P: 7
Revista Cine
En ciertos aspectos, nuestros miedos actuales acerca de la llegada del fin del mundo tienen paralelismos con los terrores medievales del fin de los tiempos. Aunque en Occidente ya no somos muy religiosos, somos conscientes de que la tecnología ha alcanzado tal grado de virtuosismo y complejidad que por sí sola bastaría para provocar una catástrofe irreversible. La familia protagonista de Dejar el mundo atrás quiere tomarse unos días de descanso y alquilan una mansión a las afueras de Nueva York, en un lugar idílico a dos pasos de la gran ciudad. Pronto empezarán a notar que algo no va bien. Internet no funciona y tampoco la televisión. Además, los animales del entorno se comportan de forma extraña. Lo mejor de Dejar el mundo atrás es que la sensación de desasosiego y vulnerabilidad de los personajes ante una situación desconocida es transmitida perfectamente al espectador, un espectador que sabe que lo que está viendo en pantalla es una posibilidad no descartable en los próximos años en esta montaña rusa de sorpresas que nos está ofreciendo la Historia en los últimos tiempos. La poca información que le va llegando a los personajes acerca de su situación es la misma que se nos transmite y así compartimos con los protagonistas el anhelo de intentar saber más en un mundo en el que de pronto se han eliminado todas nuestras formas de confort tecnológico. Aunque Esmail se toma algunas libertades estilísticas y alguna que otra rareza de guion, el resultado final de Dejar el mundo atrás es muy sólido y consigue algo que no todas las películas logran: que sigamos reflexionando acerca de ella horas después de haberla visto.