Unas elecciones generales un 20 de diciembre son como invitar a un amigo a casa, preguntarle si le apetece tomar un café y cuando con ganas te responde “sííííííí”, entonces le espetas “joooo, chico, ahora tengo que prepararlo“. Pues lo mismo me parecen estos comicios en plenas Navidades, convocados por quienes ven en esta cita el fastidio de tener que dar cumplimiento a un derecho democrático. “Vota” (“vamos, si quieres”, les falta decir, “si no tampoco tienes que molestarte”). A ver si así la gente se entretiene con las compras, los arbolitos y los Reyes Magos y pasa de ir a votar. Porque los que sin pestañear van a las urnas son, en términos generales (no me malinterpreten), quienes dan su voto a los mal llamados “grandes partidos”; los indecisos, los habituales abstencionistas o los simplemente cómodos para qué van a votar, ya se quejarán después, ¡encima!
Qué pena de Gobierno, de verdad, qué pena de partido que sustenta al Gobierno, por favor. Si pudieran, me da, convocaban el día antes de la fecha elegida, a ver si la nocturnidad y la alevosía despistan al personal. Porque a ver, si los anteriores comicios generales fueron un 20 de noviembre, ¿qué conduce a señalar un mes después el día D con lo noveleros que somos en este país para estar en la calle de fiestita y olvidarnos de nuestra responsabilidad como ciudadanos? Ay, vaya, no quería decirlo así…
En fin, yo en esta campaña solo he visto artefactos, focos, luces, chorradas de cómo viste este u el otro… Pero ¿y los programas, y las propuestas reales, y las ideas? Ya es que ni se molestan en hacer promesas falsas. Insisto en que hablo de los de siempre, contra los que algunos partidos nuevos, insurgentes, han alzado su voz. No sé si será suficiente para luchar contra esta fantástica fecha navideña. De milagro Rajoy y su panda no eligieron el 22 de diciembre (sí, es martes, lo sé); tal vez así, con la emoción y los nervios de la pedrea, a quienes no votaran sumaríamos los que se despistan y meten en la urna el décimo en vez del voto.