Desde luego, lo de ir a la piscina con un bebé tiene delito, y más cuando el cuerpo que una tiene es el anticuerpo o cuerpo escombro. Odio mi cuerpo, mis 15 kilos que me sobran, al menos y digo al menos porque es lo que creo que soy capaz de adelgazar, más creo, que no es posible.
En verano es obligatorio ir a la piscina con un niño y más con Lola, que tiene gran espíritu aventurero.Menos mal que mi chip: paso de bajar a la piscina y me quedo en la cueva, no existe. Con Lola es imposible, porque ella se lo merece. Se merece que deje de lado, mi vergüenza corpórea, primero porque a ella le importa un pito, y porque ella se lo pasa tan bien, que me olvido por algunos instantes (que no por todo el tiempo), de mi cuerpo ballena.
Ya comenté en otro post, que la primera experiencia piscinera de Lola fue un fracaso, pero fue llegar a la piscina de las vacaciones, y flipar en colores.
Primero los cacharritos, donde no podían faltar, la regadera y los moldes para llenarlos de agua y vaciarlos constantemente. Y luego que la profundidad de la piscina es que la llegaba al ombligo, por lo que ella se sentía muy segura.El tema es que no me quedaba más remedio, que remojarme con ella, aunque sólo sea hasta las rodillas. Un día intenté no quitarme la camiseta, pero fue imposible, las salpicaduras de otros niños, me obligaron a enseñar, mi cuerpazo.
El caso es que donde hemos veraneado no muy lejos de casa, a 40 km, pero con las montañas cercanas, el agua estaba más bien fresquita, de esas que te metes y se estira toda tu piel. Y mi querida Lola, quería que su mamá y su papá nos metiéramos con ella en esas aguas frías y cristalinas.Lo peor de todo, es que yo soy muy friolera, por lo que esa temperatura me mataba y cuando íbamos a la piscina de mayores para que la nena se metiera con su padre, se oía a Lola decir: ¡Mamá! ¡Mamá!. Vamos que debía ser yo la que se debía introducir en la piscina.
El caso es que a pesar de no gustarme nada, enseñar mi cuerpo, mis chichas blanquecinas, mi celulitis, mi tripa post-parto y mis varices, estuve 15 días enseñándolo en una urbanización lleno de gente, haciendo de tripas corazón, para que mi hija se sintiera feliz.
Y creo que lo conseguí, nunca jamás ví a Lola tan contenta, disfrutando tanto, tan sonriente y durmiendo hasta las 10 de la mañana.
Así que siempre que pueda haré feliz a mi hija, aunque sea enseñando esa parte de mi, que tanto me disgusta.