había generado en mí una larga y piadosa lista de esperanzas, y la expectación generada por su éxito en Estados Unidos trataba de refrendar la ilusión. No es que el cine de terror independiente no haya dado buenos frutos en los últimos años (ahí están o ), pero el comentario que anunciaba una obra genuina al tratar el racismo me hacía temer lo peor o lo mejor. Pero esta vez ha sido lo mejor, porque Déjame salir, aparte de representar un debut inigualable de Jordan Peele, supone la más original, incisiva y sarcástica denuncia del racismo hacia los negros en Estados Unidos que yo recuerdo.
En este sentido, olvidaos de capuchas blancas o de la condena al gueto, porque Déjame salir utiliza una vicisitud histórica sobre el racismo hacia los afroamericanos que, por no ser obvia, suele pasar desapercibida. Así, Jordan Peele se muestra más deudor de obras como Bamboozled de Spike Lee que de El color púrpura o 12 años de esclavitud. ¿Cómo han conseguido muchos negros en Estados Unidos a lo largo de su historia conseguir integración, aceptación social y respeto por parte de la sociedad blanca? A través de la música, del deporte, del cine, del espectáculo en general (Michael Jordan u Ottis Redding podrían confirmarlo), pero no por logros intelectuales, sociales o médicos, que también los ha habido.
Nada en el primer acto de Déjame salir te puede hacer pensar que se trata de una película cuyo tema de reflexión principal es el racismo. Pero ahí está. Después de que el primer presidente negro haya dejado la Casa Blanca. El aparente respeto e igualdad conseguidos ocultan una esclavitud no menos odiosa, por exquisitamente retorcida. Jordan Peele da rienda suelta, en el segundo acto, a todo su cáustico sentido del humor y al soplo de ciencia ficción y terror psicológico, con los blancos ricos representando el papel de ocultos ultracuerpos y la utilización de la hipnosis como vehículo contextual de lo desconocido. Cuando la analizas en retrospectiva, la escena del bingo es escalofriante como pocas, una oda a lo más terrorífico de la conducta humana.
Merece destacarse asimismo, el uso comedido de la elipsis realizado por Peele, que infunde un vertiginoso desarrollo de los acontecimientos. No mirarás el reloj; te dará igual que el tiempo transcurra. Igual que reseñable es el uso que hace de la cámara, con algunos primeros planos que acrecientan el sentido de la confusión y la locura. Todo ello sin necesidad de una fotografía grandilocuente o preciosista, que se antoja innecesaria. Déjame salir no necesita de florituras estéticas, le vale con la normalidad, con la rutina, y funciona: una imagen más estilizada le hubiera restado credibilidad.
Para su triunfo, a Déjame salir le sobra con un guion robusto, coherente y sencillo que se desarrolla como una flor desde la semilla hasta la polinización. Y a nadie le producirá alergia este polen. Ni siquiera necesita de grandes alardes histriónicos, y el resalto de Daniel Kaluuya por encima del resto del elenco, se entiende más como una decisión estructural que por un intento de encumbrar su actuación. Cada actor y actriz es la pieza insustituible de un reloj que marca con precisión el tiempo, la misma precisión con la que Peele ha dirigido sus actuaciones.
¿Algún pero? La intrahistoria de Chris y la muerte de su madre no aportan nada a la historia. Trata de dar profundidad psicológica al personaje y una excusa emocional para la hipnosis. Innecesario. Con el pretexto de querer dejar de fumar hubiera bastado, y el resultado final de Déjame salir habría sido más fornido, por prosaico.