Estos días siguen apareciendo noticias y reportajes sobre un periodista alemán, famoso por sus crónicas en el semanario “Der Spiegel” y en la radio WDR, que anunció públicamente que renunciaba por vergüenza ajena a la nacionalidad española que también posee como hijo de emigrantes andaluces.
Inmediatamente aparecieron reacciones virulentas o comprensivas, y otros españoles con dobles nacionalidades que lo apoyan o denigran.
Juan Moreno explicaba en un artículo que abandonaba la españolidad porque detesta la corrupción, la pobre educación, la falta de rigor, y el injusto trato que se le da a Alemania en España, que tanta ayuda le debe.
Su denuncia logró que muchos españoles puedan imaginarse España como una nación extranjera, y que comprendan que cualquier otro país puede ser su verdadero hogar.
En lugar de andaluces, Moreno podría tener padres castellanos, gallegos, vascos, catalanes, es igual: casi todos, también los alemanes, renuncian a su nacionalidad de origen cuando deciden que su hogar sea otro país.
Es el caso de toda América, Centro, Norte y Sur, que no existiría como es ahora sin gente como Moreno. Incluso sus naciones se independizaron con descendientes de europeos, los criollos españoles o ingleses, luchando contra las naciones de su origen familiar.
Miles de estadounidenses lucharon contra el país de sus padres, recién llegados de Alemania, en las dos guerras mundiales.
Juan Moreno no es más que otra vanguardia de lo que serán nuestros hijos y nietos, esos que están yéndose por el mundo hacia países donde vivirán mejor, o en los que pueden salir adelante y crear su nueva nacionalidad, familia y hogar.
Es el sino del progreso y de la mundialización, que sólo puede oscurecerse si se mantienen las peores taras de la cultura que se abandona, los vicios originarios que detesta Juan Moreno, y que no se adaptan a la nueva sociedad que da trabajo y comida.
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SALAS