Revista Gente

"Definitivamente, soy una monógama, aunque excéntrica." Entrevista a Susan Sarandon

Publicado el 15 febrero 2011 por Lilik

Ha dado vida a un buen nú­mero de mujeres ingenuas –Primera plana o The Rocky Horror Picture Show– y a una bisexual sedienta de sangre –El cazador– antes de que lo gótico y el lesbianismo se pusieran de moda en Hollywood. Idolo de feministas con Thelma y Louise, ícono de la lucha por los derechos humanos en Mientras estés conmigo y “símbolo sexual para los hombres con cerebro”, según Playboy, en filmes como Atlantic City y La bella y el campeón. Mujer rebelde, madre con conciencia y estrella brillando con fuerza a los 62 años en una industria que apaga las ilusiones de las actrices cuando pasan la barrera de los 40. “Nunca me vi como una señora mayor con un perrito faldero en brazos, pero aquí me tienes”, apunta, con mucho humor y esa voz que siempre destila algo de sarcasmo. Tiene mérito; pronunciar su nombre equivale a decir activismo político, pero también, a hablar de alguien que se mantiene sexy cuando otros ya piensan en jubilarse, y capaz de mantener vivo el amor junto a Tim Robbins, 12 años más joven, en una relación que no necesita pasar por la vicaría para ser una de las más longevas de Hollywood.
Esa mujer llega a la entrevista en el Ritz Carlton de Nueva York con la pequeña Penny en brazos, una mezcla de pomerania y maltés blancuzco, y seguida por un cortejo de ayudantes y empleados del hotel que transportan una pequeña cama con dosel cuyas sábanas blancas bordadas esperan proporcionar descanso al perrito. “Ya sé que me pegan más los gatos, o los perros enormes que tuve en el campo. Pero Penny… (mira a su perrita sin que el animal se inmute) trabaja conmigo. Y aquí nos tienes”, añade riéndose.
Son los contrastes de Sarandon, una estrella de Hollywood que se niega a vivir en Los Angeles y prefiere Nueva York; una actriz contestataria y peleona; una madraza que luce con orgullo una pulsera hecha con los dientes de leche de su prole. Una mujer compleja. Más que el perro, lo que asombra es verla en papeles tales como su más reciente estreno, Meteoro, una superproducción en la que desempeña un rol secundario.
“También puedes definirlo como el papel aburrido de la película (risas). Soy la madre; no manejo coches de carrera ni hago karate. Lo mío son los panqueques. Pero no lo llamo un paso atrás. Me lo tomo como un reto, un ejercicio como actriz el ser capaz de someterme a ese algo más grande que es el bien de la película. Además, ya he hecho antes papeles de madre, cuando Hollywood pensaba que era un suicidio artístico. He dejado a un lado mi ego. Soy una sobreviviente. Aunque haga todo lo contrario a las normas de la industria.
–¿Cambió mucho la industria desde que empezó, hace casi 40 años?
–Nunca pensé en ser actriz. No estudié arte dramático ni soñé con ser estrella. Mi único deseo era salir de Nueva Jersey, y eso lo he conseguido (risas). Por eso, estoy convencida de que si sigo actuando es porque no acabo de pillarle el truco a esta industria. En este negocio no tienes ningún control sobre el producto final, ni ahora ni nunca; es algo que aprendí hace años. La mejor lección la recibí con Las brujas de Eastwick (1987), cuando fui capaz de aceptar una experiencia humillante (Sarandon fue contratada para el papel protagonista, que a último momento pasó a ser de Cher) y transformarla en una interpretación decente. Eso me enseñó mucho. Como suelo decir, lo difícil no es actuar. Lo complicado es sobrevivir como un ser humano en este negocio.
–En la actualidad trabaja más que nunca, llevándoles la contra a los que dan por concluida la carrera de una actriz pasados los 40 años.
–Tengo el mercado copado. ¡Y con una cartera bien variada! Supongo que la abundancia responde al hecho de que no tengo una imagen de mí misma limitada por la edad, lo cual me facilita las cosas. Porque si fuera por Hollywood… ¡Hollywood no tiene imaginación! Haría lo mismo una y otra vez. Y la vida no es así. Nunca le he hecho asco a un trabajo por pequeño que sea. Hay actores que tienen un problema con eso, que van buscando el papel con mayúsculas. Prefiero un trabajo pequeño, pero que me llegue, como en La conspiración, a otro que me tenga ocupada todo el rodaje, pero que me aburra. Siempre me he visto como una actriz de reparto que busca historias que contar.
–¿Siente más apego por algún tipo de historias? A pesar de su activismo político, su filmografía no está llena de películas con mensaje.
–Amo el amor. Por eso me gustan las historias de amor; me da igual el contexto en el que se desarrollen. Claro que, para mí, una historia de amor puede que no sea lo mismo que para el resto.
–¿Cómo es su casa?
–Desafortunadamente, estoy a cargo de ella, y por eso tiene el aspecto que tiene. Hay mucha gente entrando y saliendo, y hace tiempo que me olvidé de cualquier parecido al orden. Es un loft de dos pisos con un aire muy desenfadado donde se mezclan la batería, las guitarras y el piano con una pista de hockey en el mismo salón. Durante mucho tiempo, delante de la chimenea tuvimos un sofá que nadie utilizaba, hasta que pusimos una mesa de billar. La cocina está justo al lado, todo abierto, y me encanta cocinar mientras están allí jugando. También puedes ver todavía un par de cestos de básquet de otra temporada deportiva. Lo peor fue cuando les dio por la lucha libre (risas). También tenemos árboles dentro de casa, y cosas inertes, como media manzana o un calcetín suelto, a las que yo suelo llamar “nuestra naturaleza muerta”.
–Alguna vez ha hablado de sus planes cuando el nido se quede vacío…
–Es una broma constante que hago cada vez que viajo con Unicef. Los amenazo con traerles a casa nuevos hermanitos. A estas alturas, mi hija (Eva, de 23 años, fruto de su relación con el director Franco Amurri) ya se ha marchado, Jack (19 años) acaba de cumplir con el rito de todo adolescente de hacer la gira internacional de bares de Europa, y a Miles (15 años) le encantaría que fuera yo quien me marchara de casa (risas). Supongo que cuando se vayan todos me volcaré más a mi carrera, o quizá tenga más tiempo para dedicarlo a ese tipo de misiones humanitarias, para ayudar a mujeres y a niños en el mundo.
–¿Cómo lleva las críticas y los insultos que le han dedicado por su concepción progresista de la vida?
–Lo que hace grande a Estados Unidos es el derecho a la libertad de expresión, aunque a veces tengo mis dudas sobre si los medios de comunicación se acuerdan de ello. No hay más que ver la cobertura de la campaña electoral. Se han vuelto perezosos y sólo hablan de la polémica que han inventado entre un negro y una mujer, en lugar de hablar de temas más importantes. Lo que Estados Unidos busca es un buen presidente: da igual su sexo o su raza. Eso sí, tampoco acepto las críticas de esos que esperan que apoye a una mujer por el mero hecho de ser mujer. Pensaba que la idea detrás del movimiento feminista era evitar la diferencia por sexos. Nunca votaría a Condoleezza Rice; me da igual que sea una mujer. Y odiaba a Margaret Thatcher. Durante esta campaña apoyé a (John) Edwards, porque me parece alguien capaz de hablar de los temas que hay que hablar. Estados Unidos necesita un cambio. Ahora mi apoyo va para Obama, y he contribuido económicamente con su campaña. Pero prefiero mantenerme en la sombra; dado mi pasado, no sé si soy un buen apoyo (risas).
–¿Por qué Obama?
–Teniendo en cuenta que voté a Ralph Nader y que entiendo el desencanto que existe con la política, le tengo que dar las gracias a Obama por hacerle sentir al electorado que puede participar en el gobierno. Los candidatos están cada vez más influidos por la Norteamérica de las empresas, algo que ha llevado a ese sentimiento de “para qué molestarse en votar”. Obama es el rostro del cambio. Los jóvenes con derecho a voto vuelven a creer en el cambio.
–¿No cree que esa misma apatía domina a la sociedad estadounidense en otros temas? ¿No se ha sentido sola en la lucha contra la invasión estadounidense a Irak?
–Hay muchos más como yo. Pero eso no significa que las protestas lleguen a los medios. Me gustaría un mayor nivel de participación, claro, pero quizá las manifestaciones han dejado de ser la forma de protesta en este siglo. Mi hija, por ejemplo, es alérgica a las manifestaciones. Existen otras formas de expresar la oposición sin salir a la calle. Es difícil no ser cínico con una clase política que desoye de manera continua las protestas de millones y millones de personas en el mundo. Además, las nuevas generaciones han perdido toda la inocencia que nosotros tuvimos a su edad. Han crecido en un ambiente en el que todo lo que existe son escándalos y engaños.
–¿No piensa que se trata de un mal general? Mire el resultado de las recientes elecciones en Italia.
–¿La victoria de Berlusconi? ¿Acaso no controla la prensa, la televisión y todo lo demás? Lo que pasa allí es un buen ejemplo de lo que estamos hablando; en Estados Unidos deberíamos prestarle más atención, especialmente entre aquellos que todavía siguen viendo a McCain (aspirante republicano a la presidencia) como alguien diferente de Bush. Berlusconi nunca dejó el poder en Italia. Y en Estados Unidos sería muy peligrosa una victoria de McCain. Pero tengo confianza en el pueblo estadounidense. Y si me llevo un desengaño, será un buen momento para echar un vistazo a otros países. Tal vez Canadá.
–¿Cuál es el secreto para tener tan buen aspecto?
Aquí sí que sé el secreto: no fumar. Ni fumar ni hacer nada en exceso. También me ayuda ser feliz. Tengo mis altibajos, desde luego, pero mi mente está en sintonía con mi forma de vivir. Y una alimentación verde. Hablo de todo tipo de verduras. Té verde también. Estar pendiente de la nutrición. Eso me mantiene en forma, al menos hasta que decida someterme a algún tipo de cirugía estética.
–Pensaba que estaba en contra.
–No descarto nada; creo que las mujeres tienen todo el derecho del mundo de hacer lo que quieran con su cuerpo, si eso las hace sentirse mejor. Yo no he pasado por el quirófano; no creo que sea para mí, me da miedo. ¡Una mujer de 65 con el aspecto de una de 20! No es que quiera echar papada, pero cuanto más lo pienso más claro tengo que las mujeres que considero bellas están por encima de los 50. Por ejemplo, Isabella Rossellini. Bellísima. Hay algo en ella que incita a la curiosidad, a la vitalidad, al amor. Me preocupa mantenerme en forma, no las arrugas. Al final, lo que más ayuda a mantenerte joven es contar con sentido del humor. Es fundamental encontrar a alguien en la vida que te haga reír (risas). Incluso, más importante que el sexo. Claro que, si además de hacerte reír, el sexo es maravilloso, diría que lo tienes todo.
Por Rocío Ayuso
El País
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El hombre perfecto
–¿Cuál es el secreto de su relación con Tim Robbins?
–Vamos a cumplir 20 años juntos, lo que equivale a un siglo en Hollywood, pero no hay secreto. Es eso que tienes cuando conoces a alguien desde hace mucho tiempo: intimidad. Quizá tiene que ver con la habilidad de comprometerse, de dejar de mirar a la puerta para ver quién entra, y a cambio dedicar tu atención a la persona que está a tu lado. Definitivamente, soy una monógama, aunque excéntrica. Una mujer que se ha hecho a sí misma, que tiene su propia carrera y que comenzó bastante temprano en este negocio, pero también una mujer de mi casa. Eso sí, creo que debes mantener vidas separadas; una pareja son dos personas con sus propios intereses y que necesitan tiempo a solas, aunque sólo sea para hacer la vida en común más interesante. Pero mejor que no me explaye; no hay nada como empezar a alabar tu relación para ser carne del próximo titular de People diciendo: “Se acabó”.
–¿Qué cosas hacen por separado?
–Cuando Sean (Penn) viene a Nueva York, Tim no me pide que salga con ellos (risas). A él le gusta salir con sus amigos, lo mismo que a mí con mis amigas. Y en cuanto a los deportes, no me importa acompañarlo a algún partido de hockey, pero es que Tim juega todos los días que está en Nueva York. Y yo no estoy por la labor, la verdad.
–¿Es el hombre perfecto?
–¡El hombre perfecto! Me gustan los hombres que lloran, los hombres que escuchan, los hombres con un fuerte componente femenino. Pero, al final, lo que hace temblar mis piernas es alguien que me diga: “No te preocupes, ya me encargo yo”. Tim supo cómo derretirme. Sabía mi interés político y tenía ideales similares. Además, es alguien que hace lo que dice. Un hombre interesante, inteligente y, sobre todo, divertido.
–¿Cómo se reparten las labores?
–Me toca ser la estricta. Quizá me paso. Soy lo que mi hijo llama “el pegamento” que mantiene a la familia unida. El plato principal que nadie quiere, pero que hay que comer. Tim es el entremés o el postre, que siempre apetece más. También soy una madraza que festeja todas las tradiciones. Fuente: La Nación

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