El Decamerón de Boccaccio era un eterno pendiente que se me resistía, hasta que recuperé algo de concentración y se editó una edición de Alianza Editorial de la que me enamoré. Si a ello sumamos que surgió la oportunidad de leerlo y comentarlo entre amigos, pues…
Este clasicazo italiano cuenta la historia de un grupo de diez amigos (siete mujeres y tres hombres) que, huyendo de la peste de 1348, se refugian en la propiedad de uno de ellos situada en el campo. Deciden, para hacer los días más llevaderos, contar historias por turnos: diez historias diarias durante diez días, dando lugar a los cien relatos que conforman la obra.
Como es lógico en este tipo de títulos, unas historias gustan más que otras, pero en todas ellas hay elementos llamativos y destacables: las moralejas y lecciones vitales, el retrato de la sociedad florentina de la época, el sentido del humor, la crítica feroz a la Iglesia y a los religiosos, a la hipocresía y doble moral imperante. Tampoco deja indiferente la forma de tratar abiertamente temas como el adulterio, la homosexualidad o la sexualidad de la mujer (no olvidemos que fue escrito entre 1351 y 1353).
En mi caso, ha sido determinante el haberlo leído poco a poco para, entre otras cosas, apreciar todos los matices de este grandioso homenaje a la tradición oral y al arte de la narración oral.
Los relatos se cierran con una conclusión del autor que no tiene desperdicio y con la que me ha terminado de conquistar. En ella, Boccaccio se anticipa a las posibles reacciones de los lectores, justificando los relatos que pueden resultar más polémicos o reconociendo que, al tratarse de cien historias, no todas pueden gozar de la misma calidad. Efectivamente, no gozan todas de la misma calidad, pero entre todas conforman un título imprescindible.