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Dejad toda esperanza

Publicado el 12 septiembre 2014 por Pandora Magazine @PandoraMgzn
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Del lado de la vida. Antología poética (1974-2014)

Manuel Ruiz Amezcua

Prólogo de Antonio Muñoz Molina

Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2014

   El techado generacional suele ser restrictivo, deja con frecuencia a la intemperie a voces singulares que, por una u otra razón, no siguen al pie de la letra los parámetros estéticos de la promoción coetánea. Así ha sucedido con la producción lírica de Manuel Ruiz Amezcua (Jódar, Jaén, 1952),, Licenciado en Filología Románica y en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, profesor, poeta y ensayista, que deja en Del lado de la vida. Antología poética (1974-2014) un cualificado muestrario de su taller de autor, presentado por el novelista y académico Antonio Muñoz Molina. La introducción resalta con acierto la voz herida y airada del poeta, esa opción de negarse a la máscara y la impostura.

   El comienzo de su recorrido, Humana raíz llega a los escaparates en 1974, en plena floración novísima. En él se percibe una voz meditativa, despojada de ornatos culturales, centrada en el oleaje del yo existencial, a quien se define como “ceniza en vilo”. Era un fruto a trasmano de la utillería veneciana que alejó a su autor de una lírica epocal, con amplia cobertura en revistas y antologías que crearon la sensación de un monopolio estético en el que predominaba, de forma meridiana, el formalismo esteticista. Humana raíz revitalizaba asuntos literarios del Barroco y mostraba afinidades con la poesía desarraigada de Blas de Otero y José Hierro, o con la intensidad emotiva de Miguel Hernández y Luis Rosales. Las siguientes entregas afianzaron esa actitud creadora en solitario, más cercana al legado clásico que al diálogo explícito con la moda del momento. Abría su segundo libro, Dialéctica de las sombras, obra de 1978, un aclaratorio préstamo de Gustavo Adolfo Bécquer: “La soledad es el imperio de la conciencia”. Persiste el devenir del sujeto como argumento central; las palabras describen el duro oficio de ser hombre, ese deambular en lo contingente que deja cicatrices y ausencias en la página gris de lo diario.

   Los años ochenta inauguraron un clima estético con dos bifurcaciones básicas, la poesía realista que dejaría sus mejores logros en los libros de los poetas de la figurativos, y la poesía del silencio, etiqueta donde se integraron planteamientos versales más herméticos. En esta década Manuel Ruiz Amezcua aporta dos salidas. Son libros que comparten la mirada introspectiva sobre el tiempo, la voz adquiere un tono de elegía y desvela los signos que guarda la memoria, ese silencio que habla del pasado y del oficio de vivir.

   La madurez poética añade el preciso perfil del desencanto; nada espera quien abre los ojos a la amanecida; los espejos se han empañado; la soledad nunca mitiga la sensación de exilio y extrañeza. La última estación del hombre tiene las dimensiones justas de un angosto callejón sin salida. Ese es el clima que se percibe en libros como Más allá de este muro, El espanto y la mirada y en las entregas posteriores.

   El poeta prosigue senda en el cambio de siglo. La palabra es una forma de hacer camino, la existencia no concede certezas sino que multiplica dudas; el estar dubitativo zarandea y somete a un estado de vigilia y cuestionamiento. El yo resiste, se hace refugio, concentra en sí el legado de un pesimismo radical que no cierra los ojos al vacío. Los pasos siguen ajenos al azar y al sinsentido, haciendo del amor y del deseo posibles asideros, dejando en las palabras encendida memoria de todo lo vivido, buscando sentido a las insuficiencias.

   La poesía describe el oscuro reflejo de un desterrado de la felicidad, cuyo trayecto ha convertido en escombros la espontánea amanecida de los sueños. Y esa percepción no cambia en los últimos libros del autor. La voz de Donde la huida suena confinada en la tristeza: “con ásperas palabras / hemos ido aprendiendo / la insuficiencia de la vida. / Nos hemos percatado / de la penumbra de la carne / y de la utilidad de su mentira” Es la amanecida de un solitario que nunca percibe el perfil de la esperanza. De igual modo, en el libro Contra vosotros el sujeto lírico denuncia los falsos ideales, la ausencia de manos tendidas y ese desamparo de quien mira su imagen vencida, abrumada por una convivencia falsa que solo deja abierto el camino de huidas hacia ninguna parte.

   La última obra del autor hasta la fecha es La Resistencia, que incluye como pórtico una cita de Elie Wieser: “Lo que hemos vivido nadie lo comprenderá”. Son poemas de recapitulación sobre un mundo áspero y erosivo, de paso detenido en el último tramo del trayecto con la sospecha de que el itinerario personal estaba trazado de antemano.

   Del lado de la vida se cierra con algunos inéditos de un conjunto en preparación que saldrá a la luz el año próximo. En ellos no se perciben virajes ni quiebros. Subrayan con tinta oscura las pisadas marcadas por los anteriores.

La obra lírica de Manuel Ruiz Amezcua es un largo viaje hacia el fin de la noche. Aglutina poemas directos y pesimistas, hechos con la voz reflexiva de quien denuncia una existencia hostil; un sólido muestrario de poesía incómoda, nada acomodaticia con los escaparates del conformismo, que siempre coloca en el dintel aquel verso de Dante: “Dejad toda esperanza”.

Redacción: José Luis Morante


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