Dicen, los que saben de ello, que el amor de un padre a un hijo es incondicional. Que no hay mayor sufrimiento que el de tus propios retoños y que nada se iguala a la pérdida de tus descendientes. Premisas nada estudiadas que en la mano de Valérie Donzelli, directora, co-guionista y sufridora de la historia real en la que se basa la cinta, alcanzan su mayor expresión. Porque no hay nada como haberlo vivido para contarlo.
Julieta y Romeo son dos jóvenes que se enamoran desde el primer instante en que se cruzan porque el destino es así de caprichoso o porque así lo escribió Shakespeare. De un modo u otro, la pareja desborda felicidad por cada rincón parisino que pisan. Como si se tratara de Al final de la escapada, los enamorados se creen comer el mundo de azúcar en el que están inmersos hasta que son llamados a fila. El descubrimiento de un tumor cerebral al fruto de su amor en los pocos meses de vida supone el inicio de la réplica a esa declaración de guerra que menciona el título de la película.
No es la primera vez ni será la última que el cine se inmiscuya en dramas con el cáncer de fondo. Sin ir muy lejos Coixet brindó su obra maestra con Mi vida sin mi y en la actualidad, hasta la comedia indie 50/50 gira en torno a la fatídica enfermedad. El éxito de estas cintas, a la que hemos de sumar Declaración de guerra, radica en la visión del vaso medio lleno. Quien diga que aquí no hay lágrimas miente. Haberlas, haylas pero no constituyen ríos de depresión, todo lo contrario, su caudal se compone de ternura, fuerza y valor.
Declaración de guerra aboga por una visión optimista de la vida. Rechaza cualquier lugar común de plegarias y mohínes. Es cine vivo hablando de los límites de la muerte con una capacidad de riesgo brutal donde los actores, convertidos en protagonistas de su propia historia, comparten el peso de su mochila. Un ejercicio de exorcismo que libera el sufrimiento de unos padres ante la enfermedad de su hijo. Porque el dolor compartido se padece mejor.
No sólo es la sutileza de un guión esperanzador excelentemente escrito el que convierte a esta cinta en una de las últimas joyas del cine francés. La meca del cine europeo tiene en Declaración de guerra uno de sus mejores exponentes. Movimientos de cámara en mano característicos de la Nouvelle Vague, el dinamismo de su montaje, una banda sonora deliciosa donde hay cabida para algún que otro número musical y una frescura casi perdida en el panorama actual hacen que esta película transpire arte en cada fotograma.
Lo mejor: la valentía y madurez de Donzelli tras y delante de la cámara.
Lo peor: algún grito con más decibelios de lo normal.