Tarea del maestro es hacer confiable el conocimiento. Con mensajes alarmantes como "esto es muy difícil", "es imposible que entendáis nada", "te falta madurez", y un largo etcétera, no conseguiremos más que animadversión y recelo en nuestro auditorio. Como la diosa de Parménides, debemos invitar a nuestros alumnos a adentrarse en el mundo de las ideas, de los textos, de las emociones. Hay que invitarles, seducirles, tentar su curiosidad, que ya está ahí. Demasiado habituados están ya a toparse con barreras, límites y trampas. Tampoco la impaciencia es buena consejera. Otra condición para que acontezca la enseñanza como encuentro es la paciencia. La paciencia va a hacer que el alumno se abra a sí mismo, se decida a sí mismo. Decisión, es lo que a veces falta. Una escucha paciente puede liberar, redimir, curar al otro.
Demos entonces tiempo a nuestros alumnos, que demasiado lleno tienen ya el suyo con tanto tuit, whatsapp y "me gusta":
Deja que cada uno hable: tú no hables, porque tus palabras les quitan a los hombres su figura. Tu entusiasmo difumina sus fronteras: cuando tú hablas ellos ya no se conocen a sí mismos, sino que son tú.
(Carl Hanser, El suplicio de las moscas)