Editorial Caballo de Troya. 121 páginas. 1ª
edición de 1996; esta de 2007.
Hasta ahora, en el blog sí que había reseñado libros que había leído
en el pasado y a los que me acercaba por segunda vez, pero de los que nunca
antes había escrito. En esta ocasión voy a realizar un experimento: Dejen
todo en mis manos lo leí en 2010 y, por entonces, ya lo reseñé en mi
blog. Ya he contando por aquí que he estado leyendo varios libros de Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004)
casi seguidos porque me invitaron a escribir un artículo para la revista Quimera (número 402), que ha
aparecido a comienzos de mayo. Un domingo estaba dudando entre empezar La
máquina de pensar en Mario, un libro de ensayos sobre la obra de
Levrero, o leer alguna más de sus obras; acabé cogiendo de mis estanterías esta
novela corta y leyéndola entera ese mismo día.
Con Dejen todo en mis manos
me inicié en el universo Levrero. Casi siete años después, he leído
prácticamente toda su obra y quiero comentar esta novela, después de este
periplo, sin leer previamente lo que ya escribí sobre él en 2010. Lo haré a
posteriori. Todavía no sé si me llevaré alguna sorpresa. Ya he dicho que esto
será un experimento sobre mi evolución personal como comentarista de libros, o
sobre el hecho de acercarse a una obra por primera vez, desde el
desconocimiento del autor, y hacerlo más tarde, tras conocer casi toda su obra,
sus fobias y sus filias.
En Dejen todo en mis manos nos encontramos con el típico narrador
de las obras de Levrero: una persona innominada que ha de realizar un viaje. El
narrador es un escritor y la novela empieza en el despacho de su editor. Éste
le está comentando qué le parece su último libro: «La novela es buena –dijo el
Gordo, e hizo una pausa significativa−. Pero…». El narrador sabe que ésa es
exactamente la única categoría posible para su literatura: «Buena, pero…».
Ante el deseo acuciante de dinero que tiene el narrador, el Gordo le
encargará una misión: debe viajar al pueblo de Penurias (en el interior de
Uruguay) para encontrar a Juan Pérez, una persona que envió a la editorial una
novela magnífica, por la que ya se ha interesado una fundación sueca, y que
quieren editar, pero que olvidó dejar en el sobre o el manuscrito los datos
para localizarle. Le pagará 2.000 dólares y otros 500 como anticipo de la
publicación de su novela.
«Soy un escritor. No soy Phillip Marlowe», leemos en la página 17. A
estas alturas ya sé que Raymond Chandler
es uno de los referentes de Levrero, que en algunas temporadas llegaba a leer
una novela policiaca al día. El género policiaco ha sido una importante
influencia para Levrero, aunque casi siempre desde una perspectiva paródica (Nick
Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo o La
banda del Ciempiés). Dejen todo
en mis manos también es una novela negra en cierto modo paródica, aunque
mucho más cercana a unos parámetros realistas que las dos novelas citadas
anteriormente, que inciden en una visión surrealista y onírica del mundo.
Si bien Dejen todo en mis manos
se mantiene de modo más firme dentro del realismo, no deja de mostrar tintes de
extrañamiento propios del mundo de Levrero: en la primera escena, cuando el
Gordo se levanta de su asiento para ir a consultar con su jefe la propuesta
económica que le hace el narrador, éste tiene la sensación de que, durante el
tiempo de espera, se ha quedado dormido y en su sueño ha aparecido un payaso:
«Debo haberme quedado dormido durante un minuto o dos, porque apareció un
hombre con una gran nariz roja, de payaso, y me dijo en francés una frase
incomprensible de seis sílabas» (pág. 13).
El narrador, con 200 dólares de adelanto, toma un autobús para
Penurias (los pueblos y ciudades de alrededor reciben nombres como Miserias o
Desgracias) y, una vez allí, se aloja en el único hotel de la ciudad. Sus
pesquisas le llevarán, en primera instancia, hacia una prostituta llamada Juana
Pérez, de la que parece acabar enamorado, o al menos siente que ha desbloqueado
algunas partes insensibles de sí mismo, un trastorno que arrastraba desde que
le abandonó su mujer (en este momento conocemos algún dato de su pasado) y que
sus sesiones de psicoanálisis no parecían mejorar.
La novela está escrita con mucho sentido del ritmo: uno termina sus
120 páginas con la sensación de haberse acercado a una novela más larga, porque
los acontecimientos y encuentros narrados son muchos. Además de entrevistarse
con un gran número de habitantes de Penurias, el narrador se encontrará con un
compañero de la infancia, con el que ajustará cuentas muchos años después de
los problemas que tuvo con él.
Hay varias pistas que indican que el narrador de Dejen todo en mis manos comparte muchos rasgos de carácter o
vitales con su creador: Mario Levrero. En un momento de la novela, se señala:
«Cuando uno, por razones válidas o no, se ha creado fama de humorista, todo lo
que pueda decir o hacer es un chiste» (pág. 46). Durante años, Levrero colaboró
como guionista en revistas de historietas.
En la página 67 leemos: «Aunque la crítica haya señalado injustamente
una influencia de la pornografía en mi literatura, no me gusta pormenorizar
esos detalles que cualquiera puede imaginar». Frases similares las he leído en
boca de Levrero en Un silencio menos,
el libro que recopila las entrevistas más interesantes que le hicieron.
La presencia de Raymond Chandler es constante en esta novela,
empezando por la cita inicial, y siguiendo por las referencias a Marlowe, o la
frase con la que acaba el capítulo 5: «Adiós, muñeca», al despedirse de una
chica a la que acaba de conocer. También, cuando el protagonista no sabe
cuántos días va a tener que quedarse en Penurias, empieza a recorrer sus calles
buscando, sin encontrarla, una librería en la que comprar las obras completas
de Phillip Marlowe.
La novela tiene bastante sentido del humor, y mucho de ese sexo
realizado y no realizado que es frecuente encontrar en las novelas de Levrero.
Además de sus continuas referencias al mundo de los sueños, o al de las
hormigas (uno de los puntales secretos del escritor, que afirma que a las
hormigas les debe una parte de sus influencias a la hora de escribir), también
nos encontramos aquí con referencias a la presencia de un ser superior («Los
dioses estaban enojados, y era inútil oponerse a sus designios»: pág. 80), que,
más que con una idea religiosa, guardan relación con una mirada paranoica sobre
el mundo, a lo Philip K. Dick. No
solo podemos encontrar referencias paródicas a la novela policiaca (sobre todo
al mundo de Phillip Marlowe, como ya he señalado), sino también a la cultura popular:
la Pantera Rosa, Arnold Schwarzenegger, películas de Los Tres Chiflados o el
protagonista de tiras cómicas llamado indio Patoruzú.
Igual que me ocurrió en febrero de 2010, he vuelto a disfrutar mucho
de Dejen todo en mis manos. Si bien
en aquel momento lo hice desde la sorpresa, ahora lo hago desde el conocimiento
de la obra y las influencias del autor sobre ella, después de haber leído un
libro de entrevistas a Levrero y un análisis crítico de su obra (antes de
escribir esta reseña he acabado La máquina
de pensar en Mario). Sé que hay lectores de Levrero que se acercan a él,
por primera vez, acometiendo la lectura de La novela luminosa, lo que no me
parece recomendable, porque es mejor conocer primero algo de su obra anterior
para entenderle bien. Sigo considerando que Dejen
todo en mis manos puede ser una puerta estupenda para acercarse a la obra
de Mario Levrero.
Éste es el momento en el que voy a acercarme a lo que escribí sobre
esta novela la primera vez que la leí en 2010. Si le interesa, querido lector,
usted también puede hacerlo pinchando AQUÍ.