Antes los espías surgían del frío pero ahora, como ya quedan pocos, lo que llega son excelentes novelas negras y también sorprendentes variaciones del género fantástico. El origen de esta película es un libro de John Ajvide Lindqvist, autor sueco, que también fue el guionista de la inspirada y premiada mundialmente, Låt Den Rätte Komma In (esto de escribir sobre cine “raro” tiene la deliciosa complicación de descubrir caracteres alfabéticos que ni siquiera sospechaba que existían). Perfecto ejemplo de que el cine invisible puede traspasar fronteras e imponerse ante el gran público, puesto que desde el mismo año de su estreno, Hammer Films adquirió los derechos para su adaptación americana.
La historia cuenta la vida de Owen (Oskar en la versión original), adolescente que vive a las afueras de Estocolmo con su madre. De carácter introvertido, solitario y martirizado por sus compañeros de escuela, pasa el tiempo solo e imaginando cómo podría vengarse de sus torturadores. Su vida cambiará por completo con la llegada de Abby (Eli en la película sueca), una niña de su misma edad que se acaba de mudarse con su padre a la misma planta de su edificio.
Por si fuera poco, la llegada de los nuevos inquilinos coincide con una serie de asesinatos sangrientos y misteriosas desapariciones en la ciudad. Sin embargo, Owen se siente irresistiblemente atraído por su nueva vecina. Ella es diferente (por no decir, muy rara) del resto de los adolescentes que conoce y con el tiempo se van haciendo amigos y un poco más. Es una verdadera pena la tendencia a contar el argumento en demasía o desvelar por completo la intriga. Si va a ver Déjame entrar, no quiera saber más de lo que ha leído hasta ahora. Estoy seguro de que parte del éxito de la versión original se basó en el elemento sorpresa y en el diferente tratamiento aportado a un cierto género de cine.
En esta versión del director de Monstruoso, Matt Reeves, cuyos primeros trabajos provienen del mundo de las series televisivas, también ha colaborado con el autor en el guión, adaptándolo a un gusto más americano de la narración y del ritmo. Aquí los encadenamientos son más rápidos, hay más acción, más efectos especiales pero quizás falte la magia, la ausencia de color (la primera se rodó en el norte del país para tener asegurada la nieve y así parte de la fotografía parecía haberse realizado en blanco y negro) y la sencillez de la versión original.
Todo comparación es odiosa y más entre dos realizaciones tan próximas en el guión y en el tiempo. Estoy de acuerdo con la afirmación de su primer director, Tomas Alfredson (que intentó impedir la venta de los derechos), cuando dice que “las nuevas versiones deberían realizarse a partir de películas falladas o poco conseguidas, esto permitiría ajustar lo que no funcionaba en el original”, pero también es cierto que la versión americana es una producción muy digna y tiene todo el mérito de acercar al gran público una historia del cien invisible.