Hace unos años me hice el test para saber si soy hiperactivo o mejor escrito para ver si estoy enfermo del Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), la enfermedad “de moda” en la infancia y adolescencia. Salió positivo, muy “positivo”. Vaya, que en teoría, según dicha prueba, estoy muy “enfermo”. Ahora tengo un lío enorme pues va este médico, Marino Pérez y dice: “Muy pocos adultos resistiríamos el test de TDAH de la OMS“.
Vaya lío y vaya polémica. Marino Pérez es catedrático en Psicopatología y Técnicas de la Intervención y ha publicado hace poco un libro titulado Volviendo a la normalidad (Alianza Editorial). Para este especialista en Psicología Clínica y profesor de la Universidad de Oviedo, el trastorno carece de entidad clínica, pero la retórica utilizada y propagada consiste en decir que el TDAH
es un trastorno neurobiológico de origen genético, lo que ciertamente no está establecido, porque no hay pruebas clínicas que lo confirmen”.
Uff! pues qué alivio. Por lo visto los criterios que se usan para el diagnóstico del TDAH son tan tan subjetivos que no sirven para colocar una etiqueta tan concreta a los presuntos enfermos:
el supuesto TDAH tampoco tiene base neurobiológica establecida, como hemos mostrado en nuestra última obra”.
La realidad es que NO existe ningún “biomarcador” con el que demostrar que alguien tiene este trastorno.
Entonces ¿cómo puede ser que “exista” y que se haya extendido en la sociedad hasta el punto de que miles de niños son medicados con peligrosos medicamentos sin aparente razón? Hemos explicado en diferentes ocasiones cómo fomentan la enfermedad del TDAH las farmacéuticas. Buscad por ahí.
Tenemos datos suficientes para entender que la hiperactividad es una enfermedad diseñada para un medicamento, el metilfenidato. Claro que saturada la infancia, el nuevo mercado farmacológico del TDAH está en los adultos.
Pérez pone en duda el sistema utlizado para diagnosticar el TDAH en personas mayores:
El test de la Organización Mundial de la Salud (OMS), por ejemplo, diagnostica el trastorno en adultos por la frecuencia con la que se cometen errores por falta de atención en tareas aburridas o la dificultad para concentrarse en algo monótono o que acaso no interesa. Muy pocos resistiríamos el test”.
Pero se nos dice “visite a su médico” para que le evalúen “bien” y éste no dispone de otras pruebas clínicas que el reporte y la estimación. Puede encargar pruebas de neuroimagen o neurofisiológicas pero en palabras del catedrático:
carecen de utilidad para establecer un diagnóstico, al igual que cualquier batería de test psicológicos”.
Sobre la cuestionada medicación, este especialista advierte que consiste básicamente “en estimulantes, que pueden mejorar la atención y la concentración, pero que no quiere decir que corrijan las presuntas causas del trastorno. Los estimulantes producen el mismo efecto con o sin TDAH, como saben los estudiantes que toman anfetaminas para los exámenes y quienes toman café y bebidas energéticas”.
Por tanto la medicación para el TDAH, tanto para niños como adultos
no es propiamente un tratamiento específico, sino un dopaje que, da la casualidad, se define como la administración de fármacos o sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento“.
Con graves efectos secundarios, no olvidemos, que pueden marcar una vida pues se usan mucho en niños. Esto es de lo más preocupante. ¿Qué sucederá con quienes tomen durante años este tipo de medicamentos?
De los efectos a largo plazo en adultos no se sabe -explica el catedrático- por estar prácticamente empezando la “campaña”. Pero a juzgar por lo que se sabe de los efectos y consecuencias a largo plazo en niños, derivado de estudios de 6, de 14 y hasta de 17 años de seguimiento, se puede decir que la medicación está asociada a un peor rendimiento escolar y a más trastornos emocionales y otros problemas conductuales, no a menos”.
No dudo que haya ejemplos de chicos que tengan todos los síntomas de algo parecido al TDAH, de hecho hay estudios que relacionan este trastorno con algunos tóxicos cotidianos, el problema es el etiquetaje que sirve al sobrediagnóstico y a la sobremedicación por cuestiones de marketing: vender una enfermedad para vender un producto.
Por cierto, como les prometí a mi lectores, tras hacerme el test para saber si tengo hiperactividad, consulté con varios profesionales de la salud mental sus resultados y la verdad es que me quedé mucho más tranquilo.