Martes 25 de enero, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo. Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino, Zubin Mehta (director). Obras de Rimski-Kórsakov, Stravinski y Verdi.
La capital del Principado de Asturias sigue siendo parada obligatoria de las grandes orquestas y batutas en gira por España, y en este frío final de enero desembarcaba todo un ejército sonoro con un general al mando (que tiene su placa en una de las columnas del hall inaugurada en su anterior visita) al que faltaría espacio en su casaca para tantas condecoraciones. Y la batalla iba a ser de las buenas con dos obras de figuras de la orquestación como son los dos rusos para una orquesta acostumbrada al foso.
La expectación era grande, con el auditorio al completo (igual que el lunes en Madrid o el miércoles en Valladolid aunque programa distinto al de estas capitales) y ciertamente no defraudó a nadie director ni orquesta pese a unos inicios titubeantes en ambas partes del concierto, primero por una entrada "poco ajustada" del tutti y después con un fagot solista que falló nada más comenzar, meras anécdotas en una velada con menos toses de lo habitual pese a la adversa climatología.
Scheherazade, op. 35 (Rimski-Kórsakov) sería la obra elegida para comenzar, mostrando desde una colocación vienesa que sigue descubriéndonos nuevas sonoridades (contrabajos a la izquierda y arpa a la derecha) un poderío sonoro, una cuerda con pegada y un viento realmente redondo, sin olvidarnos una percusión perfectamente ensamblada. Estaremos de acuerdo o no en la elección de los planos sonoros (por momentos con metales demasiado protagónicos para mi gusto) y sobre todo en dejar a cada uno de los excelentes solistas que tiene la orquesta florentina dar su intepretación personal con el beneplácito del Maestro Mehta, dejando fluir la música con unas articulaciones y fraseos que hacen diferente todas y cada una de estas obras tan escuchadas, por ello siempre nuevas para todos. Desde el concertino auténtico solista en esta obra hasta el trompeta, el flauta o el clarinete, el oboe y el fagot (para resarcirse de su mal inicio), las intervenciones siempre fueron frescas y propias, como recordándonos que la dirección es conducción y las grandes batutas lo tienen muy claro. Esta obra de la que el propio compositor escribía: "sobre la base de un tratamiento libre del material musical, he querido crear una suite orquestal en cuatro movimientos construida mediante temas y motivos comunes que forman una especie de caleidoscopio de imágenes de cuentos con perfume oriental", me transportó más a La Alhambra que al oriente de "Las Mil y una noches", tal vez por ese Mediterráneo que compartimos con los italianos e incluso conoció el propio compositor inspirándole su Capricho Español. Me gustó la búsqueda de sonoridades en los solistas distintas según las partes, algo que seguro no sería del agrado de muchos directores convencidos que dirigir es imponer y no compartir. La orquestación, que siempre impresiona, buscando en todo momento desde el podio destacar la fina y abundante taracea que esta partitura esconde, desatando una larga y merecida ovación para todos ellos.
Y para la segunda parte, vista la plantilla "desembarcada", esperaba ansioso La Consagración de la primavera (Stravinski) que completó la amplísima paleta sonora desplegada con Rimski, desde esta obra maestra del siglo XX que sigue haciéndose revolver a más de uno en la butaca y revolucionando la escritura sinfónica con un auténtico ejército sonoro capaz de continuar "sobrecogiéndonos con la misma estremecedora intensidad del primer día" como escribe Juan Manuel Viana en las notas al programa. De nuevo el veterano maestro dejó a sus músicos compartir intenciones con sus gestos precisos que conducían los dos grandes cuadros del ballet estrenado por Nijinski con la compañía de Diaghilev. Impactante no ya La adoración de la tierra sino El sacrificio que puso a sus tropas en pie de guerra y al público nuevamente rendido al poderío italiano en terreno ruso. Imposible destacar algo específico, simplemente "Y la música va".
Claro que no nos iban a dejar "muertos" aunque sea "La fuerza del destino", cuya obertura nos trajo un Verdi plenamente sinfónico trascendiendo la ópera, como queriendo recordarnos que a los italianos se la debemos y en Asturias entendemos algo del tema. Como si la lucha Wagner-Verdi siguiese vigente en pleno siglo XXI.
Espero que estos conciertos sigan trayendo a Oviedo auténticos ejércitos y no guerra de guerrillas. Si además tienen mando en plaza como "El General Mehta", la batalla será un placer.