Revista Opinión
El relato bufo, tragicómico, de la crónica política, por entregas dosificadas, pero insistentes, provoca el efecto perverso del hartazgo, anestesiando a una ciudadanía perpleja primero, indignada después y hasta los mismísimos desde hace tiempo. Lo mucho 'jarta', y la mente del respetable mira hacia otro lado, saturada de titulares monocordes. Lo que en un principio debía ser una sana transparencia informativa, que devenga en presión social, torna con el tiempo -ya saben, tragedia más tiempo igual a comedia- en plomiza reproducción de lo mismo, eterno retorno de igual contenido, bostezo colectivo. El drama documental que se intuye más allá de la imagen que proyecta el televisor o imprime la prensa diaria se transforma en guión cinematográfico; el imputado pasa a ser un actor sobreactuado, un personaje dentro de un guión prediseñado. Dejas de oír el latido de lo real, todo te parece atrezo, puesta en escena, y una sensación a déjà vu adormece nuestra capacidad de resilencia. Sucede entonces que el ánimo del respetable desconecta y pone el automático; mira sin mirar, oye sin dejarse afectar, interpreta la dramaturgia mediática como aquello mismo que aparenta: puro artificio. La ética es sustituida por una estética mediocre que martillea la memoria ciudadana. Los medios acaban aliándose con aquellos que celebran la apatía popular. Y aquí no ha pasado nada.Echa uno de menos una prensa creativa, que sin dejar de regalarnos el aciago espectáculo de lo real, nos sorprenda con una audacia y un ingenio comprometidos. Mucho pedir. Más aún a la luz de la crisis económica que convierte a los medios en poco menos que supervivientes. Resulta más fácil travestir la noticia en pirueta circense. El noticiero televisivo hace suya la retórica del reality; cabeceras y transiciones obedecen al ritmo visual del spot publicitario o el trailer fílmico. El hecho deviene en show. La excusa: ¡esto es lo que quiere el público! Informar se traduce en entretener, distraer el ánimo, a mayor gloria del share. Lo mismo da, da lo mismo. Bajo esta estética perlocutiva, atenta a la empatía efectista del espectador, la noticia se transmuta en ficción; la búsqueda de una objetividad sostenible deja paso al espejismo de la verosimilitud. No es extraño que para la ciudadanía tenga más credibilidad la subjetividad de un bloguero voluntarioso o las virales cuitas en una red social que la letanía inmisericorde del telediario. El amateur informativo huele a verdad, se convierte por ciencia infusa en reducto resistente al oficialismo de los media.