Bombardeo de Gran Vía durante la guerra.
“¿Dónde estará esa foto que había de mi madre vestida de miliciana?”Un año tras otro Conchita se hacía esta pregunta de cuando en cuando. El recuerdo que tenía de ella era poco claro, que estamos hablando de una foto de aquella época, en blanco y negro. Eso sí, parecía claro que se trataba de una atractiva morenaza de ojos verdes.
Hipólita, Poli, era madre soltera. Nacida en un pueblecito muy cercano a la capital, pronto se trasladó a la ciudad. Entre Vicálvaro (entonces municipio independiente) y el barrio de Ventas andaba su vida cuando quedó prendada por Mauricio, un simpático joven de ojos azules, de conocida familia en el barrio de Bilbao. De hecho, una de las principales calles del barrio llevaba el nombre del padre de Mauri.
No es difícil imaginarlos entre el bullicio de una ciudad siempre viva, ni es difícil imaginarlos como dos jóvenes bien parecidos enamorados a finales de los años veinte del pasado siglo. Él, un poco truhán en el sentido menos estricto del término, fumador con aire Bogart; y ella, sonrisa y chispeante mirada, objeto de todas las miradas.
Coincidiendo con la crisis del 29, sin matrimonio de por medio, nació una niña a la que pusieron el mismo nombre que la hermana de Mauri, Conchita.
Cosas de la vida…, la relación entre Poli y Mauri acabó. Aquel terrible verano de 1936 Conchita vivía con su madre en una casita de Vallecas, o quizá de otro barrio, con la nueva pareja de aquella. En esos días de golpismo la capital fue una locura en aumento. En noviembre, la situación era militarmente insostenible en el frente que estaba roto a las puertas de la capital, mientras en la retaguardia reinaba el caos y el desgobierno.
Los bombardeos fascistas se cebaron esos días en Madrid como nunca antes en una guerra contra la población civil. Durante la Batalla de Madrid la ciudad pareció estar a punto de caer en manos de los golpistas. En el Puente de los franceses y en la Ciudad Universitaria las fuerzas leales a la República sufren lo indecible. Los generales Miaja y Rojo intentan remendar el roto con fuerzas provenientes de Usera y Vallecas…
En el interior de la ciudad el desorden era grande por las acciones de la Quinta columna y por los desmanes de gentuza armada y sin escrúpulos. El propio Santiago Carrillo, responsable del Orden Público en Madrid en aquellos días, confesaba en sus Memorias que “algunas detenciones y hasta ejecuciones habían sido fruto de venganzas personales…” Las llamadas “policías de grupo” actuaban sin control jurídico hasta que empezaron a funcionar los tribunales populares. El propio Carrillo ordenó la detención de un control en Ventas, aparentemente anarquista; y la escolta de un Ateneo libertario.
En plena ola de violencia, el domingo 15 de noviembre, parece ser que un tipo sin uniformar, pero armado; acompañado por otros se presentó en la casita en que vivían Hipólita y Conchita, con siete años recién cumplidos.
“¿Dónde estará esa foto de mi madre vestida de miliciana?”
Con siete años recién cumplidos, Conchita vio cómo ese tipo descerrajó uno, dos…, no se sabe cuántos disparos y asesinó a Hipólita, Poli, la atractiva morena de ojos verdes. Conchita recordaba un beso helado de muerte a su madre y recordaba decirle a un juez que sí, que aquella mujer era su madre. Soltera, pero su madre.
Alguien dijo que a Poli la mataron porque llevaba una medallita de una Virgen; alguien dijo que el tipo que la mató…, la pretendía. Pseudohistoriadores consideran a Hipólita una cifra del “terror rojo”.
Creo, a falta de más documentación, que Hipólita fue asesinada por ser mujer, llevara medallita o simplemente no hubiera accedido a los deseos primarios del tipo de la pistola.
Pasado el 25 de noviembre, no está de más recordar aquel 15 de noviembre con dos mujeres víctimas, una de ellas con siete años.
No sé si me habría gustado tener los ojos verdes como Hipólita o azules como Mauricio, pero sí me gustaría saber dónde estará esa foto de mi abuela vestida de miliciana.