el qué y el cómo se digan las cosas modifica en mucho el resultado de lo dicho, es por ello que el poder de las palabras es infinito. En la década de los treinta del pasado siglo, los lingüistas Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf apuntaron una idea realmente interesante: el lenguaje influye de una manera determinante sobre nuestra forma de pensar. Pero esta idea no estaba avalada por experiencias empíricas que le diesen cuerpo y eso llevó a que durante mucho tiempo se concibiese la universalidad del lenguaje y el pensamiento.
En un interesante artículo de Lera Boroditsky publicado en la revista Investigación y Ciencia, la psicóloga presenta toda una serie de experimentos y evidencias que muestran el verdadero impacto que el lenguaje tiene sobre nuestra forma de pensar y que desmontan esas creencias del pasado sobre la universalidad de lo que decimos y pensamos.
En este artículo se comenta que en la actualidad, en el planeta tierra, se hablan una friolera de 7000 idiomas. Realmente este hecho viene, una vez más, a ilustrar la grandiosa diversidad que define a los seres humanos. 7000 formas de pensar totalmente diferentes simplemente determinadas por el uso de idiomas diferentes. Las reflexiones presentadas por la doctora Boroditsky revelan investigaciones que dan forma a las nociones más básicas de la experiencia humana: espacio, tiempo, causalidad o las relaciones con las demás. Sólo de pensarlo se me pone la piel de gallina.....
En el citado artículo se habla de experiencias vividas con determinadas comunidades del pacífico sur con capacidades de orientación portentosas, donde palabras como derecha o izquierda dejan paso a los puntos cardinales. Esta capacidad de orientación también influye sobremanera en su concepción del tiempo. En diferentes experimentos realizados se les pedía a esta gente que ordenasen series cronológicas de fotografías y se comprobó que el orden de las mismas dependía de la orientación de la persona dentro de la habitación. Para cualquier europeo parlante lo más antiguo siempre va a la izquierda y lo más nuevo a la derecha, mientras que para un árabe esta secuencia se invierte. Es curioso comprobar como estas “leyes universales” evidentes para todos nosotros se desmoronan en función del lenguaje utilizado por la persona.
La descripción de acontecimientos también se ve modificada por la utilización del lenguaje. Dependiendo de qué lengua hablemos nuestra percepción sobre los acontecimientos se puede ver alterada. Los hispanohablantes y japoneses somos unos verdaderos especialistas en la utilización del impersonal “se”: el plato se rompió. Cuando se presentan en nuestras vidas acontecimientos accidentales tendemos a evitar la utilización del sujeto haciendo que nadie sea el responsable de lo sucedido. Por contra, los anglosajones no entienden las frases carentes de sujeto, este tipo de frases son entendidas como evasivas.
Del artículo surge una pregunta que la propia Lera Boroditsky responde: ¿es el lenguaje quien modifica el pensamiento o es el pensamiento quien modifica el lenguaje?. La respuesta es que se trata de un proceso bidireccional, el uno influye en el otro reforzándose y haciéndose más profundo su impacto sobre nuestra memoria y forma de actuar. Es muy conocido ese remedio de que si cambias la forma de decir algo también cambia la forma de concebirlo.
Estos estudios y experimentos reivindican el lugar que el lenguaje se merece en nuestro día a día. Algo que asumimos como cotidiano y carente de valor pero que realmente influye en nuestra forma de ver el mundo. Es tal la habilidad que adquirimos con el lenguaje que éste se convierte en algo inconsciente y es precisamente esta inconsciencia la que nos aleja del poder e importancia del mismo. Las palabras son la forma física de nuestros pensamientos y cuando no las controlamos es muy difícil que podamos dominar nuestro pensamiento convirtiéndonos así en actores secundarios de nuestras vidas, donde el azar determina el resultado.
Poseemos la libertad de la palabra, pero esa libertad nos hace responsables de nuestros pensamientos. Saber ejercerla es algo que nos corresponde y es muy habitual comprobar cómo lo que decimos tiene un impacto enorme en los que nos rodean. Es la forma en la que dejamos ver a los que nos rodean cómo pensamos, si los tratamos con desprecio verán que no nos importan, si utilizamos un lenguaje sensible a sus deseos y expectativas mostraremos un pensamiento totalmente diferente.
El dominio del lenguaje es consecuencia de la maestría de autoescucharse. Pero escuchar nuestras propias palabras es un ejercicio cognitivo con un importante esfuerzo ya que al convertir nuestro lenguaje en algo inconsciente el foco de atención de la escucha está más centrado en otros aspectos menos relacionados con conocer su contenido y significado. Escucharnos nos permite conocer nuestros pensamientos y dicho esto me surge una pregunta ¿cuánto tiempo dedicas cada día a escucharte?.