Por fin, creía que las comunidades campesinas deberían participar en el gobierno y administración del Estado. Otro destacado miembro de las Ligas fue Muraviov que escribió un Catecismo Ortodoxo, que circuló clandestinamente, y que criticaba la misma existencia de los zares, de la propia monarquía. Este sería el contexto en el que surgiría el movimiento de los decembristas.
Las Ligas decidieron dar un paso adelante y no quedarse en foros de discusión política, a la altura de 1825. No todos los miembros de los clubes tenían las ideas igualitarias de un Pestel o un Muraviov. La mayoría respetaba la existencia de la monarquía, aunque no absolutista y sí constitucional. Desde el otro lado de Europa les llegó lo establecido en la Constitución de Cádiz y algunos llegaron a defender la aplicación en Rusia del modelo español. Pero para ello se necesitaba un monarca que aceptase las limitaciones que le impusiera una Constitución. Muchos miembros de las Ligas pensaron en la figura de Constantino, el segundo hijo del zar Alejandro I, y que se estaba distinguiendo por practicar una política muy liberal en Polonia donde había sido enviado en calidad de virrey. Por otro lado, el Senado proclamaría las libertades, terminaría con la servidumbre y convocaría elecciones por sufragio censitario para formar una Asamblea Constituyente.
Para lograr la consecución de estos objetivos había que levantarse contra el zar. Se pensó que el momento ideal sería el verano de 1826 en el sur porque el ejército tenía planeadas unas maniobras para esa época del año. La Liga del Sur tenía muchos afiliados en la oficialidad y eso podía asegurar el éxito. Pero los acontecimientos se precipitaron porque el zar Alejandro I murió repentinamente. El día de Navidad fue coronado en San Petesrburgo Nicolás I. Este hecho fue aprovechado por los oficiales revolucionarios para sacar a las tropas a la calle; de ahí que se conozca a estos revolucionarios como decembristas. La población les acogió con vítores que aludían a la necesidad de una Constitución y a favor de Constantino. Hubo una clara confraternización entre los soldados y el pueblo y, curiosamente este hecho que podía ser síntoma del éxito de la sublevación, fue la causa de su fracaso porque la mayoría de los oficiales temieron la posible revolución social que se podía producir y desaparecieron. Al no contar con jefes ni líderes destacados la represión del movimiento fue fácil. Las noticias del fracaso tardaron en llegar al sur, por lo que los sublevados de esta zona, con Pestel como líder, decidieron marchar sobre Kiev, pero los cosacos les derrotaron.
La represión fue intensísima. El zarismo no podía tolerar ningún tipo de sublevación y mucho menos de una parte de la oficialidad de su ejército. Pestel utilizó el juicio para hacer propaganda de sus ideas, aceptando plenamente su responsabilidad. Se condenó a muerte a un centenar de oficiales, aunque solamente fueron ejecutados cinco, por supuesto Pestel y Muraviov, los dos líderes más radicales.