En estos tiempos de crisis económica, de valores y de derechos, cuando los mercados cambian gobiernos y los politicos exigen sacrificios por la irresponsabilidades cometidas por ellos, se hace muy necesario reivindicar la cultura.
Cultivarse es gobernarse. Cuando los clásicos grecolatinos hablan del cultivo de uno mismo, hablan de cómo la cultura afecta a uno mismo y a los demás. Al menos el treatro, como lo conocemos hoy en día, nació con la democracia. Hoy, más que nunca, necesitamos reivindicar la cultura, en contra, como dice Emilio Lledó, del economismo que todo lo domina.
Al igual que la educación, la sanidad y los servicios sociales, la cultura es necesaria y útil. La mejora y el cuidado de los servicios culturales no pueden ser un balance o una cuenta de resultados. Por otro lado, conviene no olvidar que la cultura implica creatividad, y una sociedad económicamente fuerte es una sociedad en la que la creatividad tiene que las condiciones necesarias para florecer.
Es cierto que la cultura es intangible, pero su desarrollo nos hace ser de cierta manera; no podemos olvidar que donde hay cultura hay paz y una sociedad más igualitaria. Quizá en los últimos años no hemos sabido acercar nuestra actividad cultural a la sociedad civil, no hemos sabido poner en valor nuestro oficio, pero hoy está a punto de quebrar un un sistema cultural basado en la iniciativa pública y se hace necesario un llamamiento a la sociedad para que haga uso y disfrute de la misma. ¿Defendámosla!.
La defensa de la cultura es una defensa de nuestra identidad. Todos somos hijos de nuestra cultura. No conviene, por mucha crisis que nos desasosiegue, renunciar a ella. La cultura nos define y nos defiende de las mentiras, las medias verdades y los intereses poderosos de esos que solo piensan en cifras o en acaparar más poder.
Los verdaderos agentes culturales han sido siempre solidarios, la cultura es solidaria por historia y, una vez más, volveremos a serlo en estos tiempos convulsos. Las manifestaciones artísticas deben siempre buscar su implicación con la sociedad civil; sin esa búsqueda, la existencia del hecho cultural no tiene sentido. La cultura, debe, para ser, hacer preguntas y dar respuesta al devenir de las cosas.
Pero tenemos la obligación de repensar, teorizar y clarificar sobre la enorme dependencia y los intereses políticos que, en estos años de malas prácticas, se adueñaron de la administración cultural pública, y pedir responsabilidades.
En los últimos años hemos sufrido una política cultural absolutamente sujeta a los ocurrencias puntuales y posibilistas, a las frases hechas y sin contenido. Estas políticas favorecían la desmesura económica y el gasto desordenado, lástima que tuvieran tan poco contestación. Estas formas deben acabar. Tenemos que cuestionar la petición de mantener las estructuras y políticas anteriores. Debemos crear nuevos modelos de gestión cultural, basados en la solidaridad y en la implicación social, modelos igualitarios y democráticos, participativos y con implicación del sector.
La crisis disminuye las ayudas de las administraciones y pone en discusión el debate de si la cultura debe o no ser financiada por los fondos públicos. Malos tiempos los actuales para un debate que debería haberse hecho con anterioridad, con otra situación económica. Hoy, el contexto económico obliga a ser más rigurosos en el control del gasto público y en la concesión de las ayudas.
Las excesiva dependencia de los poderes públicos, quizás, nos ha llevado a esta situación catastrófica. Asistimos a alarmantes noticias de desaparición de espacios culturales y reducción de la actividad. Existe un enorme desconcierto y se nos pide que aprendamos en poco tiempo las nuevas reglas del juego. Difícil dilema en estos momentos críticos; lo que sí parece cierto es que se hace necesaria una defensa por parte de los ciudadanos de la actividad cultural, y que se debe construir una administración pública de gestión con una estructura más ligera que permita consolidar las iniciativas privadas estables de trabajo.
Las gentes de la cultura seguimos siendo solidarias y, aun con penurias económicas, mantenemos con grandes dificultades nuestro oficio, lo único que nos queda; por eso, seguiremos ejerciendo el oficio que aprendimos y que nos permite continuar actualmente.
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• "Defendamos una cultura solidaria". Esteban Villarrocha Ardisa, gerente del Teatro Arbolé. Publicado en Heraldo de Aragón, el 21 de febrero de 2012. Sin enlace web.