"Aprenda de mí, si no por mis consejos, al menos por mi ejemplo, y vea cuán peligrosa es la adquisición de conocimientos y cuánto más feliz es el hombre que acepta su lugar en el mundo en vez de aspirar a ser más de lo que la naturaleza le permitirá jamás".
Traer Frankenstein al blog era una asignatura pendiente que, con ocasión del bicentenario de su primera edición, no he querido retrasar más. Lo cierto es que he estado dándole vueltas a cómo enfocar esta entrada, porque poco puede añadirse que no se haya dicho ya sobre esta maravilla de la literatura universal, y sí que hay mucho que decir sobre algunas ediciones muy elaboradas que tenemos a nuestro alcance.
Cuando pienso en este libro automáticamente se me viene a la cabeza su origen, ese origen que casi todos conocemos: aquel atípico verano de 1816 (el 'año sin verano') en la propiedad de lord Byron, Villa Diodati (cerca de Ginebra) donde aquel grupo de amigos, entre los que se encontraban Mary Wollstonecraft y Percy B. Shelley, acordó un juego literario consistente en escribir cada uno de ellos una historia de terror para combatir así el aburrimiento consecuencia de las inclemencias del tiempo.
Así surgió la historia (publicada año y medio después, teniendo la autora apenas dieciocho años), donde conocemos a Robert Walton, un viajero aventurero que ha organizado una expedición al Polo Norte, y en cuyo camino se cruzará con un Victor Frankenstein, un hombre enfermo, perdido y desesperado que le contará su historia. Victor es un joven perteneciente a una familia acomodada suiza. Estudioso y ávido de conocimiento, se traslada a Inglaterra para estudiar filosofía natural, fisiología y otras ciencias. Pero Victor quiere más, y se propone infundir vida en matera muerta. Sus titánicos esfuerzos darán resultado, naciendo un monstruo aterrador de grandes dimensiones, pero nada es como había imaginado; su fervoroso deseo, que llega más allá de lo razonable, se convierte en asco y arrepentimiento, llegando el horror a su vida.
Son varios los aspectos que me fascinan de Frankenstein: la edad de la autora al escribirlo, la inmensidad del resultado de aquel relato fruto de un juego literario y una pesadilla nocturna, o su capacidad de hacer que la compasión del lector oscile entre Victor y el monstruo.
Dándole voz a ambos, Mary Shelley nos muestra, por un lado, a un noble científico que se ve sobrepasado por su ambición al querer jugar a ser Dios pero que, al contrario que este (es un matiz importante) se arrepiente de su creación. Por otro, a un engendro que ni siquiera tiene nombre, pero que tiene conciencia de sí mismo, que siente y padece, que se muestra impresionado por la belleza del mundo pero desconcertado por la crueldad de los hombres, que se cuestiona el porqué de su existencia, y que a priori se muestra bondadoso. Un ser, en definitiva, que busca su lugar en el mundo y que al ser rechazado cambia de actitud y decide causar terror. En definitiva, una obra maestra donde ciencia ficción, terror, filosofía y romanticismo van de la mano.
En cuanto a las ediciones, las hay para todos los gustos. Mis favoritas son las de Austral, Espasa Clásicos (el manuscrito original descubierto en la biblioteca Bodleiana) y Ariel (Edición anotada para científicos, creadores y curiosos en general). Todas de la Editorial Planeta, todo queda en casa, en casa de José C. Vales, para ser exactos, que se encarga de la traducción de los textos literarios que van acompañados por anotaciones y ensayos sin desperdicio. En mi cuenta de Instagram más detalles sobre las ediciones en una foto que publiqué hace unos días.
Y como celebramos el bicentenario de la obra y yo andaba dándole vueltas a cómo celebrar los ocho años del blog, os adelanto que habrá sorteo...